Contra la Estadoína

Sánchez

Escribía el otro día Rubén Manso, unas de las cabezas en España que mejor amueblan el discurso liberal de Milei y a la sazón el creador del primer programa económico con el que Vox se presentó en sociedad, que los ejes políticos hace tiempo superaron la dicotomía tradicional izquierda-derecha. Todo ahora se reduce al campo dialéctico en el que se mueven los que quieren más Estado en sus vidas (pero sobre todo en la de los demás) y quienes abogamos por la ejecución del papel estricto otorgado por su sentido, esto es, salvaguardar la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, garantizar su seguridad y defensa y proteger a los individuos -que no colectivos- más débiles y desfavorecidos que, por circunstancias geográficas, físicas o psíquicas, no tienen las mismas oportunidades que el resto.

En esa permanente discusión, a un lado del espectro Leviatán se sitúan los socialistas de izquierdas que desde el Estado intervienen a través del partido de gobierno, instrumento interpuesto con la idea de perpetuarse en el poder. Su misión es sustituir la autonomía de la persona para decidir el proyecto de vida que desea, en función de sus intereses legítimos, por el paternalismo de un ente superior que le dice, a esos mismos individuos, que hay otros individuos más capacitados para elegir lo que les conviene. Y por el otro, nos encontramos a los socialistas de derechas, quienes, con un barniz de conservadurismo malentendido y explicado, desean intervenir en moral ajena bajo el argumento del triunfo de los valores superiores. En ambos casos se trata de un paternalismo liberticida que nos conduce sin remisión a la autocracia.

Las diferentes crisis económicas que hemos vivido con el nuevo siglo han devuelto el deseo a muchos ciudadanos de querer ser arropados por el Estado, a costa incluso de ceder parcelas de su libertad y autonomía personal. Mejor la seguridad protegida que la incertidumbre libre es la propaganda que se consume a diario en el Occidente supuestamente libre y desarrollado, eufemismo del “obedece, calla y serás feliz”. Eso lo han entendido gobiernos fundamentalmente de izquierdas, que han aprovechado la coyuntura para ir ensanchando el papel determinista del Estado a costa de espacios privados de decisión personal. Como el hombre siempre ha preferido la seguridad a la libertad, convencerle no sería un problema mayor, con el uso el miedo como estado de ánimo perfecto para lograr el objetivo del control y dependencia social: desde la pandemia hasta la inmigración pasando por el aumento de funcionarios y el saqueo a la clase media, todo obedece a un plan para que el elemento dominante de nuestras vidas sea la sumisión y servidumbre al Estado y Gobierno, convertido ya en autocracia funcional.

Pero la idolatría del Estado es la antesala del despotismo iletrado. Me reafirmo en esta máxima mientras la España que consumía se consume en su propia desidia, atrapada en el conformismo subvencionado y la rebeldía de media hora. Los datos no pueden ser más elocuentes: mientras se escriben estas líneas, hay medio millón de personas más en España que viven del Estado respecto a los cotizantes del sector privado, que son quienes pagan la fiesta. Es decir, la pirámide se ha invertido y cada vez hay menos contribuyentes sosteniendo a más dependientes, un modelo que abocará al fracaso económico y a la miseria de las futuras generaciones. Pero es que el socialismo es, en sí, un modelo fracasado que sólo ha generado pobreza, rencor, odio y envidia allí donde se ha implantado y ejecutado su programa moral y de gobierno, una idea que sólo se sostiene, como bien afirmó Thatcher, con el dinero de los demás. Hasta que se acaba.

En esa idea richelieuana que adoptan los amantes del Estado total por la que éste nunca puede ir a prisión, encaja el paradigma actual del progresismo paternalista e interventor. Gastemos sin parar, coloquemos a cuantos más amigos mejor, incrementemos la deuda pública y privada y regalemos subvenciones e impuestos por doquier, que ya lo pagará alguien. Ese alguien, eres tú, trabajador pobre ex clase media y tú, sufrido empresario y autónomo, saqueado por los idólatras del poder. La lucha ahora debe centrarse en combatir esa Estadoina que ejerce de droga inyectada a una parte de la población que no sabe vivir sin el aporte del Gran Hermano. Ponerle un cepo al Estado es la única vía para garantizar la permanencia de la democracia liberal, el progreso futuro y la consiguiente creación de riqueza, es decir, desarrollo y crecimiento de la clase media.

La Argentina de Kirchner fue el modelo en el que el PSOE de Sánchez se fijó para crear una red eterna de necesidades e intereses. La mitad de España, hoy, depende de que un señor pulse el botón del subsidio, la subvención, la ayuda o el aumento de la contratación pública, la pensión contributiva o el bono joven. Y eso aboca a la conformación de una democracia totalitaria, eliminadas la propiedad privada, la libertad económica y la de expresión. Con una ley que favorece al okupa, otra que persigue al empresario y una última que busca callar a la prensa libre que investiga la corrupción del gobierno, del presidente y su consorte, nos encaminamos hacia un Leviatán desencadenado en el que el individuo y su irrestricto derecho a elegir la vida que desea serán, a partir de ahora, un mero número orwelliano de este neolenguaje socialista en el que mentira es verdad, bulo es información y corrupción es limpieza. Porque no olvidemos que todo dictador presenta sus medidas antidemocráticas en nombre de la democracia, anuncia su revolución en nombre de la libertad y habla de pueblo y progreso para eliminar el progreso del pueblo.

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