Heterónimos en el fútbol y ‘geringonça’ en el Gobierno
Cuando la semana pasada Piqué y Rubiales se encaraban con los periodistas y les retaban a que les dijeran qué habían hecho mal y que cuál era el problema, muchos pensamos que el problema estaba en esas insolentes preguntas; la mayor gravedad es que, después de todo lo ocurrido y la que les está cayendo encima, no saben que es lo que estaban y están haciendo mal.
Es inaudito que lo que, con una infrecuente unanimidad, todo el mundo entiende como inaceptable situación de conflicto de interés, que lo que un básico gobierno corporativo prohíbe en cualquier empresa, que lo que cualquier conciencia impide hacer a una persona mínimamente virtuosa, este par de desahogados lo vea como un comportamiento irreprochable, y así se presten a defenderlo convenidamente con una arrogante chulería que, como la amoralidad, es también cualidad de ambos.
Y la verdad es que cabe la posibilidad de que no estén fingiendo. Por un lado, el comportamiento público en nuestro país ha hecho tan frecuente el engaño y la falta de rigor y de autocrítica, que para muchos con laxa moral esos comportamientos han dejado de ser censurables. Y por otro, estos dos personajes viven en sus cápsulas, la de los tejemanejes de las organizaciones del fútbol o la de la Cataluña impunemente golpista, en las que no aplican las mismas leyes y principios que al resto de los mortales. Por eso somos los demás los que tenemos que entender que hay un Piqué futbolista capitán del Barça, otro Piqué comisionista dueño de Kosmos y aun un tercero propietario del FC Andorra; y que hay un Rubiales presidente de la RFEF que dirige y organiza las competiciones, y otro Rubiales que, a título de supuesto consejero delegado (como le gusta decir a él), comparte los ingresos de una pseudoempresa con un particular acomodo jurídico en la que una altisonante asamblea, compuesta por sus paniaguados stakeholders, hace como que aprueba o controla sus actividades.
¿Pero de qué nos extrañamos? En el entorno político hay numerosos personajes que funcionan con personalidades desdobladas para justificar comportamientos incoherentes, y, como dijo Carmen Calvo, es Pedro Sánchez quien exhibe más claramente esa habilidad. Como el poeta portugués Fernando Pessoa, el presidente crea heterónimos que actúan respondiendo a diferentes personalidades, ideologías o estilos. Así, en estos últimos tiempos, ha operado como Piotr Sanchezski, que se alinea con Occidente, prepara la cumbre de la OTAN y hasta se presenta en Kiev para ayudar a los ucranianos, pero también como Putrin Sanchev que mantiene en el Gobierno a unos ministros que están indubitadamente de parte del autócrata ruso.
Y tiene el presidente otros muchos y contradictorios personajes (el de cuidar al líder saharaui Ghali y el de adherirse incondicionalmente a las políticas de Marruecos, el de apoyar al mundo rural y el de defender las absurdas teorías animalistas, el de considerar rebeldes Pegasus a los golpistas catalanes y el de indultarles y pagarles la fiesta…) que encuentran perfecto acomodo en un gobierno que nuestros vecinos portugueses, que ayer conmemoraban la Revolución de los Claveles, llamarían de geringonça.
Por eso Biden, que no ha debido leer a Pessoa, se cuida de convocar a nuestro Gobierno, porque no sabe quién va a acudir a las reuniones y teme que se presente un personaje que salga corriendo a chivarle a Putin.
Los Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Álvaro de Campos o el resto de heterónimos del poeta lusitano, que únicamente fueron ficticios creadores literarios, quedan eclipsados por multiplicados personajes de carne y hueso como los Rubi, Geri o los inagotables Pedros Sánchez. Dejemos nuestra racanería y reconozcamos la genialidad con la que todos ellos ejemplifican otra lúcida frase de Pessoa que decía que «el éxito está en tener éxito, y no en tener condiciones para el éxito».