El Gobierno debe bajar impuestos
El Gobierno, una vez más, equivoca su política económica. Es verdad que el rasgo más distintivo de la misma es que no se ajusta a un criterio claro, sino que va cambiando con el tiempo para adaptarse a las circunstancias, de manera que la política económica que se aplique sea la que el Gobierno crea que le ayuda a mantenerse en el poder. En eso, sigue el mismo patrón que con lo que no es economía: la permanencia es el fin y para alcanzarla da igual un principio que otro.
Esa equivocación del Ejecutivo se basa en que se empeña en incrementar el gasto, repartiendo múltiples subvenciones, en lugar de liberar recursos para que familias y empresas cuenten, a través de una bajada de impuestos, con mayor renta disponible con la que consumir, ahorrar o invertir, en definitiva, para generar actividad económica productiva y empleo.
Ese error se ve claramente en el empeño del Gobierno en otorgar subvenciones al carburante en lugar de bajar los impuestos sobre hidrocarburos, solicitar a Bruselas que se pueda aplicar a los mismos el IVA reducido o bajar el tipo general de IVA para todos los productos a los que se aplica.
Con ese reparto de subvenciones sólo provoca que los precios no bajen -incluso que suban-, al tiempo que asfixia a las gasolineras al tener que actuar como intermediarios y anticipar financieramente la ayuda pública. El resultado es un claro fracaso y si cuando se puso en marcha dicha medida, el litro de diésel estaba en 1,85 euros el litro, hoy supera los 2 euros por litro, con lo que la ayuda de 20 céntimos ha quedado absorbida en su mayor parte por dicha subida de precios.
Si en lugar de dar subvenciones, hubiese bajado los impuestos, como el tributo es un porcentaje que se aplica sobre el precio, la rebaja sería creciente al aumento de los carburantes en aquellos casos en los que se aplica un tipo impositivo, como sucedería con el IVA. Eso habría dado mejor resultado que la subvención, habría sido menos caro y habría obligado a limitar el gasto, cosa necesaria para ir volviendo a la senda de estabilidad, que más pronto que tarde habrá de regresar.
Este fracaso se plasma en la desesperación de los transportistas, que vuelven a reclamar medidas que surtan efecto, y no los señuelos con los que el Gobierno actúa constantemente, en este tema y en todos. Vuelve a sobrevolar el riesgo de una huelga de transporte, que agravaría el comportamiento de los precios de la cesta de la compra, que el Gobierno, con su actitud, está espoleando.
O el Gobierno baja impuestos para que la economía española pueda ser competitiva o el daño será mucho más profundo y las consecuencias peores que las que ahora se vislumbran, siendo ya éstas muy malas. Por eso, el Gobierno debe abandonar su dogma y ha de acometer una ambiciosa reforma fiscal, pero para bajar impuestos, que dé oxígeno a la economía, reduciendo el gasto y buscando retornar a la senda de estabilidad presupuestaria. No parece que Sánchez vaya a hacerlo, con lo que llevará a la economía española a un terreno inestable y peligroso, donde puede imponerse la estanflación y, de nuevo, un gran número de desempleados.