Lo que faltaba: ahora un populista en ¡EEUU!
A Donald Trump sólo le faltó la coleta para ser Pablo Iglesias. Su discurso fue una oda megalómana al populismo más rancio: «Vamos a quitarle el poder a Washington para dárselo a la gente». Una vacuidad que suena a la misma partitura política que interpreta Podemos y que resume la esencia de una aparición donde sólo concretó una idea entre el inmenso eco que generaba la nada de su nivel intelectual: «América es lo primero». El resto de su corta alocución parecía una arenga de cafetería universitaria más que el discurso concienzudo y reposado de un hombre con un mínimo de altura política. El 20 de enero de 2017 es ya, por tanto, un día para la historia. Fecha en la que se ha confirmado que la nación más poderosa del mundo emparenta a través del populismo de su presidente número 45 con países como Venezuela o Ecuador. Un populismo diametralmente opuesto al bolivariano, tanto por la economía como por el contexto de Estados Unidos, pero populismo al fin y al cabo. Esa pandemia política de principios del siglo XXI que ha dejado de ser patrimonio exclusivo de los países latinoamericanos para ubicarse en el corazón del imperio estadounidense y quién sabe si para llegar también a lo largo de 2017 hasta otros países de larga tradición democrática como Francia.
Si el nuevo regente de la Casa Blanca no quiere comportarse como un temerario, debería saber que para cumplir con su célebre lema —‘Make America Great Again’— tiene que alejarse tanto como le sea posible de su propio ‘yo’ de campaña. De otra forma, la viabilidad de su mandato estará comprometida por constantes manifestaciones y por los ataques de unos medios de comunicación mayoritariamente socialdemócratas. Trump tendrá que unir un país partido en dos. De un lado están sus seguidores, desencantados tras los ocho años de la Administración Obama y contrarios al nulo liderazgo político de Hillary Clinton. Del otro, una legión de haters escandalizados por la arrogancia electoral del magnate y por su colección de frases machistas y xenófobas. Un catálogo con barbaridades declarativas como “a las mujeres hay que agarrarlas del coño” o “pido el bloqueo completo y total a la entrada de musulmanes en EEUU”.
Unas soflamas de mitin y pancarta que han vuelto a repetirse en la toma de posesión y que hacen sospechar a los más escépticos que el Despacho Oval tiene a un kamikaze como inquilino. El discurso de este viernes abunda en la petulancia y el revanchismo, leitmotiv durante su campaña electoral. Una actitud muy alejada de la prudencia que mostró cuando se supo ganador en la noche del recuento. De hecho, tal fue su calma entonces que, a pesar de los temores en los mercados financieros, al día siguiente el Dow Jones subió un 1,4%. Y es ahí, precisamente en la economía, donde tendrá que poner el acento con medidas concretas, alejadas de la charlatanería, si de verdad quiere distinguirse del marketing de cartón piedra que deja Barack Obama como legado.
A pesar de la mejoría de los últimos meses, EEUU sigue creciendo por debajo del 3% y la actual expansión es la más baja desde 1949. Incluso la Reserva Federal ha advertido de que difícilmente volverán a crecer a más del 2% a pesar de que el Fondo Monetario Internacional prevé un repunte para el presente año que los situaría en el 2,3%. En cualquier caso, un crecimiento raquítico para el gigante estadounidense que, unido a la inflación, ha empobrecido a la clase media americana, precisamente el caladero de la desesperación donde más pescó Donald Trump con su populismo desaforado y visceral.
Ahora, y ya como presidente a todos los efectos, el reto del empresario convertido en intento de hombre de Estado es dar respuestas solventes a problemas como ése pero también a cuestiones tan complejas como el terrorismo islámico, la relación comercial e institucional con potencias como China o Rusia o el tipo de vecindad que desea tener con México. Asuntos que, desde luego, no podrá resolver a golpe de tuit, un terreno donde se encuentra tan ducho como incontenible. Ni tampoco con cuatro voces desde un púlpito como si fuera un telepredicador cualquiera. Comienza la andadura del hombre que ha llegado a la Casa Blanca en compañía del escándalo. Veremos si, definitivamente, Trump es sólo un personaje de sí mismo o si, por el contrario, el populismo más ponzoñoso cimienta su manera de entender la realpolitik. Por el bien de todos nosotros, que sea lo primero. Si Estados Unidos se podemiza, el mundo entero temblará encogido.