(Pero el diablo sí le quiere dar la segunda a Sánchez)

Dios no da una tercera oportunidad

Dios no da una tercera oportunidad
Pablo Casado y Pedro Sánchez.

No me lo han contado porque yo estaba allí. En Ferraz. En el sanctasantórum socialista. En aquel 3 de marzo de 1996 que cambió (a mejor) la historia de España. Felipe González acababa de perder por los pelos unas generales que un mes antes no es que tuviera difíciles sino que más bien se contemplaban desde el partido del puño y la rosa como un imposible físico y metafísico. En el ecuador de enero a febrero todas las encuestas le situaban a una media de 10 puntos de un José María Aznar que terminó siendo mucho mejor gestor que él pero que como candidato, como producto electoral, gastaba dos o tres tallas menos que su antagonista. El secretario general socialista había obtenido 9,4 millones de votos frente a los 9,7 millones de la foto del cartel electoral popular. Lo que se antojaba una victoria rotunda del PP se transformó en eso que el sobresaliente Alfonso Guerra definió con su gracejo habitual como “amarga victoria”.

El hombre que más años ha gobernado en España, al que vi esta semana en plena forma, igual por cierto que a su antaño íntimo enemigo José María Aznar, compareció ante los suyos a eso de las once de la noche en medio de un fervor tal que un extraterrestre que hubiera tocado tierra por primera vez en su vida habría colegido que era el vencedor de la batalla electoral por quinta vez consecutiva. El sevillano de madre santanderina tuvo que rogar silencio al auditorio tras más de cinco minutos de incesantes aplausos:

—¡Nos ha faltado una semana y un debate!—, exclamó en una reflexión que lejos de ser una fanfarronada constituía una verdad incontrovertible. En aquellos comicios no hubo cara a cara televisivos. Ni en plural, ni tampoco en singular. Ya en la calle, el vehículo oficial del a la sazón presidente del Gobierno tuvo que parar, ya que la muchedumbre congregada no les permitía avanzar. Ni corto ni perezoso, el mesías González se bajó del coche entre las caras de preocupación de sus 20 guardaespaldas, se subió al quicio de la puerta trasera y saludó efusivamente a una militancia socialista que cualquiera diría que estuviera contemplando el nuevo advenimiento.

De no haber sorpresas, a Casado le habrá faltado un mes, tal vez dos, para consumar la gesta y dar la vuelta a la coyuntura política

Esta anécdota puede servir para ilustrar la cara de tontos que se les puede quedar a Pablo Casado y a todo el centroderecha patrio el próximo domingo por la noche si se cumplen los augurios de unas encuestas que dibujaron hará cosa de un mes un subidón del PP pero que un mes más tarde continúan estancadas en los mismitos 100 escaños. Hablo, obviamente, de los sondeos privados, no de esa última fumada de Tezanos que ha degradado al CIS hasta límites inimaginables. Pronostica hasta ¡¡¡150 escaños!!! a su señorito, Pedro Sánchez. De no haber sorpresas, al treintañero palentino le habrá faltado un mes, tal vez dos, para consumar la gesta y dar la vuelta a la coyuntura política de un país más necesitado que nunca de un liderazgo fuerte, sensato, honrado y, fundamentalmente, transversal.

Lo peor que le puede ocurrir al centroderecha en particular y a la derecha en general es que el 10-N certifique que de haber ido juntos a las urnas, o de haber votado útilmente, lo que es una tan amarga como frustrante derrota podría haber sido un estupendo orgasmo político. Los españoles que aman la libertad, la unidad nacional, los impuestos bajos, la creación de empleo y riqueza, la reunificación de la Educación, la longevidad del sistema de pensiones y que volvamos a estar en el mapamundi (por cierto, como en tiempos de Aznar) no podemos dejar pasar esta reválida que Dios (si existe) o el destino nos ha regalado.

Dentro de siete días, antes de salir de casa rumbo al colegio electoral correspondiente, párese a pensar, reflexione, tire de cabeza y no de corazón, métase una ducha de agua fría de ésas que te dejan nuevo y recuerde que actuar en sentido contrario es hacerle un favorcete a Sánchez. Y no están los tiempos precisamente para regalarle cuatro años más a un individuo que se acuesta con todos los enemigos de la nación más antigua de Europa: Otegi, Junqueras, Puigdemont, Iglesias y ese tonto a las tres que es un Quim Torra que sostiene que el resto de compatriotas tenemos “una tara en el ADN” y “hablamos el lenguaje de las bestias”. Debe ser que no se ha mirado al espejo.

Este año tendremos que dar gracias a Dios si el 31-D cerramos ejercicio presupuestario con un crecimiento del 2% 

Meterla (la papeleta, claro) sin pensar en una Ley Electoral que castiga severamente la división es poco menos que suicidarse tirándose por el madrileño puente de la calle Segovia: óbito seguro. Es quitarse metafóricamente la vida para regalársela a una persona que ha provocado una caída del crecimiento económico de un punto de PIB. Cuando llegó a La Moncloa por una moción de censura legal pero no menos bastarda, España crecía al 3%. Tres veces lo que Alemania o Francia, cinco por encima de Italia y casi el doble que la media de la zona euro. Este año tendremos que dar gracias a Dios si el 31-D cerramos ejercicio presupuestario en el 2%. Todo apunta a que no, en cualquier caso, crucemos los dedos. Participar en la fiesta de la democracia pensando en “joder a Sánchez” puede acabar resultando un ejercicio de masoquismo de manual concediendo larga vida a un frívolo que está empezando a nutrir de conciudadanos las listas del paro.

Elegir representantes sin pensar en que, al menos en las provincias pequeñas hay que agrupar el voto para no servir en bandeja más escaños a la izquierda guerracivilista sanchista, supone en el fondo dar carta de naturaleza a un Gobierno que ha optado por dejar a nuestros policías y guardias civiles a los pies de los caballos en Cataluña. Es asentar en el puesto, por ejemplo, a un sujeto como Fernando Grande-Marlaska que montó un pollo a los guardias civiles que siguieron durante año y pico a los terroristas CDR. Es mantener el coche oficial a un inempeorable ministro que ha ordenado a los antidisturbios que hagan “un uso limitado de las pelotas de goma” en esas batallas cuerpo a cuerpo que emparentan Barcelona con Bagdad. Es refrendar al peor titular de Interior de la historia, a un ministro que recorta medios a unas UIP que hacen frente a chusma que literalmente va a matarlos.

Naturalmente, que cada uno haga lo que le venga en gana. Pero, luego, que no se quejen. Nada tengo en contra de Ciudadanos o ese Vox al que alimentan las instituciones gubernamentales conscientes de que la división de la derecha permitirá a Pedro y a Begoña tirar cuatro años más de Falcon para irse de fiestuki. Pero lo que no son cuentas, son cuentos. Las elecciones de 1996 vuelven a ser perfecto epítome de cuanto digo: con menos de 300.000 votos de diferencia, y un punto porcentual (38,79% frente al 37,63%), Aznar obtuvo 15 asientos más que González en la Carrera de San Jerónimo.

El centroderecha puede hacer un Andalucía y dar la sorpresa si la izquierda se queda en casa y, sobre todo y por encima de todo, si echa mano de la razón y no del corazón. Los restos en esas 20 provincias en las que el escaño decisivo se resuelve por decenas de votos pueden hacer, incluso, que más sea menos. Me explico: que aún sacando PP, Ciudadanos y Vox más sufragios que la suma de PSOE, Podemos y Más País, tenga menos diputados. Así de caprichosa es una Ley Electoral que pide a gritos su reforma para no tener que depender nuevamente de golpistas y proetarras. No le den más vueltas: como decían los romanos hace 2.000 años, la unión hace la fuerza. Tan sencillo como eso. Aprovechemos esta segunda oportunidad que nos ha deparado el destino…, más que nada, porque el diablo sí está dispuesto a concedérsela a Sánchez.

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