El discurso del Rey y la melancolía

El discurso del Rey y la melancolía

El discurso del Rey me encontró en plena cena, con el televisor en una zona apartada del salón. Como abandoné unos instantes la mesa, mi familia no independentista al Icético modo (los separatistas son blablá pero “Madrid” y no digamos el Rey blablá) se mostró sospechosamente concernida por mis malos modales y escandalizada por osar levantarme sin haber sido el ágape de Nochebuena debidamente concluido. No pasa nada, créanme, porque nos tenemos calados mutuamente desde hace tiempo y nos conocemos los respectivos paripés. Nada que no se viva en otras mesas de Nochebuena de España: las familias felices lo somos de forma muy parecida, como se encargó de señalarnos el ruso.

Muchos españoles estamos viviendo días especialmente angustiosos. Tenemos a un Sánchez desencadenado, capaz de cualquier cosa por mantenerse en el poder. Y un partido socialista que parece incapaz de reaccionar o, lo que es peor, se siente a gusto en la empresa pirata en la que les han embarcado: lo importante es el botín.

En estos tiempos de desasosiego, sólo la monarquía aparece como pilar vertebrador y sólida esperanza para un país en proceso feroz de centrifugado. Aún habrá quien se entretenga en disquisiciones sobre si es mejor la República o la Monarquía. Yo casi ya no tengo duda de que con un sistema republicano basado en consensos entre los partidos y sujeto a vendavales de intereses estaríamos al borde del abismo (más al borde del abismo). Creo que la situación ha creado monárquicos antes impensables, conversos por la fuerza de las evidencias.

Así que esperábamos el discurso de Felipe VI con tanta expectación como los que iban a Delfos para oír la voz esclarecedora del oráculo. Y nos hemos levantado con una resaca de melancolía. No es por los tópicos políticamente correctos: vivimos tiempos inseguros, con amenazas a la igualdad entre hombres y mujeres y un cambio climático que nos apela con alarmante inminencia. Seguramente es demasiado pedir que el discurso del Rey tenga ecos de los estudios más punteros y de las estadísticas más concienzudas que nos indican precisamente lo contrario. No aspiro a tanto. Es que, ahora mismo, como emergencia emergencia, tenemos la nacional. Y de esto no le oímos nada al Rey, salvo una mención muy somera a Cataluña como problema.  Aun aguzando el oído o intentando “escuchar” entre líneas, nada percibimos sobre la gran canallada que un partido supuestamente constitucionalista está a punto de perpetrar. Quizá el mensaje estuviera encriptado y a mí me falta el programa mental adecuado, pues ese consuelo no lo recibí.

El problema urgente no es el soberanismo, ni siquiera la agresión continuada que una mitad de la población de Cataluña recibe de la otra de manera ininterrumpida desde el pre golpe hasta el post golpe. La cuestión es que aquellos que denunció el Rey en su confortador discurso de octubre de 2017 van a ser considerados como socios apropiados para un próximo gobierno socialista. Sassoli tiene más razón que un santo: quién es él para vetar a los que uno de los principales partidos europeos considera admisibles para formar ese gobierno. La dificultad no es Europa (que también) sino una parte importante de los españoles.

Nos hemos despertado con esa melancolía, pero, por suerte, tenemos aún fresco ese discurso de 2017 y la contundencia de su referencia a la “deslealtad inadmisible” de los secesionistas. Ahora esa “deslealtad inadmisible” nos llega de quienes están debilitando las instituciones y poniéndolas de la manera más irresponsable al servicio de una investidura que está por encima de todo. Y confío en que el Rey lo sabe. Paciencia.

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