El expolio catalanista de la lengua de Ramón Llull

El expolio catalanista de la lengua de Ramón Llull
El expolio catalanista de la lengua de Ramón Llull

El Instituto Ramón Llull (www.llull.cat) nació en el año 2002 (de la mano del presidente socialista-catalanista de Baleares Francisco Antich y el presidente separatista de Cataluña Jorge Pujol) “con el objetivo de promover en el exterior los estudios de lengua y cultura catalanas”. ¿Cómo es posible que el nombre del mallorquín más universal de todas las épocas de nombre a esta entidad catalanista? Pues ni más ni menos, porque es considerado como “el forjador de la lengua catalana”. Así, al menos, lo considera la filóloga menorquina Ana Moll, totalmente supeditada culturalmente a Cataluña.

De hecho, en 1980 fue nombrada directora general de Política Lingüística de la Comunidad Autónoma de Cataluña, con el objetivo principal de promover la normalización lingüística en dicha comunidad autónoma. Debido a su gran “experiencia”, en 1989 fue nombrada coordinadora de la normalización lingüística de Baleares por el candoroso gobierno popular de Gabriel Cañellas (ya había tirado la toalla). El gobierno popular ya había hecho suyo el mantra pancatalanista de Moll: “Las raíces de la población autóctona actual de Baleares se hallan indudablemente en la conquista catalana”.

Pero ya sabemos que nada de eso es cierto. En Mallorca permanecieron los Rum (Alí de la Palomera y Benhabet junto a los payeses que abjuraron del Islam) que conservaron su dialecto mozárabe y la herencia constructiva romana. El dialecto mozárabe de los Rum fue el que configuró la nueva lengua mallorquina después de su fusión con la lengua de oc de los conquistadores y colonos catalanes, aragoneses, leridanos, languedocianos, provenzales y roselloneses. Ramón Llull sí que fue el forjador de una lengua, pero de la lengua mallorquina. Sobre la base de la lengua de oc (y no la lengua catalana) el mozárabe aportó los topónimos conservados durante siglos por los Rum, los vocablos que aparecen en el “Vocabulista in arabico”, así como el mantenimiento de una serie de voces consecuencia de una evolución distinta del continente.

Todas estas aportaciones influyeron en la lengua de oc que llegó a Mallorca, haciéndola distinta de la lengua de oc continental, iniciando su propio camino. Una evolución diferente de la que siguió en Cataluña, Occitania y el Rosellón. Esta distinta realidad y progreso entre el romance continental y el romance insular la puso en evidencia Ramón Llull en sus escritos. Tanto es así, que muchas de las formas y expresiones lulianas de los siglos XIII y XIV aún siguen vivas en la actual lengua de Mallorca, difiriendo mucho de la lengua estándar que se impuso en Baleares con el caballo de Troya catalanista de 1983 (el Estatuto).

Estas evidentes diferencias obligaron a la doctrina catalanista (para poder encajar sus tesis) a hablar de “dialectalismos” y “mallorquinismos” en la prosa de Llull, para así arrinconarlos. El encargado fue el lingüista catalán Antoni M. Badía: “ahora no es la hora (todavía esperamos) de establecer una especie de corpus de todos los rasgos lulianos que hoy son mallorquinismos probados. La lista sería tan abundante que ya justificaría un trabajo independiente”. De “mallorquinismos” aporta todos estos que hoy en día (aún no los han erradicado) están vivos en la lengua mallorquina (coa, bístia, redona, deïm, gordar, gonyat, veren, renuncii, trob, deman, pos, esper, ador, ceros, nostro, feels, poria, servici, escorxa, esgleia, apparayat, jonoyls, enganar, composts, disposts) frente a las actuales formas estándar barcelonesas (que se dan en los libros de texto) (cua, bèstia, rodona, diem, guardar, guanyat, veieren, renuncio, trobo, demano, poso, espero, adoro, cérvols, nostre, fidels, podria, servei, escorça, església, aparellat, genolls, enganyar, compostos, disposats).

Pero nos hemos de preguntar. ¿Cómo es posible que “el forjador de la lengua catalana” usara para escribir un número tan elevado de “dialectalismos”? El catalanismo no da respuesta, la deja de lado, para centrarse en el “milagro” del nacimiento de la lengua catalana de la nada (es como el “big-bang”, pero a la catalana). No tiene desperdicio.
Para Badía, el beato mallorquín es el “artífice primerizo de la lengua”. Para añadir que su obra es “el milagro de creación de la lengua”. Se trataría de una excepción a nivel mundial ya que, según el mismo Badía, “la génesis de las lenguas y de las literaturas románicas presenta unas características bastante similares: hay unos comienzos lingüísticos vacilantes, después de los cuales aparecen, concatenados, diversos intentos, más o menos conseguidos de perfeccionamiento idiomático (…). Pero no es esto lo que ocurre con la lengua catalana (…) (con Ramón Llull) salta de casi de la nada a su primera producción clásica”. Explicado, ya está.

Badía ha de recurrir al “milagro”, ya que no quiere admitir el hecho que la lengua catalana es un dialecto de la lengua de oc, que ya llevaba tres siglos de producciones literarias (siglo X, “Alba de Fleury” y “Boeci”; siglo XI, “Canczon de Sancta Fides d’Agen”; siglo XII, composiciones de los trovadores). Esta tradición lírica llegó durante el siglo XII a la Corte Aragonesa con las producciones de los trovadores provenzales y catalanes, a lo que se añadió el incipiente uso de la lengua romance (así se denominaba la lengua de oc) en el ámbito administrativo (Barcelona, finales del siglo XII, “Capbreu de Castellbisbal”, traducción “Liber iudiciorum”; Jaca, principios del siglo XIII, “Establimentz”, traducción “Fueros de Jaca”). El uso oficial de la lengua romance se consolidó a mediados del siglo XIII con la redacción y traducción del latín de los documentos fundamentales y fundacionales de los diversos reinos y territorios del Rey de Aragón (“Usatges de Barcelona”, “Furs d’Aragó”, “Furs de València”, “Llibre del Repartiment de Mallorca”), lo que facilitó y permitió la producción de obras literarias en prosa.

En Mallorca quien practicaba el arte de trovar era, nada más y nada menos que, Ramón Llull. Lo cierto es que Llull, de familia culta, rica y noble cercana al rey Jaime I, recibió una importante formación caballeresca, que incluía aprender latín y gramática, como también el ejercicio del arte de la juglaría. La obra de Llull no fue ningún “milagro”, no surgió de la nada. Era fruto de la herencia de las precedentes producciones literarias en lengua de oc de siglos atrás, consolidada cuando la lengua romance alcanzó, en el siglo XIII, el nivel de lengua oficial y administrativa en la Corte Aragonesa.
Ramón Llull no fue el forjador de la lengua catalana, ni sabía de su existencia. Jamás uso el término “catalán” en toda su obra.

Así lo confirman los cuatro tomos del “Glosario general luliano” de Miguel Colom, donde no aparece por ninguna parte el vocablo “catalán”. Además es del todo falsa la frase atribuida a Ramón Llull (a la que se agarra como un clavo ardiendo la doctrina catalanista) con motivo de un supuesto regalo a Pietro Gradenigo duque de Venecia: “ego, magister Raymundus Lull cathalanus”. El lulista Fernando Domínguez, perteneciente al “Raimundus Lullius Institut” de la Universidad alemana de Friburgo pone en duda la misma nota autógrafa, a la vez que recalca que el calificativo catalán es ajeno a toda la obra del mallorquín.

Por mucho que el subvencionado y tergiversador medio pancatalanista www.elpuntavui.cat nos cuente que Llull “dejó una cantidad de dinero para que se hiciesen copias de algunos de sus libros, tanto en latín como en catalán”, la verdad es que en su testamento de 1313 destinó 140 libras para que se copiasen sus diez obras más recientes en pergamino, tanto en romance como en latín: “Scribantur libri in pergameno in romancio et latino”. De catalán, nada de nada.

Lo último en Opinión

Últimas noticias