PRIMERA LÍNEA

Embrutecer el 31 de diciembre

Embrutecer el 31 de diciembre

Por capricho del solleric de adopción Miquel Ensenyat, todo él un ninot del separatismo, el Día del Estandarte que se celebra el 31 de diciembre para conmemorar la entrada en Palma del rey Jaime I de Aragón, en la pasada legislatura se hizo coincidir con la Diada de Mallorca que hasta entonces había sido el 12 de septiembre por razones de mucho peso, como lo es el juramento solemne en 1276 del rey Jaime II proclamando los privilegios y franquicias del Reino de Mallorca. Resulta que a los de Més, marca blanca de Esquerra Republicana de Catalunya, les producen arcadas las costumbres propias de esta tierra, sencillamente por no ajustarse a su relato pancatalán. 

La sustituta de Ensenyat en la presidencia del Consell de Mallorca, es decir la poblera Catalina Cladera, no ha corregido esta decisión de embrutecer la celebración del Día del Estandarte. Así pues, el testigo se lo ha pasado un indepe a una socialista, lo que viene a confirmar que no hay diferencias. O será, quién sabe, la demostración de que los foravilers ya vienen de fábrica con el desprecio a las fiestas locales capitalinas, con el agravante de estar refiriéndonos a la fiesta civil más antigua de Europa.

Es cierto que el censo de Palma, cada vez con mayor presencia de foráneos, ha visto reducido el número de lugareños a poco más de la mitad, y dentro de poco es probable que acabemos siendo piezas de museo etnológico. Lo que explica la ausencia de una airada protesta ciudadana al comprobar que se está adulterando una pieza importante de nuestra historia local.  

Dice la RAE sobre el significado de embrutecer: «Entorpecer la capacidad de razonar de alguien hasta casi privarlo del uso de la razón». Lo que viene a ser relevante de su significado es intentar mermar de forma considerable la capacidad de raciocinio. Además de concurrir gravemente en este hecho manipular miserablemente la fiesta local consolidada desde la Edad Media como lo es celebrar el Día del Estandarte el 31 de diciembre en Palma, un Bien de Interés Cultural por encarnar la fiesta civil más antigua de Europa.

Lo que se conmemora el último día del año es la conquista de Palma el 31 de diciembre de 1229, una fiesta que se remonta al siglo XIII, descansando el protagonismo principal en la corporación local. Esto explica al menos el hecho de que los miembros del Consell de Mallorca no participen de una manera directa en la colocación del estandarte, ceremonial reservado en exclusiva a los ediles del Ayuntamiento de Palma. ¡Por el momento! Que a la mínima que se pueda seguro que los del Consell de Mallorca le meterán el hocico al ceremonial y se acabó el significado original alumbrando cosa distinta, bastarda, pero que encaje bien con el separatismo pancatalanista.

Claro que, nada más producirse esa invasión en las tradiciones centenarias, se perdería de inmediato la declaración de Bien de Interés Cultural.

Hoy usurpar el verdadero espíritu del 31 de diciembre, confundiéndolo por simple asociación de ideas con la Diada de Mallorca, carece de interés para el vecindario de Palma, que siente la Fiesta del Estandarte como algo propio y quiero pensar que profundamente interiorizado. Esa belleza coreográfica, tan propia del ceremonial. Por eso ver desfilar también a los representantes políticos del Consell de Mallorca, a una prudente distancia en todo caso del corazón de la fiesta, me resulta particularmente grotesco: son como aves de carroña, esperando el momento de entrar a despedazar su significado real.

En la víspera, que forma parte intrínseca del Día del Estandarte, acuden a la ofrenda floral a los pies del monumento de Jaime I en la plaza de España de la capital balear el conjunto de la sociedad civil además de la clase política. 

Los separatistas de un tiempo a esta parte se han encargado de organizar en paralelo, y allí mismo, su algarada institucional con mayor o menor jaleo. Con la llegada de Miquel Ensenyat al Consell de Mallorca, tocaba dar otro paso más: el asalto –con la Diada de Mallorca-  al verdadero significado de la Fiesta del Estandarte y fagocitarla sin el menor decoro como acto central.

Los palmesanos, sea cual sea su condición y si de verdad se sienten vecinos que aprecian de corazón las tradiciones capitalinas, tendrán el 28 de mayo la oportunidad de hacer valer quiénes somos en realidad, negándole el voto a cualquier partido que no lleve en su programa electoral regresar la Diada de Mallorca al lugar que corresponde, dejando en paz la Fiesta del Estandarte. 

Esto no va de ideologías. Va de autoestima: de respetar de dónde venimos.  Y nuestra procedencia los últimos siete siglos tiene una fecha inviolable: el 31 de diciembre de 1229. Porque de no poner pie en pared la Plataforma 31 de desembre acabará saliéndose con la suya: desvirtuar nuestros orígenes. 

Y lo que vendría después, porque la ideología woke (corrección política elevada a paranoicos dogmas de fe) se encargaría, acto seguido, del derribo de cualquier seña de identidad que no se corresponda con sus intereses. ¿Ya hemos olvidado el salvaje derribo de estatuas en el continente americano? ¿Para cuándo reivindicar la supuesta naturaleza musulmana de Mallorca? 

¿Qué pasa con los honderos? ¿También eran muslims al servicio de Roma?

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