De la Ley Trans y otros diabolismos de Irene Montero
A un servidor, que ha estudiado en la Institución Libre de Enseñanza, la progresía del pensamiento único no le va a dar lecciones de liberalismo ni en la social ni en ninguna otra materia. Menos aún esos zurdos hijos de esta España pendular que pasaron de estudiar en escuelas de curas y monjas a ser los teóricamente más abiertos del mundo-mundial y a pasarse setenta pueblos en sus propuestas incurriendo en auténticos diabolismos. Estuve de acuerdo con la primera Ley del Aborto, la de supuestos de Felipe González, porque resulta inhumano obligar a dar a luz a una mujer víctima de una violación o que tenga que elegir entre su vida o la del nasciturus. Del mismo modo que aplaudí a José Luis Rodríguez Zapatero por una Ley del Matrimonio Homosexual que constituía una eterna demanda de ese 10% de la población que tiene una orientación igual de natural, y por ende, legítima, que la heterosexualidad.
Planteé y planteo profundos reparos a la Ley de Plazos por exclusivas razones temporales y empíricas. Interrumpir un embarazo en la semana 22 se me antoja una total y completa monstruosidad, me parece un límite temporal absolutamente excesivo. En ese preciso momento el feto es ya prácticamente un niño con todas las partes de su cuerpecito desarrolladas o, lo que es lo mismo, un bebé. Lo cual no quita para que las posibilidades de supervivencia sean ciertamente escasas: el 12%. Pero haberlas, haylas. Nada que objetar, por el contrario, a que estas intervenciones se realicen obligatoriamente en la Sanidad pública.
Lo que resulta una aberración insuperable es permitir a las chicas de 16 a 18 años la posibilidad de abortar sin permiso de los progenitores, suprimiendo de facto esa patria potestad que constituye una de las figuras clave del Derecho Natural desde Roma. Vamos, que tu hija adolescente podrá interrumpir la gestación incluso sin que te enteres tú, padre o madre, y sin necesidad de someterse al más mínimo control judicial. Una contrarreforma a los razonables retoques que introdujo el Gobierno Rajoy en 2015. Igualmente inaceptables resultan otros dos puntos de la norma made in Ministerio de Igualdad: la supresión de los tres días de reflexión y la apertura de un estalinista registro de médicos objetores de conciencia. Dicho todo lo cual hay que ponerse en la piel de las mujeres que se ven en la tesitura de continuar o no con un embarazo en el que toda la carga correrá de su cuenta mientras el hombre que la inseminó hará de Poncio Pilatos las más de las veces.
Interrumpir un embarazo en la semana 22 se me antoja una total monstruosidad, me parece un límite temporal absolutamente excesivo
Esta endemoniada modificación de la Ley del Aborto queda reducida a la condición de cuasianécdota cuando entramos de lleno en una Ley Trans que contiene un sinfín de aberraciones y no pocas memeces, como la introducción en el Código Civil de las palabras «progenitor no gestante» y «progenitor gestante», lo que toda la vida de dios se ha denominado «padre» y «madre». El que espero sea el próximo presidente del Gobierno, un Alberto Núñez Feijóo que es purito sentido común, ridiculizó, como no podía ser menos, la última gran memez de la ministra liberavioladores: «Yo no soy un progenitor no gestante, soy un padre». Pues eso: que se puede ser más listo que Irene Montero, hasta Abundia lo es, pero no más inane.
No posee la cabeza mejor amueblada de España pero sí la más diabólica. La Ley Trans es puro satanismo. No busca la siempre necesaria protección de las personas con disforia de género, la de aquéllos que nacieron hombres en cuerpo de mujer y viceversa, la de aquéllos que no se consideran hombres ni mujeres o la de los ciudadanos con género fluido, en resumidas cuentas, la de todos los que se sienten lo que legalmente no son. La etapa final pasa por cargarse nuestra sociedad a través de ese caos que es el camino más corto para someternos.
El punto más increíble es el que permite a un niño modificar el sexo —género en rigor— en el Registro Civil con autorización judicial a partir de los 12 años. Desde los 14 podrán dar el paso sin necesidad del nihil obstat de un magistrado, bastará que acudan acompañados de sus progenitores. Del surrealismo pasamos sin solución de continuidad al dadaísmo cuando, repasando la norma, certificamos que una persona podrá cambiar de sexo cada seis meses sin límite alguno, aunque a partir de la tercera vez deberá contar con el aval de la Administración de Justicia. No menos grave resulta la reducción del papel que hasta ahora jugaban los que de verdad saben de esto, médicos, psiquiatras y psicólogos, en un proceso que en la mayoría de los casos acabará en una vaginoplastia o en una faloplastia. Intervenciones quirúrgicas irreversibles.
La Ley Trans está hecha por las mismas incompetentes que alumbraron la del ‘sólo sí es sí’ que ha rebajado condena a 500 delincuentes sexuales
Por no hablar de la confusión semántica que, en realidad, conlleva hablar de cambio de «sexo» toda vez que el sexo viene determinado por la naturaleza. Una persona nace con sexo masculino o femenino. El género es un constructo social que se aprende, que puede ser educado, cambiado y manipulado. Esta legislación es un totum revolutum que no distingue lo uno de lo otro, que lo mezcla todo porque está hecha por las mismas infantiloides e incompetentes que alumbraron la ley del sólo sí es sí que ha provocado rebajas de condena para 500 violadores, abusadores y pederastas. Será cambio de género, digo yo.
Tampoco podemos olvidar los líos que están provocando en medio mundo y parte del otro leyes trans que son un cuento de niños al lado de la que salió adelante el jueves en España. La escocesa, sin ir más lejos, le ha costado el puesto a la ministra principal, la nacionalista Nicola Sturgeon, por la polémica con el violador de mujeres Adam Graham, que cambió de género y de nombre durante el procesamiento -ahora es Isla Bryson- y que, tras permanecer como acusado en una cárcel de mujeres ha acabado en un penal masculino tras el lógico escándalo suscitado. Un abusador de niñas, que también delinquió siendo hombre, ha terminado recluido con mujeres por el mismo procedimiento. Por no hablar de la polémica que hay en el deporte al permitirse participar en competiciones femeninas a deportistas que antes eran hombres. Lo ganan todo.
Hay que frenar esta dictadura intelectual ideada por la satánica izquierda ‘woke’ que intenta moldear el mundo a su antojo desde California
Espero, confío y deseo que el Partido Popular, que en tiempos de Rajoy tanto nos traicionó en el terreno de las ideas, cumpla su palabra y derogue tanto la Ley Trans como los añadidos a la del aborto de Zapatero. Hay que frenar esta dictadura intelectual ideada por la satánica izquierda woke que intenta moldear el mundo a su antojo desde California. La norma de plazos es intocable toda vez que el Constitucional la ha validado, pero sí es posible tumbar los matices que ha colado de matute Irene Montero. Derogar ambas novedades legislativas sería tanto como ganar una importante batalla en esa guerra cultural en la que la izquierda arrasa de momento a la derecha.
A Irene Montero en particular y a Podemos en general les importa un comino el drama de quienes nacieron hombres en cuerpo de mujer, quienes vinieron al mundo como mujeres siendo hombres o el de las mujeres que se ven obligadas a consumar ese drama que para cualquiera de ellas supone abortar. Lo que quiere esta banda es destrozar el statu quo, nuestras tradiciones, nuestras costumbres, la religión en cualquiera de sus versiones, nuestra biología, nuestra realidad y nuestra forma de ser. El objetivo ulterior es obvio: instaurar, al más puro estilo mussoliniano, un Ordine Nuovo, un orden nuevo con un pensamiento único. Lo que han hecho los sátrapas desde que el mundo es mundo. Quieren ovejas, súbditos, esclavos en definitiva, no ciudadanos. Y no se lo vamos a permitir.