‘Habemus’, ¿qué ‘Papam’?

Uno de los espectáculos más bochornosos que se puedan recordar de estas fechas históricas es la apropiación que está haciendo la izquierda mundial de la figura, la gestión pontificia y el legado del Papa Francisco. El líder de esta grosera manipulación ha sido, aquí en España, el pequeño ministro Bolaños que expuso su hipócrita pésame por la muerte de Bergoglio como si se tratara de un mitin de los suyos tras cualquier Consejo de Ministros. Este mínimo ministro de alzada pero largo de atribuciones, podría haber sido perfectamente el guionista de Cónclave, la película que está batiendo todos los registros de audiencia y que significa, para el que no la haya visto, una apuesta por el pensamiento y la doctrina woke. Da igual que durante una hora aproximadamente, el filme muestre las miserias humanas, las ambiciones de los cardenales en trance de elegir un nuevo obispo de Roma; eso es igual: se trata, al final, de presentar un desenlace absolutamente extravagante pero muy en la línea revisionista de que incluso en el Vaticano tiene cabida todo, sin ir más lejos la elección como jefe de la cosa, de una persona que, encima, no terminamos de saber a ciencia cierta -nunca mejor dicho- si es un transexual o un hermafrodita.
Pero dejando al lado esta apreciación, regresemos a la desvergüenza con que la izquierda universal está utilizando al Papa ya muerto como «uno de los nuestros», una formulación textual escuchada desde los ámbitos del PSOE, Podemos y Sumar. Algunos de los vaticanistas con los que este cronista ha podido hablar antes y después del fallecimiento de Bergoglio, te conducen a la conclusión siguiente: no es verdad que Francisco haya sido un Papa reformista espectacular. «A lo más -me dicen- ha sido un renovador de boquilla por encima de un transformador indefectible». Lo explican de esta manera después de analizar los escasos momentos en que el Papa se ha comportado -proclamaría el pequeño Bolaños- como «uno de los nuestros». Desde luego que todos estos relatores no han podido hallar en las decisiones morales de Bergoglio un solo apoyo a sus determinaciones. Nada sobre el divorcio, nada sobre el aborto, nada de los homosexuales fuera de su comprensión humana, nada sobre los vientres de alquiler, nada sobre la eutanasia y nada tampoco sobre el papel y la función de la mujer en la organización eclesial, como no sean algunos nombramientos de última hora confiados a gerentes especialistas, por ejemplo en Administración general.
Así que, muerto el Papa argentino, menudean las especulaciones, la mayoría de las cuales, según los consultados, son totalmente improbables. En el Cónclave anterior ya entró en las dependencias de votación un cardenal favorito. Bergoglio había quedado segundo en la votación en que fue escogido Ratzinger y, por tanto, pareció entonces que ya le había llegado su hora, como así fue. Antes, desde Juan Pablo II a Bergoglio resultaba un salto demasiado aparente, por eso la Iglesia de Dios, el Espíritu Santo, aseguran los más creídos, se tomó un respiro. Ahora no existe un outsider nítido, ni siquiera en el grupo llamado G8, ocho cardenales de influencia, que ha trabajado en la última etapa de este Pontífice como asesor preferido del Papa. En este Grupo, muy influyente desde luego en el postrer Vaticano, hay que incluir al cardenal Omella, el arzobispo de Barcelona, confidente del jefe católico que, a pesar de haber cumplido la edad reglamentaria y haber pedido personalmente el relevo, continúa en Barcelona donde tampoco se le recuerda un trabajo indiscutible, más bien, además, complaciente con los golpistas del 2017.
Estamos jugando a una lotería donde los números los han comprado, por otra parte, cardenales que, a lo más, han pisado una vez en su vida el complicado suelo romano. El Papa Francisco se ha dedicado a elevar al cardenalato a individuos desconocidos, uno de las Islas Fuji, otro de Mongolia, pongamos por ejemplo, que no conocen a colega alguno de sus congéneres. Francisco, religioso al fin en su extracción jesuita, se ha fiado más de los aspirantes al solideo rojo provenientes de alguna congregación que de los venidos de una labor apostólica parroquial para entendernos. Estas preferencias -señalan mis fuentes- no han sido entendidas por buena parte de la Iglesia Universal. La prioridad de Francisco ha sentado muy mal en el denominado «bloque conservador» donde también se ha criticado, bien es cierto que sólo de rondón y por lo bajini, el destrozo que ha hecho Francisco del aura interna y exterior que, tradicionalmente, ha rodeado la figura del Papa. “Es -en opinión de los informantes- como si a la Monarquía la desprovees de un cierto boato; se queda definitivamente en nada, eso se llama República». Eso lo decía Aznar. No está nada mal tirado.
Si esta elección se contemplara de tejas para abajo, o sea sencillamente política, ya estaríamos asegurando que hay dos bloques que conviven mal que bien, pero que conviven enfrentados. Curiosamente, en la primera de estas facciones figuran candidatos al borde mismo de cumplir los 80 años y convertirse prácticamente en figurantes, que no en electores. Es el caso de Sarah, nacido en Guinea-Conakri que ya está en la linde misma de esa edad. Cuando a los curiosos (que en este asunto somos todos, incluso los que se declaran ateos, caso Cercas) se les pregunta por su quiniela, se ponen erguidos de prudencia y sentencian de forma solemne: «No lo sabemos, puede haber hasta una sorpresa». Alguno de ellos, en sus infinitas especulaciones, va echando mano de las profecías del fallón Nostradamus y apunta: «Toca un negro». Claro está que omiten la segunda parte de la previsión que adelantó el supuesto adivino, la que anticipa el final de la Iglesia y también del Universo mundo. Ya se ve cómo la próxima elección del nuevo Papa interesa mucho más que la designación del presidente de los Estados Unidos.
Por tanto: Habemus Papam, sí, pero ¿quién?, quédense con esta previsión de un sacerdote especialmente informado, él lo dice así, de lo que se «está cociendo» en Roma: «Toca un moderado tirando a conservador». Y añade: «Desde luego no otro Bergoglio». No es la moda al parecer, pero no está claro que los cardenales entiendan de estas fruslerías.
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