La democracia a la española según Armengol
«Tengo pocas esperanzas en la decisión del PP. En su momento ya le ofrecimos los votos de nuestro grupo. Pero si prefiere seguir apoyando a Le Senne esto ya no tendrá vuelta atrás y Prohens quedará como la presidenta menos democrática de toda Baleares», decía Francina Armengol un día antes del pleno que debía decidir la destitución de Gabriel Le Senne. Declaraciones que fueron recogidas a bombo y platillo por todos los medios y agencias de noticias como si la presidente de las Cortes hubiera dicho algo importante o novedoso. Hay pocos políticos en España, no digamos con casi treinta años de dedicación profesional a sus espaldas, con la capacidad de estropear el lenguaje político y jurídico como lo hace Armengol cada vez que habla ex cathedra. Que gente de este nivel sea la que rija los destinos de la nación explica perfectamente el grado de podredumbre al que hemos llegado.
Armengol culpa a Marga Prohens de mantener en el cargo a Le Senne y no se le ocurre ningún insulto más despectivo que el de «presidenta menos democrática», como si la democracia fuera el valor supremo por encima de cualquier otro valor, lo que nos lleva a pensar que Armengol es una fundamentalista democrática. Por la cuenta que le trae después de casi treinta años dedicada a la política más le vale serlo, ciertamente, ¿quién si no?, aunque lo sea de una democracia de penosa calidad como la española que apenas cumple los mínimos estándares de escépticos ilustres como Karl Popper. Una de las pocas virtudes de la democracia, decía Popper, era que permitía expulsar a los gobernantes que lo habían hecho mal cada cuatro años. Armengol, una perdedora nata derrotada cuantas veces salvo en las autonómicas de 2019, es el más vivo ejemplo de la inutilidad de nuestra democracia para librarse siquiera de quienes el pueblo soberano ha dado la espalda una y otra vez. Como Pedro Sánchez, tal para cual.
Pero más que lo que dice Armengol con su lengua de madera, peor es lo que presuponen sus palabras. Dejemos para otro día el nihilismo de quien no cree en nada y que lógicamente no tiene reparos en elevar un mero procedimiento de toma de decisiones (la mitad más uno) como la democracia a un fin en sí mismo, como si la mitad más uno pudiera decidir lo que es el Bien o la Verdad. Dejemos este debate para otra ocasión y centrémonos en lo que da a entender Armengol sobre el funcionamiento de nuestra democracia fundada en el régimen del 78.
Al responsabilizar en primera persona a Marga Prohens de la suerte de Gabriel Le Senne, la inquera está dando por sentado que la líder suprema del PP es la que manda no sólo en el Govern sino también en el parlamento autonómico. La santísima trinidad (partido, ejecutivo, legislativo) reside en una misma persona, viene a decir nada menos que la tercera autoridad de España. Esta es la democracia que «entre todos nos dimos» y que se caracteriza por que no hay separación de poderes, nunca la ha habido (y menos desde el 1985, cuando los socialistas liquidaron el poder judicial), ni tampoco gobierno limitado con contrapoderes eficaces como da fe su colonización por parte del partido en el gobierno, ni tampoco representatividad real entre electores y elegidos puesto que, con las listas cerradas y bloqueadas, ningún cargo electo (aunque, constitucionalmente, pueda hacerlo, cuidado) va a priorizar los intereses de su votantes sobre los del líder de su propia formación cuando este último es quien finalmente te pone o te quita de las listas electorales o te nomina a un cargo político.
Armengol no engaña a nadie ni tampoco pretende hacerlo cuando proyecta sobre Prohens los automatismos funcionales de la democracia española que ella conoce de primera mano. Ni siquiera recurre a la hipocresía, el último tributo que el vicio le rinde a la virtud, como decía La Rochefoucauld. La democracia a la española consiste en una oligarquía de partidos que, como saben, es el poder de unos pocos (una nomenklatura) dentro de cada partido y que termina, conquistado el poder, extendiéndose automáticamente y de forma omnipresente a todos los poderes del Estado.
Si España no quiere seguir por la senda de la descomposición moral, social, económica y territorial tiene que desembarazarse de sujetos como Armengol y Sánchez, en realidad excrecencias de un sistema político agotado que no da más de sí. Pero, sobre todo, hay que empezar a plantearse terminar con las listas cerradas y bloqueadas y la financiación estatal de los partidos, el verdadero origen de la funesta oligarquía de partidos, la misma que ha permitido que todavía sigan en el candelero personajes como Armengol y Sánchez sin haber ganado otras elecciones que las primarias internas de su partido.