El descuartizador de España
Sólo una característica parecen compartir el genuino descuartizador humano, Daniel Sancho y Pedro Sánchez: que les da igual hacer el daño que les dé la gana. Únicamente ésa, aunque, mirándolo bien, se puede encontrar una huella similar en cada una de las dos personalidades: la capacidad de que gozan para blanquear sus maldades. Estos días, desde que se conoció la mortal fechoría, descuartizamiento incluido, que el tal Sancho perpetró contra su amigo, novio o amante, qué sé yo, se ha abierto un proceso en favor del confeso reo, como si a éste no le hubiera cabido otra posibilidad que asesinar a su acompañante y después trocearlo como si fuera vacuno para ragú.
Se están acumulando los tópicos ríos de tinta para cantar parabienes del presunto (vamos a dejarlo judicialmente ahí) asesino: desde su bonhomía, ensalzada por algún antiguo amigo de ocasión, a su capacidad de emprendedor que, a decir de muchos voceros, y sin ninguna prueba de eso desde luego, llevó a tal Daniel a éxitos radiantes en sus negocios. Su víctima, que seguro no era precisamente ayudante de la Madre Teresa de Calculta, ya resulta que se lo merece todo, vamos que se tenía bien ganado su final. La saga de los Sanchos, con un abuelo espectacular, vibrante y galán triunfador, y un padre quizá mejor actor que su progenitor, está ayudando a que el crimen del esteticista se contemple en España con una cierta conmiseración, porque ¡fijaos lo que va a sufrir el pobre chico en las siniestras mazmorras de Tailandia!
En España, desde luego, hay tradición comprobada de apaciguar los más crueles asesinatos, más aún si se trata de violencia machista, asegurando desde los medios de información cosas como estas escuchadas muy recientemente: «Para todos ha sido una sorpresa, parecía un hombre educado, nadie podía imaginarse esto». Es como si el criminal gozara, todavía después de haberse comprobado su villanía, de una cierta consideración social. Algo realmente repulsivo. Pues bien: esto mismo está ocurriendo con el suceso que nos lleva ocupando todo el verano. Sólo faltan rogativas para que las autoridades asiáticas, que tienen, eso sí, el mismo respeto por los derechos humanos que Maduro, el socio del tándem Zapatero-Sánchez, se conmuevan y nos traigan al «presunto» homicida (vamos a dejarlo ahí) a nuestro país donde las prisiones no es que sean el Ritz, pero no están mal del todo. Una cosa, de verdad, es que nos conduela la faena que le ha hecho este sujeto a su padre en particular y a su familia en general, y otra que empecemos a reconocer sus razones por que su damnificado le tenía amenazado también de muerte.
Daniel Sancho ha suscitado todas estas reacciones del mismo modo que, salvando todas las distancias posibles, Pedro Sánchez cuenta, gratis total, con el entendimiento, al menos de un tercio del país, los millones que le han votado.
En estos días de medio asueto por la costa cantábrica, me he topado con dos interlocutores realmente curiosos. El primero, hablando, claro está, de las tropelías que, según ese cronista, ha cometido Sánchez se despachó así: «Algún día tendrá que explicar el presidente del Gobierno los motivos que le han movido para tomar algunas decisiones probablemente discutibles». Y, ¡atención que lo siguiente es textual!: «Pero muchas cosas en política no se deben saber». El segundo tampoco se quedó corto en su apreciación: «Este país está mucho mejor que hace cinco años y, sí, el Gobierno ha tomado determinaciones difíciles, incluso algunas, pocas, erróneas, pero al final el balance ha sido bueno y lo hemos visto en las elecciones». Y a este respecto, una consideración: ninguna de las dos personas referidas reconocían en bruto la victoria del PP, están contagiadas por ese mantra desvergonzado que repite Sánchez, su banderillero Bolaños y toda la tropa monclovita: «Bueno -admiten- ha ganado Feijóo de aquella forma, pero no le dan los números».
Son dos ejemplos, nada azarosos, sino muy repetidos, de gentes que, además, aseguran que, lejos de poner en solfa y en peligro la estabilidad y la propia unidad de España como Nación constitucional, Sánchez puede presumir de haber hecho de ella un lugar «normalizado» en el que ya podemos convivir sin demasiados sobresaltos con los antiguos terroristas o con los secesionistas más erráticos. Puede decirse, y aquí se explica la coincidencia señalada al principio, que si a Sánchez le trae por una higa el mal, el destrozo que ha hecho, hace y hará a España, a sus votantes -que son muchos, esa es la realidad de esta pobre España- o no se lo tienen en cuenta, lo ven bien, o coinciden con los objetivos del promotor de esta hecatombe histórica.
En plena campaña electoral este cronista cayó en el más absoluto de los pasmos leyendo que Solchaga y Solana socialistas-de-toda-la-vida con mando en muchas plazas, aprobaran con su firma y su herencia la gobernación de Sánchez. Era para no creérselo: Solchaga aplaudiendo la anexión de su tierra, Navarra, a la fantasmal Euskal Herria, o Solana, tan diletante siempre él, acomodándose a los dislates del asaltacaminos Sánchez. Para m… y no echar gota.
Aquí, en España, no se dirá que no se ha advertido y se está advirtiendo: este individuo felón está descuartizando una de las naciones más antiguas de Europa y buena parte de la ciudadanía, como los paradigmas antedichos, le están bailando el agua. Ahora, y a la espera de la instalación del Gobierno, ya sabemos algo incontrovertible: que si gana la partida el descuartizador, lo hará gracias a que los secesionistas y los filoetarras le han prestado el cuchillo. Y, claro está, el matarife de esta Nación tantas veces milenaria, no tiene la aquiescencia, pero sí la resignación de unas huestes opositoras que no se ponen de acuerdo por un quítame allá esas pajas, cuando el país está en bancarrota histórica, con un político desaprensivo que, por seguir aupado en el Falcon, está dispuesto a descuartizarnos para siempre, ayudado en el menester por pinches y cómplices como el imbécil Puigdemont o como el secuestrador Otegi. ¿Ven cómo las coincidencias del principio no estaban tan mal traídas?