Con este drama no se relativiza
Por muy increíble que pueda parecer, en pleno siglo XXI aún hay quien justifica el machismo, la violencia sexual y la violación. Esta lacra social, con más de 1.000 denuncias a lo largo de 2016, no admite claroscuros: no puede existir otra opción que la condena. Rosa María Miras agredió verbalmente en Facebook a la líder de Ciudadanos en Cataluña, Inés Arrimadas, llamándola «perra asquerosa» y deseándole que fuese «violada en grupo». Barbaridades ante las que Tinsa, la empresa en la que trabajaba esta energúmena, decidió con buen criterio despedirla de manera fulminante: «Tinsa quiere expresar su total repulsa a los inaceptables comentarios contra la señora Arrimadas por esta persona, que ya ha dejado de trabajar para la compañía». Una determinación congruente que ha encontrado un apoyo unánime en el mundo de la política: desde los propios compañeros de Arrimadas hasta adversarios como Susana Díaz, Gabriel Rufián o Pablo Iglesias. Sin embargo, para estupor de cualquier persona con un mínimo de ética y moral, Miras ha encontrado un apoyo vergonzoso en dos periodistas: Antonio Maestre y Juan Soto Ivars.
Resulta execrable que dos profesionales de la comunicación necesiten suscitar este tipo de polémicas y escándalos para atraer el foco público. Cuando la relevancia y la calidad del trabajo pasan desapercibidas, los malos periodistas optan por montar escándalos en las redes sociales. Una estrategia de infinita mediocridad que en este caso se vuelve repugnante. Con sus comentarios relativizan «la violación de Arrimadas» y, por extensión, las agresiones sexuales que sufren todas las mujeres. Antonio Maestre, de La Marea, se caracteriza por su radicalidad y un discurso teórico de un milímetro de profundidad, amén de estar siempre divagando por el extrarradio de la inteligencia. En Twitter ha comentado que es «deplorable» despedir a alguien «por lo que hace en Facebook en su tiempo libre». Esta estulticia ha encontrado continuidad en las palabras de Juan Soto Ivars. El periodista de El Confidencial, tan largo de palabras como corto de razones, ha justificado el ataque de Miras porque «las mujeres suelen ser objetivo de comentarios sexuales depravados». Como si por el hecho de producirse, tanto la Justicia como los ciudadanos tuvieran que seguir soportándolo sin hacer nada.
En la defensa de lo imposible, no vale la excusa de «es una persecución que le destrozará la vida». La vida se la ha destrozado sola Rosa María Miras Puigpinós con semejante exhibición de odio. Un delito, además, que está tipificado en el artículo 510 del Código Penal y que lleva aparejado penas que oscilan entre uno y cuatro años de cárcel. Las redes sociales son ya un ámbito más de nuestra vida civil y cada persona tiene que afrontar las consecuencias de sus actos. De ahí que el Gobierno deba poner coto a esa fosa séptica del insulto endureciendo las leyes. Hay desprecios y ataques que no pueden salir gratis a quienes los cometen. La connivencia con los que desean «violaciones en grupo» —ese nauseabundo «algo habrá hecho» o «no es para tanto» que subyace de todo esto— da alas a acémilas como los que formaban parte de La Manada, aquel grupo de energúmenos que violaron a una chica durante los Sanfermines de 2016. A veces, las palabras saltan de los textos y se convierten en realidad. Ante las agresiones sexuales, tolerancia cero. Todo lo demás, carece de justificación. Libertad de expresión, toda la del mundo. Fascismo verbal, ninguno.