Contra la hegemonía cultural

Contra la hegemonía cultural
Contra la hegemonía cultural

A los muertos, sobre todo si traspasaron la barrera del anonimato, se les recuerda su obra en el sepelio y sus frases en el epitafio. Da igual lo que hicieran en vida, siempre queda una reflexión que compartir con la posteridad del copypaste periodístico. Ahora que cerramos un 2022 donde lo woke ha triunfado por encima de cualquier otro movimiento político e ideológico, conviene sacar de la tumba una sentencia que define bien qué está pasando ahora: «No hay nadie en este mundo al que le guste más el dinero que a una persona de izquierdas», dejó sentenciado el narcoterrorista más célebre de todos los tiempos, Pablo Emilio Escobar Gaviria. Y en base a este axioma, que supera los deseos de Gramsci por imponer el comunismo desde la hegemonía cultural y los planteamientos
de Laclau por acoger todas las causas en un todo fragmentario, a la izquierda le ha bastado identificar conflictos identitarios por el orbe para estructurar mensajes simples basados en la entendible dualidad víctima-agresor: así, la mujer, víctima; el hombre, agresor;. El planeta, víctima; la acción del hombre (aquí nótese que no dicen la acción de la mujer), agresora. Los colectivos sexuales no heteros, víctimas; los individuos heteros, agresores. El obrero, víctima; el empresario, agresor.

Y así, ad nauseam, mientras hacen negocio del maltrato y articulan un discurso de brocheta, según la metáfora creada por Marcos de Quinto, es decir, unen, a modo de sinergias, causas inconexas que comparten un mismo diagnóstico, la política fragmentaria, basada en dividir a la sociedad en afectos y desafectos. E insertar todas esas causas de origen diverso en un mismo pincho retórico que sirve para todo y contra todos. El resto, propaganda y penetración en las capas intermedias de la sociedad. Y así, lector, se construye la perversa hegemonía cultural de la izquierda hoy. Un negocio basado en la ofensa en el que los representantes de esas causas se hacen millonarios a costa de proteger a las supuestas víctimas que su discurso ha fabricado.

Contra todo eso nació, en el ocaso del año woke, una nueva asociación en España llamada Pie en Pared que pretende ser el ariete contracultural y discursivo frente a quienes desean imponer el pensamiento único (que no es otra cosa que el único pensamiento) y asimilan caprichos personales a derechos imponibles, confunden sentimientos con leyes naturales y jurídicas y se interponen entre la democracia y una concepción autócrata del poder. Pie en Pared es una act tank, como la define el mencionado De Quinto, uno de sus fundadores, (el otro impulsor es Juan Carlos Girauta) esto es, una plataforma de acción para desmontar y desmitificar a la izquierda vividora de problemas no existentes creados ad hoc para generar abultadas cuentas corrientes entre sus defensores. El maridaje entre la izquierda y el parné es una alianza de la que se ha escrito poco.

La izquierda es hoy un todo populista, que sólo acepta sin cancelar aquello que obedece a sus planteamientos de partida. Los sonidos de ese populismo reverberan en una democracia cansada de tanto zarandeo por quienes blasfeman con su nombre. Porque, además, se erigen en guardianes de las esencias populares y de libertad quienes más trabajan en conculcar dichos términos. En España, asistimos a la decadencia de un sistema de contrapesos que ha provocado el conformismo de quienes deberían construir una alternativa para sanar los vicios que han corrompido las costumbres y en definitiva, la propia democracia.

Por eso es imprescindible rebatir cada mentira impuesta desde el Gobierno y sus artefactos mediáticos y académicos. El respeto a la libertad de expresión y pensamiento no debe demostrarse sólo con aquello que te tranquiliza o conforma, sino sobre todo y principalmente, con aquello que te causa desagrado o desafección. Y eso, hoy, peligra. Frente a la política feng-shui que te obliga, para no ser víctima del agit-prop progre, a aceptar mantras establecidos como convención social y moral indubitable e irrefutable, es preciso una acción social que nutra el déficit ideológico de ciertas formaciones llamadas a ser alternativas de poder.

En la España del sanchismo (ideológico o gestor), la izquierda, poseedora de la verdad universal, crea las condiciones de la crispación, mueve el puchero del victimismo, sazona de causas su ideología y espera que, a fuego lento, el aroma del odio y el rencor alimente a los comensales. La opinión del pueblo vale a los socialistas cuando les afecta positivamente. El jaleo popular conviene si dan la razón a Moncloa. Tanto marketing para acabar plagiando el despotismo ilustrado de toda la vida. Ahora, con ilustres iletrados. Porque Sánchez es como el gobernante del Antiguo Régimen: que parezca del pueblo pero no demasiado. Y aplica la máxima del buen dictador: las liturgias, controladas, y los desafueros, pactados. En realidad, se demuestra que su pretendida regeneración sólo fue una devoción pasajera, con la que contentar a quienes siguen sin creer que accedió a la Presidencia por la puerta de atrás.

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