Hernán Cortés, un nuevo Herodes según la leyenda negra
Su desbordante personalidad y la escala de sus conquistas, han convertido a Hernán Cortés en un verdadero icono de la leyenda negra. Severo en la aplicación de la justicia, tanto en el castigo de los delitos cometidos por sus compatriotas como en el de los protagonizados por los naturales -en Tlaxcala, cuando descubrió la presencia de espías en su campamento, ordenó que se les amputasen las manos-, el de Medellín, capitán general del pequeño ejército español, encabezó algunas acciones sangrientas durante su penetración hacia el corazón del Imperio mexica.
De entre todas ellas destaca poderosamente la matanza que tuvo lugar en la ciudad sagrada de Cholula, condición esta, la religiosa, que subrayó Cortés al hablar de sus numerosas «mezquitas», vocablo que asignó a sus muchas pirámides. Establecida la crucial alianza con los tlaxcaltecas, Cortés marchó hacia la ciudad lacustre de Tenochtitlán. Antes, hizo escala en Cholula. Allí, después de un cálido recibimiento, la hostilidad cholulteca fue creciendo, mientras se descubrían inquietantes señales: algunas calles estaban cortadas, en el suelo se habían excavado zanjas, ocultadas con ramas y tierra, en cuyo fondo esperaban varas aguzadas para herir a los caballos y en las azoteas había gran cantidad de piedras para ser usadas como proyectiles.
A estos datos, presentes en las crónicas, ha de sumarse una historia, de tintes románticos, que introduce en escena a doña Marina para convertirla en delatora. Demos la palabra a Bernal Díaz del Castillo: «Y una india vieja, mujer de un cacique, como sabía el concierto y trama que tenían ordenado, vino secretamente a doña Marina, nuestra lengua. Como la vio moza y de buen parecer y rica, le dijo y aconsejó que se fuese con ella a su casa, si quería escapar la vida, porque ciertamente aquella noche o otro día nos habían de matar a todos, porque ya estaba así mandado y concertado por el gran Montezuma, para que entre los de aquella cibdad y los mexicanos se juntasen y no quedase ninguno de nosotros a vida, o nos llevasen atados a México».
Doña Marina, tras fingir aceptar la oferta de la anciana, comunicó la traza a Cortés, que dio una razón más prosaica en su Segunda Carta de Relación para efectuar un gran castigo: «Y así por esto como por las señales que para ello veía, acordé de prevenir antes de ser prevenido, e hice llamar a algunos de los señores de la ciudad diciendo que les quería hablar y les metí en una sala y en tanto hice que la gente de los nuestros estuviese apercibida y que en soltando una escopeta diesen en mucha cantidad de indios que había junto al aposento y muchos dentro de él. Así se hizo, que después que tuve los señores dentro de aquella sala, dejélos atando y cabalgué e hice soltar la escopeta y dímosles tal mano, que en pocas horas murieron más de tres mil hombres».
O lo que es lo mismo, podemos afirmar, usando una terminología actual, que Cortés lanzó un ataque preventivo a quienes pretendían aniquilar a su ejército. Así se hizo. La matanza de Cholula causó una gran conmoción en los dominios de Moctezuma, pero tuvo también gran repercusión en los ambientes españoles en los que se cuestionaba la legitimidad de la conquista. A la cabeza de los críticos se hallaba fray Bartolomé de Las Casas, que dio a Cortés el calificativo de «nuevo Herodes» a partir de aquel episodio. El dominico llegó a afirmar, en su Brevísima relación de la destrucción de Las Indias, que Cortés, mientras se producía la masacre, recitó desde uno de los tejados el siguiente romance, tomado de La Celestina:
Mira Nero de Tarpeya
a Roma cómo se ardía;
gritos dan niños y viejos,
y él de nada se dolía.
Como es lógico, Bernal, testigo de aquellos hechos, combatió la versión de Las Casas. El soldado cronista percibió hasta qué punto la obra del dominico podía ser perniciosa para los intereses hispanos, como en efecto así fue, al proporcionar tanta materia a lo que se dio en llamar, siglos después, leyenda negra. Estas fueron las palabras que dedicó al religioso esclavista en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España: «Y aun dícelo de arte en su libro a quien no lo vio ni lo sabe, que les hará creer que es ansí aquello e otras crueldades que escribe, siendo todo al revés, e no pasó como lo escribe».
La versión de Cortés y Díaz del Castillo la avaló, años más tarde, el conquistador Bernardino Vázquez de Tapia, que si en un principio, cuando andaba enemistado con Cortés, trató de presentar lo ocurrido como una caprichosa atrocidad, rectificó después, y se refirió a aquellos acontecimientos como necesarios y prudentes: «[…] ni nos querían dar de comer, ni maíz para los caballos, sino toda la gente de mal arte. Y como el marqués vio todas estas cosas, temió de alguna traición y mandó que toda la gente estuviese muy apercibida, y andando con gran aviso inquiriendo, supo que allí, cerca de Cholula, estaba una guarnición de gente de México y, ratificado dello, determinó, que antes que nos tomasen durmiendo, de dar en los unos y en los otros, y ansí lo hice, aunque con no poco peligro nuestro».
Como última verificación de lo ocurrido, podemos acudir a la pesquisa que el propio Emperador Carlos ordenó hacer a los franciscanos en la ciudad. Bernal se refirió a ella de este modo: «Y también quiero decir que unos buenos religiosos franciscanos, que fueron los primeros frailes que Su Majestad envió a esta Nueva España después de ganado México, según adelante diré, fueron a Cholula para saber e inquirir cómo y de qué manera pasó aquel castigo y por qué causa, e la pesquisa que hicieron fue con los mesmos papas e viejos de aquella cibdad; y después de bien informados dellos mismos, hallaron ser ni más ni menos que en esta mi relación escribo, y no como dice el obispo».
A la vista de los testimonios aportados, parece evidente que, tal y como él mismo afirmó, de no haberse adelantado, Cortés y los suyos hubieran perecido en Cholula. Ello no fue, sin embargo, obstáculo para que aquella mancha sangrienta quedase siempre asociada al conquistador de Medellín, modelo de otros muchos, y de la propia doña Marina, a la que muchos prefieren llamar Malinche, para hacer de ella una mujer tan liviana y como traidora de un México inexistente.
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