Europa, el niño en la boda de los mayores

Europa

La reunión de líderes europeos en París este lunes fue un retrato de la paradoja continental. Se quejan de que Trump y Putin los excluyan de las grandes negociaciones, pero cuando organizan su propio cónclave, lo convierten en un reservado de club privado. El acceso, por supuesto, solo para socios. Y los socios, en esta Europa de jerarquías, son siempre los mismos.

Macron, emperador republicano de manual, mandó las invitaciones sin preguntar a nadie. Él convoca, él decide, él reparte los asientos. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, quedó relegada al papel de florero institucional: un adorno que legitima con su cara de circunstancias lo que otros han pactado. Pero si alguien pensaba que este círculo restringido era una reunión de socios exclusivos de la UE, pronto se llevó una sorpresa. Porque al primer ministro británico, que ya ni siquiera forma parte de la Unión, le hicieron un hueco. Mientras tanto, los hermanos pequeños de la Europa comunitaria, esos que pagan y votan pero no cuentan, se quedaron fuera. ¡Pero luego son estos mismos líderes los que dan lecciones a Trump sobre multilateralismo!

El formato fue una versión diplomática de una celebración familiar mal resuelta: los primos favoritos en la mesa principal, y los parientes pobres relegados a una esquina, mirando desde lejos. ¿Dónde estaban Hungría, Austria, los Bálticos, Finlandia? «Es que invitar a todos sería un lío», argumentan los mismos eurócratas que llevan una semana quejándose de que Trump no les sienta en la mesa de Riad. Claro, porque coordinar a toda Europa en una negociación de paz con Trump sería un plácido pícnic, pero organizar una reunión interna en París ya es una empresa titánica. La coherencia brilla por su ausencia.

El caso de Reino Unido es especialmente revelador. «Es un actor clave», justificarán algunos. Como si en la Europa continental solo existieran Francia y Alemania. Como si Georgia, Azerbaiyán o Turquía fueran simples figurantes. La realidad es que esto no es diplomacia, es una pelea de gallos por salir en la foto más grande. Se indignan porque Trump y Putin deciden en Riad, pero en París han hecho exactamente lo mismo: un club selecto de líderes buscando su hueco en la imagen. Para Macron y Scholz, Erdogan puede quedar fuera del encuadre mientras ellos ocupen el centro. Y Zelenski, claro está, como accesorio inamovible de la política exterior europea. Europa convertida en un selfie con Zelenski al fondo.

Mientras en París se hacía esta coreografía de vanidades, en Riad el tablero de ajedrez se mueve sin que Europa tenga ficha. Lavrov y Marco Rubio avanzan peones. Trump, como buen tahúr, reparte las cartas. Y la UE, que tanto insiste en estar en la mesa, ni siquiera ha sido capaz de invitar a todos sus miembros en su propia reunión. ¿Qué lógica tiene que un Reino Unido fuera de la UE tenga silla en la mesa, pero no Finlandia, que comparte frontera con Rusia?

Trump lo tiene claro. Europa no está en la primera fase de las negociaciones porque no tiene una posición unificada y, en el fondo, no aporta nada al proceso. Ni siquiera en la OTAN logran ponerse de acuerdo sobre la adhesión de Ucrania. ¿Para qué incluir otra fuente de conflicto cuando ya hay suficientes problemas?

Y aquí está la clave: Trump ha entendido algo que Bruselas se niega a aceptar. En esta partida, los jugadores decisivos son él y Putin. No hay sitio para figurantes. Europa no es un actor relevante en la negociación porque, sencillamente, no toma decisiones. En términos militares y geopolíticos, la UE es un espectador de lujo con ínfulas de protagonista.

Europa no es un jugador de ajedrez. Ni siquiera es un peón. Es el espectador que grita desde la grada que la jugada ha sido injusta. Se indigna por los movimientos de las piezas, pero no mueve ninguna. Se lamenta de que no se le tenga en cuenta, pero solo busca la manera de salir en la foto. Es la política de la queja y la autoflagelación. El victimismo institucionalizado.
Macron y compañía lloran por no estar en la mesa de los grandes, pero cuando se les da la oportunidad de liderar, se rodean solo de su círculo de confianza y son incapaces de fijar un criterio común. Se miran al espejo y ven gigantes, pero cuando salen al mundo, los demás los ven como lo que realmente son: burócratas atrapados en su propio laberinto de promesas incumplidas y decisiones postergadas.

Y aquí es donde radica la gran ironía. Cuando llegue el momento de la negociación, Europa estará en la sala finalmente. Pero no porque se lo haya ganado, sino porque necesitarán a alguien que firme lo que otros han decidido. Lo harán con cara de circunstancias, como los niños a los que finalmente dejan sentarse en la mesa de los mayores, pero solo para que no hagan demasiado ruido.

Mientras tanto, seguirán enredados en su guerra de egos, convencidos de que el resto del mundo gira a su alrededor. Cuando la verdad es que ya no importan tanto como creen.

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