En defensa del boicot: no me insultarás con mi dinero

En defensa del boicot: no me insultarás con mi dinero

Lo reconozco, yo hago boicots. Siempre los había hecho boca a boca. Cuando, por ejemplo, el carnicero de mi barrio me atendió maleducadamente la segunda vez, además de quejarme se lo conté a todas mis amistades, a ver si así aprendía. Pero ahora también los hago cibernéticamente, usando esa maravillosa plataforma en la que los viajeros dejamos nuestras opiniones sobre hoteles y restaurantes, a modo de consejos para nuevos visitantes. Y es que Internet ha mejorado mucho eso de los boicots. Ahora cuando un restaurante ofrece un mal servicio a sus clientes, enseguida se queda vacío, con lo que sale favorecido el restaurante de al lado, que nos trata mejor. Y a él le sirve para mejorar. Esto aumenta la información de la que disponen los nuevos consumidores antes de tomar su decisión de compra, mejorando la que los economistas llamamos “transparencia”, condición indispensable para que exista el “libre mercado”.

Me imagino que la mayoría de vosotros pensáis como yo y también hacéis boicots. En parte por eso unas 3.000 empresas han trasladado ya su sede social de Cataluña a otras regiones de España, para que sigáis comprando sus productos. Aunque la fuga no es sólo por ese motivo. Los bancos, por ejemplo, se marcharon los primeros porque fuisteis a sacar de allí vuestro dinero. Y es que era de locos arriesgaros a quedar vuestro patrimonio en unas entidades no europeas a las que encima la CUP quiere nacionalizar. Pero eso no fue un boicot, porque la hipoteca y el préstamo del coche no os los llevasteis, sólo los ahorros. Otro motivo para la fuga de empresas es la inseguridad jurídica asociada a la inestabilidad política catalana. Aunque os confieso que yo creo que una buena parte de las empresas que se van de Cataluña lo hacen porque han encontrado la excusa perfecta para escapar de una región, antes moderna y europea, a la que entre unos y otros han convertido en un nido de antisistemas y catetos. Un horror del que huir.

El caso es que se ha puesto de moda un discurso que dice que los boicots son un error, un sinsentido que perjudica al conjunto de la economía española. Este discurso, lógicamente, lo iniciaron las asociaciones catalanas de empresarios, pero rápidamente se lo compraron políticos no independentistas de todas las regiones, así como prestigiosos economistas que, casualmente, defienden el derecho a independizarse de los secesionistas. El argumento básico es que en una economía globalizada como la nuestra, las empresas boicoteadas tienen empleados, proveedores y empresas que les prestan servicios que quizá no sean independentistas y que se verán perjudicados injustamente. Así, por ejemplo, dicen que si boicoteamos a una famosísima marca de bisutería cuyas dueñas son ostentosamente independentistas, estaremos perjudicando a sus franquiciados de todas las regiones, a sus proveedores chinos y a la empresa madrileña que hace sus transportes.

Claro, igual que si yo dejo de comprarle al carnicero que me insulta, saldrá perjudicado injustamente su empleado. Pero esa responsabilidad deberá asumirla el carnicero. Por supuesto que las malas decisiones empresariales tienen consecuencias. Lo que no es cierto es que la economía española se vea perjudicada, porque cuando yo dejo de comprarle a mi carnicero no dejo de comer carne, sino que se la compro a otro que me atiende mejor. Cuando tú boicoteas a una empresa independentista no dejas de consumir, sino que sustituyes unos productos por otros que los fabrican empresas que también tienen empleados, proveedores y empresas de transporte, y todos ellos se verán beneficiados. Boicoteando al que te insulta con tu dinero favoreces al que te trata bien y mejoras el mercado.

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