Gran coalición alemana, ¿futuro de España?

PP PSOE Vox

Los soberanistas alemanes, Alternativa para Alemania (AfD), han superado ya en un punto porcentual -hasta el 25%- el respaldo popular del ganador de las elecciones, la democristiana CDU, justo después de haberse anunciado el nuevo gobierno de coalición entre estos últimos y el gran derrotado en las urnas, los socialistas del SPD.

Es decir, que si hoy se celebraran elecciones al Bundestag nos encontraríamos en la paradójica situación de que el partido más votado no sólo no podría formar gobierno, sino que ni siquiera se contaría con él en una hipotética coalición.

No es una paradoja alemana, sino Europea, que indica hasta qué punto hemos pasado de pantalla, hasta qué punto vivimos en Occidente un paradigma político que para muchos resulta aún difícil de digerir. El cordón sanitario en torno a los partidos soberanistas -el muro de fuego, como dicen los alemanes en expresión más dramática- es la gran anomalía de nuestros sistemas políticos, la mayor amenaza real al sistema democrático.

En Alemania, esa AfD ya mayoritaria en las encuestas, es un paria, un intocable. Se admiten en el Bundestag mociones para ilegalizar el partido, se permite que el servicio de inteligencia interior espíe las comunicaciones privadas de sus dirigentes, es rutinariamente demonizado por los grandes medios e incluso las dos iglesias principales del país, la católica y la luterana, han lanzado incendiarios anatemas contra sus votantes.

En Rumanía han prohibido que se presente el candidato más popular, el soberanista Călin Georgescu, mediante una sentencia del Tribunal Constitucional bajo presiones más que evidentes -tácitamente reconocidas por el ex comisario europeo Thierry Breton-, y se sigue vetando la participación de candidatos alternativos.

En Francia condenan a Marine Le Pen, de Reagrupación Nacional, también el partido más votado, por una infracción más que habitual entre toda clase partidos europeos, y retuercen el derecho procesal para que la apelación no retrase la aplicación de la pena principal: la inhabilitación. No han podido dejar más claro que toda la maniobra consiste en que Marine no pueda presentarse a unas presidenciales que tendría ganada de calle.

Pero quizá sea el alemán el caso más característico, que podría augurar para los españoles un panorama postelectoral probable para nuestro país.

Porque, con todas las distancias que haya que salvar y todas las peculiaridades de uno y otro caso, podríamos decir que el SPD es el PSOE; la CDU, el PP, y Alternativa para Alemania, Vox.

Hace no tanto, cuando el control de Bruselas sobre nuestra vida política no era tan férreo, todo el mundo hubiera dado por hecho el pacto entre dos derechas triunfantes. Hoy es sencillamente impensable aunque, en la práctica, muchos votantes siguen pensando exactamente eso. ¿Cuántas veces habremos leído o escuchado en comentaristas o tertulias de bar, normalmente en boca de personas de cierta edad, que «lo que tienen que hacer PP y Vox es unirse»? Es una opinión comprensible… Para el siglo XX. Pero un disparate en el XXI.

La realidad es que la gran sima no separa ya a partidos de derechas de partidos de izquierdas, sino a los partidos del sistema, del bipartidismo consagrado en la posguerra, convertidos a un globalismo que les convierte en virtuales gemelos, de nuevas formaciones que reivindican la soberanía nacional.

Eso explica las últimas encuestas en Alemania, en las que los perplejos alemanes expresan una creciente insatisfacción con el recién instalado canciller, Friedrich Merz. ¿Cuándo antes se había dado el caso en que solo un 32% de los encuestados considerara «apto» a un primer ministro recién nombrado? ¿En qué sentido puede hablarse de «voluntad popular» con esas cifras, o con las del laborista británico Keir Starmer, cuyo apoyo se desplomó abismalmente a las pocas semanas de ser elegido?

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