Llamando fascista a todo quisqui (de la derecha, claro)

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El término «fascista», originalmente referido al seguidor de una ideología muy concreta, se ha convertido, a fuerza de generalizarlo, en un sinónimo de «totalitario». Y si se utiliza con demasiada ligereza ya no sirve de nada. Sólo para insultar, sobre todo a la derecha. Llamar fascistas a las personas y a los partidos cuando no lo son contribuye a malentendidos sobre el estado real de la democracia. Y en este país el gran malentendido consiste en que el fascismo es una condición de la derecha nacionalista española a la que es inmune por naturaleza el nacionalismo periférico, de derechas o no (y ya saben que un nacionalista catalán o vasco siempre es de izquierdas).

El nacionalismo de Vox -nada simpático a una liberal ciudadana (por aquel Ciudadanos que colaboré en fundar) como yo- es «ultra», dicen. Pero, con el nacionalismo independentista y golpista (terrorista que fue en el País Vasco) de las «nacionalidades» españolas, se puede tratar. Pero, pegunto, si lo que caracteriza al fascismo es su desdén por leyes y constituciones y por su voluntad de imponerse por la fuerza, ¿quién es aquí el «fascista»? Ahora mismo, el independentismo radical, que tiene como estrella al fugado Puigdemont, es cortejado por motivos oportunistas por Pedro Sánchez. O sea, con total desfachatez, el presidente puede acudir al golpismo «lazi» para que le saque del bloqueo de la investidura y no pasa nada.

No le demos más vueltas: «fascista» es todo aquel que el socialismo y la izquierda consideran «fascista». Y ya está. Por ello pueden asociarse a tipos que aterrorizaron a la ciudadanía catalana con la amenaza de privarles de su condición de españoles y europeos. Tipos que ahora vuelven a la carga también contra la institución más valorada por los españoles: su Monarquía. El contorsionista del portamaletas incluso ha puesto en marcha una encuesta a medida que le susurra que el 53,1% de los españoles está por la república, frente a un 44,7% que apoya la monarquía. Y, como siempre, lanzando mensajes en inglés diciendo que «hay una clara mayoría a favor de la república, pero mal distribuida en todo el Estado». Según sus palabras, «mientras en Madrid la monarquía recibe un apoyo claro, en Cataluña el rechazo es colosal». Y sigue: «Tras la muerte del dictador se negaron a convocar un referéndum para preguntar si ratifican la decisión franquista de restaurar la monarquía o prefieren la república».

Yo, si puedo elegir, si hay que recurrir a un referéndum para algo, me parece más urgente uno para preguntar si los partidos independentistas deben tener representación en el Congreso o mantenerse en los lugares que realmente les incumben: sus territorios.

Realmente, dan mucho más miedo los aliados de Sánchez que las «ultraderechas». No conozco a ninguna de las europeas actuales que haya llegado a los extremos del independentismo en España. Es bastante notable que las normas e instituciones democráticas se hayan mantenido incluso en países como Italia, un lugar donde la economía ha estado estancada durante décadas y el sistema de partidos implosionó hace mucho tiempo. O en Grecia, que experimentó algo muy similar a la Gran Depresión que desestabilizó muchas democracias en la década de 1930. Aquí la mayor fechoría de Vox hasta el momento ha tenido que ver con quitar la bandera del arcoíris LGBTQ de los edificios gubernamentales y proponer que a la violencia «de género» se la renombre como «intrafamiliar» o «doméstica», ya no sé.

Pero blanquearán a Puigdemont y, como bomberos pirómanos, dirán que lo alarmante es esa «ultraderecha» que crece, ¡y de la que vienen a salvarnos!

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