Isa

Isa
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso.

—Mira esos ojos, son ganadores, lo tienen todo: listeza, un puntito de melancolía, determinación, instinto asesino y a la vez bondad, una auténtica salvajada—, le apuntó Miguel Ángel Rodríguez (MAR), el mejor spin doctor de España si no de Europa, a su interlocutor cuando aceptó la propuesta de Isabel Díaz Ayuso, Isa en jerga amiga, para convertirse en su principal asesor. La verdad es que jamás me había fijado específicamente en los ojos de la presidenta de la Comunidad de Madrid. Sobra decir que lo hice inmediatamente cuando me contaron la anécdota. Y suscribo punto por punto lo dicho por MAR.

Acertó Federico Jiménez Losantos al asegurar que Isabel Díaz Ayuso es “el mayor fenómeno político que ha dado la derecha desde la Transición”. Con la excepción del siempre minusvalorado José María Aznar, apostillaría yo, que ha sido el mejor presidente del Gobierno en 45 años de democracia. La prueba del nueve de que Isa representa eso, “el mayor fenómeno político de la derecha desde la Transición”, es que el Gobierno de España y sus sucursales mediáticas llevan tres años a saco intentando tumbarla con un nivel de éxito que resulta ocioso comentar. Vale todo: mentiras, medias verdades, calumnias, injurias, bulos y minúsculas verdades. Si fuera desecho de tienta no le harían ni caso esperando ver pasar por delante el cadáver de su enemiga.

El 10 de enero de 2019 hacía un frío de perros en Madrid y quedé con Isa a comer en uno de los mejores italianos de la capital, Mercato Ballaró, a escasos metros de donde en tiempos se levantaba la Federación Socialista Madrileña, lo que ahora es el decadente Partido Socialista de Madrid, que por razones pecuniarias hace tiempo que se mudó a un local más baratito en Buen Suceso. Lo primero que hice fue espetarle a bocajarro la información privilegiada que había llegado a mis oídos:

—Vas a ser la candidata a la Comunidad de Madrid—, le solté.

—¿Tú crees? A mí me parece física y metafísicamente imposible, aunque otra persona me ha dicho lo mismo—, me replicó con un rictus de infinita incredulidad.

No habían pasado ni 24 horas cuando recibí una llamada de nuestra protagonista:

—¡Qué razón tenías, Eduard!—. Yo me limité a felicitarla de corazón por dos razones, porque siempre me ha caído entre bien y muy bien y porque el centroderecha precisaba savia nueva para acabar con esa etapa negra de los González, las Cifuentes y demás choricetes, choricetas y choricetos del Partido Popular de Madrid que habían enfangado con su conducta personal una de las más brillantes tareas colectivas que se recuerdan en la política española. La emprendida por Esperanza Aguirre que provocó un sorpasso de Madrid a Cataluña que hace tan sólo 19 años, cuando conquistó el poder regional, se antojaba impensable.

La prueba de que Isa es “el mayor fenómeno político de la derecha desde la Transición” es que llevan tres años intentando tumbarla

Lo que siguió constituye la mayor y más vil caza al hombre, a la mujer en este caso, que se ha presenciado en la política española, al menos desde que tengo uso de razón. Todo ello coordinado por uno de los peores tipos que han transitado por la vida pública, un despreciable chaquetero llamado Iván Redondo que, dicho sea de paso, no le llega a la suela de los zapatos a su homólogo Miguel Ángel Rodríguez.

Lo primero que hicieron a través del siempre obediente periodismo de izquierdas fue proclamar más en privado que en público, que también, que la presidenta de la Comunidad de Madrid “se atiborra a tranquilizantes porque no aguanta la presión”. Como aquella milonga cayó en saco roto, Redondete se sacó de la chistera otra aún más injuriosa: “Está loca”. Y sus papagayos mediáticos repitieron la trola entre bastidores y no tan entre bastidores. No se cansaron de jugar con las supuestas iniciales de su apellido para proclamar que “está IDA [Isabel Díaz Ayuso]” olvidando, por cierto, que las verdaderas siglas son INDA (Isabel Natividad Díaz Ayuso).

Como quiera que ni una ni otra intentona salieron bien, se la jugaron al todo o nada de la mangancia. “Ayuso es una corrupta”, fue el leit motiv inventado por Redondete. El supuesto escándalo fue de risa: resulta que al inicio del confinamiento Isa dejó su apartamento de 60 metros cuadrados en la calle Ruiz de Malasaña porque no cabía el aparataje audiovisual necesario para mantener las comunicaciones con su Gobierno, con el de España, con sus principales colaboradores y con los medios. Y se instaló en un apartahotel del empresario Kike Sarasola en la Plaza de España. Le montaron el pollo padre por que le cobraba 80 euros por noche cuando la tarifa oficial es de 200. “¡Esto es corrupción!”, bramaron no sé cuántos botarates contertulios de la izquierda. Se dejaban deliberadamente en el tintero un pequeño gran detalle: ¡¡¡El apartahotel estaba vacío!!! Miento, había un huésped más. Hasta el tato tiene clara la perogrullez de que si no hay demanda la oferta hotelera baja sus precios. Blanco y en botella. Otro globo que se iba a tomar viento. La misma suerte corrió el siguiente bulo de la lista: “Le han regalado la estancia”. Esta chusma se tuvo que meter sus palabras donde les cupieron cuando Isa mostró públicamente la factura. La volvían a hacer más grande por enésima vez.

Sánchez y Redondete fueron a matarla y la que se los acabaría apiolando fue ella a ellos, aquel día la historia cambió para siempre

“Personajazo Ayuso”, titulé en el otoño de 2020 en La Razón, después de que un prepotente Pedro Sánchez propusiera visitarla en la Puerta del Sol para acabar con un virus descontrolado en Madrid que ella, tonta del bote como es, no podía ni sabía contener. Isa y Miguel Ángel Rodríguez le tomaron la palabra y convirtieron el problema en una oportunidad dándole mediáticamente la del pulpo. La parafernalia montada deliberadamente por el Gobierno regional era fantástica: idéntico número de banderas de España que de la Comunidad y rueda de prensa conjunta. A los españoles les quedó la sensación de cumbre bilateral, de tú a tú, tanto, tanto, que cualquiera diría que la que estaba al lado del inquilino de Moncloa era Angela Merkel y no Ayuso. El personaje ascendió a los cielos por obra y gracia de Sánchez y Redondete. Fueron a matarla y la que se los acabaría apiolando fue ella a ellos. Aquel día la historia cambió para siempre.

Meses después, a sabiendas de que Aguado El Breve tenía pactada una moción de censura con el PSOE, Isa convocó por su cuenta y riesgo y sin consultar a Casado elecciones en la Comunidad de Madrid. La Abundia que, según la izquierda era la presidenta, les ganó a todos por la mano: encerró a su equipo de gobierno para evitar que los Judas de Ciudadanos se le adelantasen suscribiendo la moción, le pasaron en silencio la convocatoria y socialistas y naranjas se quedaron con las ganas de robarle el poder. ¡Menos mal que era lerda perdida!

El resto de la historia hasta los comicios es sobradamente conocida. La campaña electoral fue un paseo militar. Entre el delincuente Iglesias, que sobreactuó y acabó haciendo el ridículo y fuera de la política, el pobre de Gabilondo, que se vendió a Podemos, y Me-Ma Mónica García, que es tan brillante como histérica, le pusieron todo a huevo. La diferencia entre las dos candidatas de la derecha, Isa y Rocío Monasterio, y los representantes de la izquierda, es la misma que hay entre el traidor Mbappé y la estrella del equipo de mi pueblo.

Cuando, 4-M mediante, la izquierda se dio por vencida, llegó el fuego amigo, el más vil de todos. Pablo Casado se dejó llevar por ese pecado capital que es la envidia, o lo que es lo mismo, los celos, y emprendió una campaña para asesinar civilmente a la persona que paradójicamente lo elevó a los cielos de todas y cada una de las encuestas. Entre él y el liante de García Egea emprendieron una delictuosa campaña cuya primera etapa consistía en desacreditar y putear orgánicamente a Isa. El segundo mojón de esa carretera a la eliminación pública de su correligionaria pasó por investigarla con detectives pagados con fondos públicos para acreditar que su hermano, Tomás, se había llevado dinero de las mascarillas de la pandemia. Hablaron de medio millón de euros de “mordida”, luego lo redujeron a 300.000 y finalmente resultó que eran 55.000. Con una particularidad: ella ni intervino ni lo conocía, ni estaba ni se le esperaba. El armagedón de Casado se desencadenó cuando se plantó en el programa de Herrera en la Cope para calumniar a Ayuso sorteando el elemental principio de que en democracia la carga de la prueba corresponde a quien acusa, no a quien se acusa. Esto último sólo ocurre en las dictaduras. Aunque cuesta, en la vida, como en las películas, siempre acaban ganando los buenos. El dúo Casado-Egea se suicidó por su patológica obsesión con Ayuso. No soportaban que Juan Español la quisiera más que a ellos. Una auténtica demencia: en lugar de aprovechar el tirón Ayuso y ponerse a la cabeza de la manifestación, optaron por pegarle como si no hubiera un mañana cual vulgares quintacolumnistas del PSOE y por cerrarle el paso a un Congreso Regional que ahora ha sacado adelante con el ¡¡¡99,1%!!! de los votos.

Con todo, lo más relevante del fenómeno Ayuso es que ha devuelto al centroderecha el orgullo perdido por las corruptelas y los complejos 

Entre zancadilla y zancadilla, se ha dedicado a gobernar, lo cual tiene tanto más mérito porque otro en su situación hubiera enarbolado la bandera blanca y se hubiera ido llorando a casita. Ha logrado que Madrid sea de largo la región que más riqueza y empleo crea de España, que saliera de la recesión postpandemia antes que nadie, que cerrase el crítico 2020 creciendo al 4,4% en el último trimestre mientras la media nacional se situaba en el 0,4%, que soportemos la presión fiscal más baja de España, que acabes en el Cielo o en el Infierno no tengamos que seguir en el más allá tributando vía Impuesto de Sucesiones y que dispongamos de la mejor Sanidad pública de las 17 autonomías.

También dio una lección al mundo al finiquitar antes que nadie esos confinamientos cuasifascistas que tenían sentido en los momentos más virulentos de la pandemia pero no cuando el virus estaba de retirada. Al punto que demostró que con una política de puertas abiertas la incidencia podía ser sustancialmente menor que la de aquellas regiones que continuaban teniendo a la gente encerrada a cal y canto. Los medios más prestigiosos del mundo, desde el Financial Times hasta el New York Times, pasando por el Telegraph londinense o el italiano Corriere della Sera, le han reconocido los méritos que en esta España cainita le niegan.

Con todo, lo más relevante del fenómeno Ayuso es que ha devuelto al centroderecha el orgullo perdido por las corruptelas, los complejines marianos y ese capítulo final de la moción de censura con la tajada de Arahy y el bolso de Soraya okupando el asiento presidencial en la Cámara Baja. Que, pese a tener al lado una rival de descomunal fuste como Rocío Monasterio, desde el PP es posible ocupar todo el espectro de la derecha, como hizo en su día Aznar y como ha certificado en Galicia durante 13 años el más que probable próximo presidente del Gobierno, Alberto Núñez Feijóo. En el camino habrán quedado las lágrimas de su madre, Isabel, las calumnias a su honrado padre, Leonardo, que se arruinó por satisfacer las deudas de las que sus socios se desentendían, y las broncas a cara de perro a su insensato hermano Tomás. Pero ha merecido la pena. Y, entre tanto, la oposición política mediática haría bien en jubilar los bulos, las calumnias y las injurias y descifrar y respetar esos ojos demoledores. Salvo que quieran que dentro de un año la goleada sea por mayoría absoluta. El masoquismo es tan libre como el miedo.

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