En la España de Sánchez aún votamos

Pedro Sánchez
  • Agustín de Grado
  • Subdirector y responsable del Área Política en OKDIARIO. Antes jefe de área en ABC, subdirector en La Razón y director de Informativos en Telemadrid.

La democracia no consiste sólo en votar. También votan en Cuba, en Venezuela, en Rusia. Incluso se votaba con Franco. Y nadie con uso de razón considera a Castro, Maduro, Putin o el generalísimo próceres del sufragio universal y paladines de la voluntad libremente expresada. Votar en libertad es lo mejor que hemos inventado para relevar a nuestros gobernantes de forma pacífica (Popper) y una excelente fórmula para concitar acuerdos y crear las leyes. En ningún caso un método científico que nos pone a salvo de gobiernos ineficaces, corruptos o tiránicos.

En la España de Pedro Sánchez aún se vota. Faltaría más. Pero el marido de Begoña Gómez realiza a diario un uso tan patrimonialista de la democracia de todos que hace ya difícil reconocerla como tal. El imperio de la ley y la limitación del poder, las dos condiciones que elevan la democracia de una simple técnica de elección a garantía de la libertad, han sido borradas del mapa por el napalm con que el desempeño sanchista del poder todo lo inflama.

El imperio de la ley ha sido sustituido por la santa voluntad del inquilino de La Moncloa. Los que se alzaron contra la ley de leyes en 2017 fueron primero indultados y después amnistiados para comprar los votos necesarios de la investidura. Se suavizaron también delitos para acomodarlos a la realidad penal de los sediciosos. Es así como la ley dejó de ser igual para todos los españoles y pasó a convertirse en moneda de cambio. Al reducir la democracia a la regla de la mayoría, Sánchez sentó un precedente peligroso: que el 51% de los españoles puede arrebatar los derechos del otro 49%.

Para apropiarse del instrumento del Estado que tiene como misión constitucional defender la legalidad, Sánchez se atrevió a lo nunca visto en España, ni siquiera cuando Felipe González logró la inaudita mayoría absoluta de 202 diputados y Alfonso Guerra dio por muerto a Montesquieu: colocar a una ministra suya que, además, semanas antes se había presentado a las elecciones bajo las siglas del PSOE y había protagonizado incendiarios mítines contra la oposición. ¿De quién depende la fiscalía? Pues eso. Ahora persigue a adversarios políticos.

Sánchez también ha sabido sabotear la independencia judicial. Entregó el Tribunal Constitucional a Conde-Pumpido para que cumpliera una misión: anular al Supremo y reciclar sus sentencias contrarias a los intereses del sanchismo. El fiscal general que animó a mancharse las togas con el polvo del camino cuando Zapatero negociaba con ETA ya ha purificado a los socialistas condenados por el fraude multimillonario de los ERE, se dispone a bendecir la amnistía de los golpistas rehabilitados como socios del Gobierno y García Ortiz duerme tranquilo. Sabe que saldrá indemne de la filtración contra Ayuso cuando acuda en amparo al tribunal amigo. A la vista está que convertir en jueces a quienes carecen de jurisdicción tiene sus ventajas.

Que la democracia de Sánchez se asemeja cada vez más a la de Maduro ya ni cotiza. Avanza el presidencialismo mientras el Parlamento se devalúa. La tropelía de cerrar el Congreso durante la pandemia para evitar el control al Gobierno no se le hubieran consentido los británicos a Churchill en plena guerra mundial. Westminster permaneció abierto, con sus acalorados debates, incluso bajo los bombardeos de la Luftwaffe. Aquí, una mayoría asustada estaba más preocupada por sobrevivir al virus letal que por los protocolos democráticos, pero en un régimen constitucional los protocolos son la democracia misma.

Anticonstitucional es también que el Gobierno no presente al Congreso los Presupuestos Generales del Estado «al menos tres meses antes de la expiración de los del año» (art.134.3). Aunque está obligado a hacerlo, a Sánchez se la bufa. Como el hecho de sólo haber convocado un debate del estado de la Nación en siete años, ser desde la muerte del dictador el presidente que más ha gobernado por decreto o que ahora quiera aumentar el gasto militar y ubicar a España en el nuevo orden geopolítico sin someterlo a votación del Congreso para no exponer su debilidades y contradicciones. Que no se vea que el rey está desnudo o alguien vaya a confundir «salto tecnológico» con «rearme».

Sánchez se sabe en minoría, pero le encoleriza la alternativa de devolver la voz al pueblo. En un alarde de sinceridad sorprendente en quien la palabra está siempre reñida con la verdad, avisó de que gobernaría sin el Legislativo si fuera necesario. En ello está. Y si tiene que hacerlo en contra de la mitad de su Gobierno anti-OTAN, también lo hará. Porque Sánchez sólo entiende la democracia en beneficio propio. Recuerda cada vez más al dictador de Yo el Supremo: «Aquél que con el pretexto del progreso, bienestar y prosperidad de sus gobernados, substituye el culto de su pueblo por el de su propia persona».

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