Pablo Casado, cuando hay vida (exitosa) tras la política

Su vuelta a una tribuna pública tras tres años y medio de ostracismo lo petó. El auditorium de Rafael Del Pino estaba a reventar el pasado miércoles con importantes empresarios e inversores.
En efecto. Han pasado ya tres años y medio desde que el joven palentino fue arrojado abruptamente y con deshonor desde los amplios ventanales del cuartel general de Génova 13 por mor de un serio encontronazo con la mujer que él sacó del averno y ésta le puso mirando a Washington a propósito de algún negocio del hermano de la agustina madrileña. Nunca se había vivido en la derecha española un caso como aquel que modificó las entrañas del PP y sus opciones de futuro.¡Ironías de la política! Don Manuel Fraga siempre recordaba aquella frase de un dirigente iberoamericano según el cual «en política todos los enemigos son verdaderos y todos los amigos falsos». A Pablo Casado apenas le dio tiempo a comprobarlo sin que los cascotes le cayeran encima, porque cuando se percató de ello ya estaba recogiendo sus libros del despacho presidencial desde el que se otea el Madrid urbanita e inquietante.
Tuve ocasión de escribir y dejar para la historia (libros, reportajes largos en medios principales) lo ocurrido en aquellos días en los que, en efecto, estuvo en riesgo la propia existencia del PP como formación.
Como intentaba escribir, el pasado miércoles tuve ocasión de asistir a la presentación del Hyperion Fund, fondo de inversión que dirige, junto con el ex secretario general de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen, y otros socios. Nadie podrá decir que Casado no haya cumplido con Feijóo: tres años y pico de silencio, dedicado a los negocios privados, la familia y algunos amigos, los menos.
Opinión sobre lo que ocurre en la vida española tiene, naturalmente que la tiene. Comentarios sobre los tres años largos de Feijóo al frente del PP, podría hacerlos; pero todo ello se lo guarda. Siempre he mantenido que se trata de una persona seria (el olor a campos palentino subraya mucho), buena persona y demasiado joven (en esos momentos menos de 40) para gobernar una grey tan complicada y tan singular como la del PP. Se ató demasiado a nombres pimentoneros y entregó responsabilidades a jovencitos que deseaban hacerse famosos rápidamente para luego tener huecos en las televisiones sanchistas.
Cometieron errores internos y externos y los pagaron. Punto. Tuvo su Galípolis.
Hoy cuenta con 44 años y con su vitola de liberal puro intacta. El gran ejemplo ofrecido por Casado y su círculo interior –Teodoro, José Arce, María Pelayo, Pablo Montesinos, etc.– es que se integraron en la sociedad civil privada (repito, privada) y se buscaron la vida en ella, sin recurrir a mamandurrias políticas, aunque no todos de los citados.
He encontrado a un Casado animadísimo, casi cuatro años después. Tuvo y tiene una acendradísima vocación política, pero tengo para mí que no está dispuesto a beber de nuevo un cáliz preñado de amargas pócimas. A su edad, más cuajado de experiencias internacionales, con heridas ya cicatrizadas pero profundas, no se atrevería el columnista a poner en cuestión el viejo adagio «nunca digas nunca jamás».
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