Del desgobierno general al despotismo cultural

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Las encuestas dicen que el 80% de los españoles están en contra de la amnistía, entre ellos casi el 65% de los votantes socialistas; no obstante, la prioridad máxima del Gobierno es aprobar una particularísima Ley de Amnistía que evite la deserción de Junts como miembro del sanchismo y, en consecuencia, el derrumbamiento del propio régimen.

Hasta ahora, y han pasado más de cien días, no han hecho nada más, y en el corto, medio o largo plazo no harán otra cosa que intentar apuntalar una legislatura insostenible y un gobierno secuestrado. Ese es su principal objetivo: mantenerse a sí mismos, no caerse antes de conseguir ponerse en pie; sin otras perspectivas, sin una utilidad global y sin la posibilidad de ser un valor añadido para los ciudadanos.

Alejados completamente de lo que debe ser el cometido de la política y de la función pública, son incapaces de comprender que no tiene ningún sentido ni utilidad que sobreviva una institución cuyo único objetivo es su supervivencia.

Pero en el marco general de este desgobierno, las cosas son incluso peor de lo que parecen, ya que los socios del sanchismo se han hecho fuertes, atrevidos e incluso insolentes. Desde el estado de constante reivindicación en que están instalados obligan al presidente del Gobierno a estar en el de constante claudicación.

Y no son solamente los socios secesionistas, golpistas y filoterroristas, sino también los populistas que, además, se sientan en el Consejo de Ministros. Meter en el Gobierno a quien aborrece España, su historia, su espíritu y su idiosincrasia termina por tener consecuencias.

De entre el grupo de ministros de Sumar está destacando, obviamente por lo malo, Ernest Urtasun. Con una gestualidad afectada y hasta cursi, y un cinismo pijiprogre (casi de patata en la boca), se asomó el domingo en El País al balcón de su superioridad moral y nos perdonó por ser simples mortales que comemos, sudamos y hacemos caca.

Sin que nadie le pare los pies, se tira en plancha, con un sectarismo y una radicalidad impropia en un diplomático, contra nuestra cultura, nuestras tradiciones o incluso nuestra historia.

Fijémonos, por ejemplo, en la campaña de descolonización de los Museos Nacionales que quiere que sea prioritaria para su ministerio. Bien han hecho desde la oposición en presentar en el Congreso varias iniciativas con preguntas explícitas sobre lo que entiende el Gobierno que es la cultura colonial y el alcance efectivo de su proyecto de descolonización: ¿se considera colonial la cultura íbera y celta?, ¿y la fenicia, cartaginesa o griega?, ¿y la romanización?, ¿y la presencia árabe durante ocho siglos? Entre otras cosas, también han pedido al ministro que aclare si, en lógica correspondencia, solicitarán las obras artísticas que se originaron en nuestro país y que se encuentran en museos extranjeros.

Obviamente, las respuestas serán inexistentes o, si se producen, incoherentes y evidenciarán que detrás del propósito de retirar de nuestros museos algunas obras creadas en territorios que, no lo olvidemos, formaron parte de España, se esconde el insufrible revisionismo histórico, convertido en una manía para toda la izquierda.

Al contrario que otras potencias, y contradiciendo la leyenda negra, España tuvo vocación constructiva y no extractiva, y no tuvo colonias en el sentido peyorativo que se quiere dar a ese vocablo. Así que, detrás de la supuesta descolonización artística se encierra un nuevo intento de cancelación de la obra descubridora y civilizadora de la Corona española, que integró dentro de la misma a vastos territorios y a millones de habitantes de Asia, África y América. A ver si se entera el Papa Francisco que lo que él dice que hay que hacer con los emigrantes -acoger, proteger, promover e integrar- ya lo hicimos los españoles hace cinco siglos.

Otra actuación prioritaria del Ministerio de Cultura va a ser la persecución de la fiesta de los toros. De momento, Sumar y Podemos ya han registrado en el Congreso una ILP -Iniciativa Legislativa Popular- para derogar la Ley de 2013 que la reconoce como patrimonio cultural. La opinión del ministro es que «la tauromaquia no es cultura, sino que es maltrato animal», así que empieza por negar lo que debe defender.

No es admisible que quien debe impulsar la cultura patria empiece por decirnos que nuestra cultura no es cultura, únicamente porque no es su cultura. Bueno, para nada desentona en el Gobierno de la nación que es llevado del ronzal por quienes aspiran al desgobierno y a la destrucción de dicha nación.

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