La Comisión de la verdad de Sánchez y Putin

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Ya hemos escrito sobre ello  en ocasiones anteriores, pero es preciso volver a hacerlo, ante el «Himalaya de mentiras» que están propagando los actuales partidos gobernantes, exactamente los mismos que formaron el nefando Frente Popular que, mediando pucherazo electoral, asumió el Gobierno de la República en febrero de 1936, para precipitarnos cinco meses después a la Guerra Civil.

Ya sabemos que el sanchismo pretende reescribir la Historia por mandato legal, haciendo obligatorio el relato de quienes perdieron la guerra, volviendo a las trincheras ideológicas de la dos Españas que quieren «helarnos el corazón», con los frentepopulistas convertidos en flamantes demócratas republicanos tratando de impedir la vuelta de «los fascistas». Incluso pretenden aplicar el Código Penal a quienes osen incurrir en delitos de opinión y expresión al respecto, mediante una Fiscalía de Sala del Tribunal Supremo especializada en su persecución. Ni Orwell imaginó que su distopía 1984 se haría realidad en la misma UE cuarenta años después, y en España precisamente.

Ante un PSOE en las únicas manos de Sánchez, es preciso recordar lo que  contemporáneos y protagonistas de aquellos acontecimientos dijeron y escribieron sobre ello. La lista sería muy numerosa, pero algunas voces tienen —por una u otra razón— una auctoritas significativa. Y no precisamente del bando de los sublevados frente a una República que había degenerado en la barbarie. El escritor Jesús Lainz ha recogido textos de  intelectuales que tomaron partido claramente por la República y se implicaron activamente en la política del momento, y de otros protagonistas  políticos. Algunos de ellos son suficientes para despejar dudas:

  • Gregorio Marañón, diputado de la Agrupación al Servicio de la República: «Sólo una cosa importa: que España, Europa y la humanidad se vean liberados de un régimen sanguinario, de una institución de asesinos de cuyo advenimiento, por un trágico error, nos confesamos culpables».
  • Ramon Pérez de Ayala, del mismo grupo: «El respeto y el amor por la verdad moral me obligan a confesar que la República española ha constituido un fracaso trágico. Sus hijos son reos de matricidio…».
  • José Ortega y Gasset, ídem: «Mientras en Madrid  profesores y escritores eran obligados a firmar manifiestos bajo graves amenazas por los  comunistas y sus afines, otros en Londres desde la comodidad de sus despachos, escribían que esos eran los defensores de la libertad… Entre lo grotesco y lo trágico…».
  • Claudio Sánchez-Albornoz, por su relieve indiscutible como presidente en el exilio del Gobierno de la Segunda República: «La revolución socialista de octubre de 1934, lo he escrito muchas veces, acabó con la República».
  • Salvador de Madariaga, ministro de la Segunda República: «El alzamiento de 1934 es imperdonable…, ¿cómo vamos a considerar heroicos defensores de la República de 1931 a aquellos que para defenderla la destruían…? Con la rebelión de 1934, la izquierda perdió hasta la sombra de autoridad moral para condenar la rebelión de 1936».
  • Indalecio Prieto, presidente del PSOE, diputado y ministro:  «Me declaro culpable ante mi conciencia, el PSOE y España entera, de mi participación en aquel movimiento revolucionario. Lo declaro como culpa, como pecado; no como gloria…».
  • Ángel Galarza, diputado socialista, fiscal general, director general de Seguridad y ministro: «A mí el asesinato de Calvo Sotelo me produjo un sentimiento. El sentimiento de no haber participado en su ejecución».

Todos estos testimonios y muchos más, pueden aportarse con plena garantía de su autenticidad para mostrar la enorme patraña  que se pretende establecer por este Gobierno con el apoyo del bloque político de la moción de censura, que aupó a Sánchez al Ejecutivo tras su segundo y estrepitoso fracaso electoral con apenas 84 diputados. Cada vez se entienden mejor las razones por las que quienes odian España, le encumbraron y le mantienen en el poder.

Es de esperar que la Fiscalía especializada en perseguir al que se aparte  de lo establecido por la Comisión de la verdad oficial, no pretenda sancionar con efectos retroactivos también. Y  no sólo a los protagonistas, sino del mismo modo a quienes recuerdan sus testimonios.

Ya tiene el Gobierno un imitador en Putin, que ha lanzado una iniciativa similar para preservar «el buen nombre de Rusia». En realidad, el buen nombre de Stalin.

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