El indigenismo podemita

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En pleno fervor por el reciente éxito de nuestro compatriota Rafa Nadal en las antípodas oceánicas, nos acercamos a la realidad de otros habitantes hispanos de ambas orillas del Atlántico, y muy alejados de los sentimientos que Nadal siente por nuestra común Madre Patria. Obviamente, hablamos de quienes formamos esa gran familia humana que la Historia -como «maestra de vida» según la definiera Cicerón- conoció como la Hispanidad.

Hablo con dolor y realismo, por cuanto basta aproximarse a García Morente o Maeztu, entre otros sólidos  pensadores, para tener una idea nítida de esa armoniosa diversidad de naciones que, nacidas del común tronco hispano, la conforman en la actualidad y que, pese a a ser bastante más que una mera «Commonwealth hispánica», es rechazada por dirigentes seguidores de la «leyenda negra» en su versión actual surgida del Foro de São Paulo. Son los AMLO de México, Maduro de Venezuela, Ortega de Nicaragua, Evo Morales de Bolivia, Correa de Ecuador, con la reciente incorporación de Pedro Castillo -«el del sombrero» de Perú- a la espera del chileno Boric. Todos ellos están aplicando una interpretación de raíz marxista renegando de la verdad histórica de la conquista evangelizadora española, atreviéndose a tacharla nada menos que de empresa «colonizadora y genocida».

Ciertamente basta aproximarse a la realidad sin prejuicios ni orejeras para desmontar tales falacias. El Rey las rebatió de manera magistral la semana pasada en su discurso en San Juan con ocasión de la conmemoración de los 500 años de su fundación en 1521 por Ponce de León. Sin hacer referencia a nadie en concreto y hablando en positivo, ha puesto los hechos históricos en valor, exponiéndolos para que triunfen por sí mismos con la fuerza intrínseca que contiene la verdad. Felipe VI recordó la esencia del imperio español bajo nuestra monarquía católica, evocando el evento concreto que le llevó a Puerto Rico, ahora «Estado Libre Asociado» de los EEUU y antes español durante cuatro siglos, antes de perderlo en 1898 junto a Cuba, Filipinas, y la isla de Guam en aquel triste año de nuestra historia.

Frente a los que siguen hablando de un proyecto meramente colonial contra toda evidencia, el Rey recordó que «las nuevas ciudades que se fundaban se incorporaban  siguiendo el modelo de presencia de España en América, donde los nuevos territorios lo hacían en condiciones de igualdad con los demás reinos de la Corona. Allí llevamos nuestra cultura, lengua y credo, y fundamos universidades, escuelas, hospitales e imprentas, además de principios y valores que sentaron las bases del derecho internacional… y de los derechos humanos con la Escuela de Salamanca». Podrán gustar más o menos estas afirmaciones, pero son verdades como puños lanzadas contra el fardo de una cultura woke asumida para reclamar «perdón y reparación» -económica-  a los presuntos colonizadores y  explotadores y, por si fuera poca mentira, genocida de los pueblos indígenas.

El objetivo último: echar la culpa al pasado de los males actuales de sus países, encarnada en nuestros ancestros. En la actual España, sus dirigentes podemitas, criados y formados en esas mismas ubres ideológicas del Foro de São Paulo de la Venezuela de Chaves y Maduro, pretenden aplicar esa política. Al no haber tribus indígenas masacradas identificables, el franquismo es el enemigo del pasado culpable de todos nuestros males. Para ello cuentan con la entusiasta colaboración del sanchismo, que ayuda en todo revisionismo histórico que se adapte a sus conveniencias políticas. La difícil convivencia entre Sánchez y la verdad, facilitan esa tarea acompañándola de la mutilación incluso de los currículos de la asignatura de Historia de nuestros estudiantes,  porque sabido es que «no se ama lo que no se conoce, y no se defiende lo que no se ama».

Los socios separatistas del sanchismo inventan míticas historias de sus territorios en aplicación de ese principio para intentar legitimar sus reivindicaciones y conseguir adhesiones a las mismas, al tiempo que pretenden convertir a España en un cuerpo sin alma, cual zombi vagando por el éter global. Por fortuna, la  Providencia siempre nos concede un Rafa  Nadal que, con su ejemplo, hace revivir y sintoniza con los más profundos sentimientos y valores hispánicos.

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