Frente al chantaje y la cobardía, firmeza del Estado
El delito continuo que se está cometiendo en el llamado procés se encuentra trufado, lleno de inadmisibles y vergonzosas actitudes chantajistas, mafiosas y cobardes. Carlos Puigdemont a la cabeza, arropado por una caterva que sin complejos debe ser procesada y condenada de inmediato, se ha instalado sin remisión en un conjunto de delitos que copan la mitad de nuestro Código Penal. Los constantes desmanes que llevamos contemplando desde hace demasiado tiempo protagonizados no solo por Puigdemont, Junqueras o Romeva, sino por Forcadell, Trapero, los llamados Jordis y centenares de alcaldes subidos al lomo de una clara sedición, no solo demuestra que parte de una Cataluña enferma se encuentra en manos de unos forajidos a los que es obligatorio, como mínimo, inhabilitar, sino que retrata de igual forma a los que solo miran el problema de refilón por pueriles intereses políticos o lo que es peor, por sus ortodoxas y decrépitas mentalidades guerracivilistas donde todo vale “contra la derecha”.
Pero esa desvergüenza arrogante, tanto de los autores como de sus cómplices y encubridores, es producto de la tibieza mostrada en muchos casos por nuestra actual clase política. Y digo bien, tibieza y complejo que llega hasta tal punto de no querer nombrar un artículo de la Constitución, el 155, por miedo, del mismo modo y con el mismo miedo que Zapatero tuvo al no pronunciar jamás la palabra “crisis” aún metidos hasta la médula en el fango. Parece olvidarse que Puigdemont expone de forma descarada sus auténticos propósitos. Sin duda de forma taimada, ladina, sin clase ni inteligencia suficiente para denominarla sagaz, hasta llegar a permitirse de forma infame emplazar al presidente del Gobierno a una reunión de igual a igual. Qué vergüenza y qué deshonor.
Señor presidente del Gobierno de España, menos misivas, menos plazos, menos “segundas o terceras oportunidades”. Menos oxígeno hacia los que no cumplen la ley y quieren destruir España. La ley, toda la fuerza de la ley hacia unos presuntos delincuentes. Junto con ello, corte de raíz ciertas actitudes y soflamas que parten de algunos de sus consiliarios cuando, por inaudito que parezca, todavía sostienen que si quienes se apartan de la ley y delinquen “vuelven a la ley”, se abriría la posibilidad de una negociación y salida política a esta afrenta. Señor Rajoy, señor. Zoido, los peligrosos no son los centenares de valientes ciudadanos que acudieron a las puertas de los cuarteles y comisarías a despedir a nuestros Guardias y Policías. Se debería haber reaccionado de una manera más contundente, sin duda. Pero que nuestros gobernantes no sigan en el empecinamiento del complejo cobarde. La responsabilidad es suya. La responsabilidad de no cerrar en falso el problema les compete a ellos y estamos ante una oportunidad histórica de desmantelar las amenazas, los mitos y las leyendas impostadas de una minoría. Frente a actitudes delincuenciales es la hora de la grandeza de la política, si bien contemplando a la oposición, mal cesto podremos hacer con semejantes mimbres. Que no pase a la historia un problema que solo trató de cerrar de forma tajante el Rey.
Su mensaje firme, sin precedentes, directo pero sereno, llamando a las cosas por su nombre y definiendo la actual situación como de “extrema gravedad”, tuvo la contundencia y la claridad que requieren la actitud de un infecto soberanismo agazapado de forma cobarde en la burla a los principios básicos de un Estado de Derecho y que ha arrastrado a España en general y a Cataluña en particular a un callejón cuya única salida, frente al chantaje y la cobardía, se encuentra en la firmeza del Estado. Sin concesiones. Somos un Estado fuerte. Nuestros representantes políticos deben por ello actuar con fortaleza. Es su obligación. Porque como dijo Marco Anneo Lucano, poeta y orador de la Antigua Roma: “Ante el inminente peligro, la fortaleza es lo que cuenta”.