Doña Clotilde y los papagayos fulleros de Sánchez
El papagayo es un ave psitaciforme (¡ahí queda eso!) que se caracteriza por repetir las palabras y las frases, incluso enteras, que escucha en sus alrededores. Es obediente al transmitirlas. La vecina de mi abuela, cuidaba como a una marquesa, a una cotorra ya metida en años que, invariablemente, replicaba lo último que decía su señora.
Ella la trataba con esmero y el pájaro siempre se hacía eco de los mensajes de su dueña, pero hete aquí, que en una fecha desgraciada, el papagayo oyó íntegra la conversación telefónica que doña Clotilde mantenía con una presunta amiga. Al final se despidieron y la tal vecina apostilló: «Ésta es insoportable y una mentirosa».
El azar quiso que el aparato no estuviera colgado del todo; el papagayo, en su función, repitió lo dicho por su señora, y allí, en aquel trance, acabaron las amistades de ambas conocidas. Doña Clotilde se enfadó con quien no debía, el loro, y quiso venderlo a una pajarería, pero el dependiente no lo quiso, le espetó: «Este ya no repite más que lo que usted dice».
Así que la dama tomó una sublime decisión: abrió una ventana de su casa y la jaula y dejó volar al ave. La despidió -me dijo mi abuela- de esta guisa: «Para loro, yo».
Probablemente, la historia no esté del todo bien traída, pero este miércoles, escuchando a cinco, ¡cinco! ministros del Gobierno recitar el papel que les había preparado Moncloa recordé para mis adentros al pájaro de doña Clotilde, y me hice la siguiente composición de lugar: «A ver cuánto tiempo le van a durar a Sánchez estos loretes».
El último de ellos, Marlaska (lo de Grande ya no lo recuerda nadie) reflejaba una cara funeraria como reconociendo: «¡Qué ridículo estoy haciendo!». Era lo suyo como lo de esas vacas flacuchas y desmadejadas que, en vez de dar leche, dan pena. Eso es lo que transmitía este agonizante ministro del Interior repitiendo como un púber la tabla de multiplicar, o como un papagayo las confesiones de doña Clotilde. Hombre: vale que la fábrica de consignas del sanchismo imperante imponga mensajes de obligado cumplimiento a toda su tropa gubernamental pero, ¡por Dios! No haga que los locutores repitan monocordes unas acusaciones que, a la segunda, causan no el estupor, sino la risa general. Hay que ver a Alegría, infortunada portavoz, recitando las ingeniosidades que le han preparado; tuerce la boca en un gesto de asco indisimulable y debe decirse: «A ver que me cuecen para mañana».
Solía manifestar el primer presidente de la Generalidad restaurada, Josep Tarradellas, que «en política se pueda hacer de todo menos el ridículo». Frase definitiva que al parecer no todos los que se dedican a este menester tienen siquiera un poco en cuenta. Voy por otro lado, al de enfrente del PSOE, al PP concretamente: es muy posible -y así lo reconocen en la dirección del partido- que la querella presentada por corrupción, a secas, contra el sanchismo en el Juzgado número 5 de la Audiencia Nacional no sea admitida a trámite por el titular couché Pedraz. Entonces, si conocía este aserto porque se lo manifestaron claramente algunos juristas de confianza, ¿por qué demonios se metieron en el jardín? Ya nos podemos imaginar la reacción qué van a tener Sánchez y sus cuates si al final el resultado es este. ¿Por qué se arriesgan a este ridículo?
Sucede que en Política, digámoslo con mayúscula, hay mucho papagayo en estos días. Los del PSOE, como no tienen vergüenza ni mesura, se prestan al papelón, y no ya con la disciplina de un cabo de Infantería, sino con la necesidad de no poner reparos a los recados que les hacen cantar. A estos no les ocupa otra obsesión que mantener su puesto a costa de lo que sea, su futuro mediato, su comer todos los días, depende de su lealtad perruna, o mejor dicho, lanar, al gendarme que les manda.
Fíjense: los loros se aprestan sin rechistar a dar por buena una de las mentiras clamorosas urdidas por Moncloa; a saber que el documento -oficial- en el que el fiscal del caso pretendía llegar a un acuerdo con el novio de Ayuso, es un bulo. El fiscal general para este acuerdo, o sea: ¿Dónde está el bulo? Mienten y se quedan tan frescos.
Al final, cubren de fango al jefe del Gabinete de la presidenta de Madrid porque no se atreven del todo con ella misma, que ya el jueves les llamó desde mafiosos a estalinistas. Bien servidos fueron. Ayuso es para Sánchez y su cohorte de desaprensivos una torre a la que hay que derribar, por eso utilizan sin escrúpulos todos los resortes del Estado contra ella. Con los papagayos en primer tiempo de saludo, carraspean lo que el preboste de los loros vomita a diario. Saben estos pobres paniaguados que el día que uno de ellos se salga del tiesto, su cabeza rodará como una pelota del fútbol en el campo agreste del Rayo Vallecano. Por tanto, a repetir y a no pensar. Esa es la clave.
Pero, y en privado, ¿qué dicen? Pues poco y con medida, pero aun así, algunos traslucen, quizá los más veteranos, su dolor y transpiran un nerviosismo espectacular. Aplauden al ritmo que marcan Simancas, un tipo vengativo que todavía clama contra el mundo mundial por no haber conseguido ser presidente de Madrid, y Patxi López, un fanático de última hora que cada minuto tiene que hacer méritos ante Sánchez, no vaya a ser que este se acuerde de los denuestos que le largó cuando quiso, como Sánchez, ser secretario general PSOE.
Menos mal que el PP ha recaído en que sus oponentes no son tal, son enemigos en toda regla. Puede ser que por primera vez en la democracia española que nació en 1976, los rivales políticos sean directamente eso, enemigos que se meten la navaja entre los dientes para despedazar, sin miramientos, a quien se le ponga al lado.
En eso consiste exactamente la polarización, el muro, que ha construido Sánchez para convertir a la sociedad española en una región dividida y a punto de estallar en un conflicto civil. Este verano, un catedrático de una universidad norteña afirmaba en un corro lo siguiente: «Sólo existe una diferencia con la España de 1934: que, afortunadamente, ahora no hay muertos». Los ha habido, ETA, pero contra los que los causaron estábamos todos de acuerdo, hoy, los etarras son los socios más queridos y requeridos por el abominable hombre de La Moncloa.
Final: los papagayos de este individuo mienten, son unos fulleros, pero no se quedan ahí, pretenden enviar a la cárcel o al exilio a todos sus oponentes. Más que loros de pitiminí, como el de doña Clotilde, son como los pájaros agresivos de aquella película de los ochenta que sacaban los ojos a sus víctimas humanas. Advierte Sánchez: «Vamos a por todas» Y en eso están; que nadie se engañe: los halcones no son papagayos, ellos no hablan, pican y a veces… matan.