La cuestionable maternidad de Ana Obregón y la insoportable hipocresía de la izquierda
La decisión de Ana Obregón de recurrir a un vientre de alquiler para ser madre a sus 68 años ha levantado una descomunal polvareda mediática que ha terminado por convertirse en un asunto político en el que la izquierda gobernante -que rechazó impedir el registro de hijos gestados fuera de España- ha acusado a la actriz de recurrir a una práctica ilegal en España por ser una forma de violencia contra la mujer. Evidentemente que la decisión de Ana Obregón es cuestionable: la maternidad subrogada, entendida como negocio en el que se paga por ser madre, supone un uso mercantilista del cuerpo de la mujer. Ahora bien, lo que no resulta aceptable y supone toda una demostración de hipocresía es que la izquierda, que ha colocado su ideología por encima de las consideraciones bioéticas cuando le ha convenido a su discurso, venga ahora a dar lecciones de moral y a arremeter contra Ana Obregón cuando otros rostros populares hicieron lo mismo y no recibieron, ni por asomo, el mismo trato.
El asunto no gira exclusivamente en torno a la decisión de Ana Obregón, objetivo a batir de una izquierda cínica, sino que es mucho más complejo, porque lo que subyace de fondo es cómo regular una situación que supone una mercantilización palmaria de la maternidad. El problema es que los mismos que en este caso cuestionan que una mujer ofrezca su vientre para satisfacer los deseos de ser madre de otra mujer son los mismos que acuñaron aquello de «nosotras parimos, nosotras decidimos», proclama feminista que otorga a la mujer capacidades ilimitadas sobre el ser engendrado en su seno. ¿Tiene la mujer que ha engendrado al hijo de Ana Obregón derecho a decidir qué hacer con su cuerpo o, en este caso, no puede? Al final, la izquierda exhibe una doble vara de medir, según le convenga. Por supuesto que la maternidad subrogada mercantiliza el cuerpo de la mujer, pero que sea la izquierda quien venga a dar lecciones de moral es pura hipocresía.