El colonizador que descolonizare

Colonizador

Continúo fascinada por la propuesta del ministro de Cultura, Ernest Urtasun, de «descolonizar» nuestros museos y por esa búsqueda del colonialismo que nunca fue. Y me sabe mal tanta obcecación. Conocí a Ernest Urtasun cuando ambos éramos eurodiputados. Compartimos vuelos y sus, a veces, largas esperas en los aeropuertos. No teníamos casi nada que compartir pero, a diferencia de otros diputados en mis antípodas (izquierda radical, independentismo) no intentaba darme esquinazo. Incluso facilitaba una conversación amable. En estas charlas supe de su hijo recién nacido. Incluso me enseñó varias fotos.

En fin, que es un buen tío. Eso no quiere decir que, rehén del producto que vende, valga la pena argumentar con él. Y eso que, como antropóloga, lo de la «cultura colonia» me atrae muchísimo. Preguntado en el Congreso por la misma, respondió que «se entiende por cultura colonial el conjunto de manifestaciones culturales que se producen en una comunidad bajo la presencia de otro grupo humano foráneo que ejerce una posición dominante», y añadió que «en las sucesivas colonizaciones que se han producido desde la antigüedad, la cultura colonial se desarrolla tras la introducción de las formas culturales del colonizador, que vienen a modificar las manifestaciones que hasta ese momento eran características de las comunidades originarias». Él habla, como no, de «modelos culturales europeos». Sea eso lo que sea.

En realidad, el tema del colonialismo blanco es una plaga general. En una época en la que hasta a la ciencia occidental se le atribuye ser expresión de la supremacía blanca, no sorprende que estos sentimientos de indignación moral se hayan extendido por todas partes. Y muy especialmente a la Antropología. Como saben, el campo de investigación de la Antropología han sido las sociedades tribales o «primitivas».

Pequeñas comunidades con economías de subsistencia y tecnologías simples, sin escritura, dinero, jerarquías establecidas o gobierno centralizado. Gentes que resuelven sus problemas directamente, cara a cara. Su poca división del trabajo no les permite el avance económico y social, y su estructura básica son el parentesco, la edad y el sexo. Común durante la mayor parte de la historia de la humanidad, esta fragilidad les ha llevado a ser dominados por los grandes imperios del mundo antiguo y, en los tiempos recientes, a estar bajo la égida principalmente de la «colonización europea».

Los antropólogos profesionales vivieron entre ellos, muchas veces en condiciones al límite, en proyectos que implicaban años de trabajo de campo. Aprendieron lenguas indígenas no escritas y trataron de llegar a una comprensión teórica general de cómo funcionaban sus sociedades. Durante aproximadamente cien años los trabajadores de campo antropológicos, principalmente de Europa y América, acumularon una gran cantidad de datos etnográficos, y es muy probable que sin este esfuerzo mucha información se hubiera perdido.

El problema es que los etnólogos sólo pudieron realizar trabajo de campo en estas sociedades cuando los gobiernos coloniales impusieron la ley y el orden. De ahí que, en un paisaje cultural altamente politizado, se acuse a la Antropología de ser una empresa colonialista. ¡Dentro de la propia Antropología! El Museo Pitt Rivers llegó a proclamar hace poco: «El colonialismo divide el mundo en Occidente y el resto y asigna superioridad racial, intelectual y cultural a Occidente». Así que no todo se lo está inventando Urtasun, el virus del autoodio arrasa por la izquierda.

Afortunadamente, Urtasun y su Ministerio están muy ocupados con las elecciones del 12M en Cataluña. Ahora el tema es la defensa de la lengua. Y mucho mejor, ya que, después de rebuscar por los museos españoles, sólo han hallado «vestigios» de colonialismo en el Museo de América y en el Museo Arqueológico Nacional y con suerte se les olvida.

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