Chaladas podemos

Chaladas podemos
Chaladas podemos

La enajenación acompañada de poder es una combinación indeseable para cualquier clase de comunidad. En España, ese fenómeno, incansable, se llama Podemos y ahora persigue psicologizar las inquietudes normales de la vida (queridos podemitas, la vida es dure para todes) mientras desautoriza a los médicos.

El partido de las miradas delictivas y la indignación por el machismo en los primates homínidos piensa que ir al psicólogo es como el wifi o el satisfyer, un servicio al que cada ciudadane debe tener acceso lo antes posible porque en su bienintencionado cretinismo, no diferencian entre enfermedad y malestares adaptativos igual que tampoco distinguen, ni les apetece distinguir, entre el tratado de un psiquiatra, que ha estudiado más de 12 años, y sus enardecidas bufonadas.

España está cansada, preocupada, molesta e irascible y no es para menos, que además de los rejones habituales de la existencia, llevamos dos años demenciales entre el confinamiento, el desgarro sanitario y económico, la extensa reclusión, unos a solas con sus propias deficiencias, y otros en compañía de los demás (“¡Qué bien se está lejos de los seres queridos!” dice mi cuñada). Y de ahí a la España con mascarilla y la España sin mascarilla, los vacunómanos y los vacunófobos…

En medio de este contexto acalambrado emerge nuestro gobierno como un poto trepador, con la energía infatigable de la inmadurez y la ingenuidad; tan adanista que quisiera agarrar el alma española como si de una hoja garabateada en sucio se tratara, hacer con ella una pelota y arrojarla a la papelera.

Parece que quiere redireccionar la salud mental, que estamos fatalas todes estrangulades por el capitalismo, el clasismo, el racismo, el fascismo, la transfobia, el machismo, el color rosa, los gallos violadores, los cerdófagos, los toreros e imagino que los algoritmos, que son muy patriarcales. A tal efecto propone una Ley integral de la Salud Mental absolutamente disparatada y desconocedora de la realidad médica que llega al Congreso para estigmatizar a los pacientes psiquiátricos y a la Psiquiatría que se mueve entre la risa y la perplejidad.

Por supuesto, en todo el documento no se mencionan los trastornos mentales graves con causas biológicas (esquizofrenia, trastorno bipolar, autismo, demencias o trastornos obsesivos-compulsivos) que son los que verdaderamente constituyen la salud mental de nuestro país, y los que sufren las carencias del sistema en número de profesionales, listas de espera, plazas de hospitales de día… la palabra social aparece más de cincuenta veces frente a cero veces la palabra cerebro, trastorno mental mayor, evidencia científica. Se pretende que los trastornos mentales son producto de problemas sociales y que todes tengamos nuestro psicólogo para las pesadumbres inespecíficas que se nos ocurran;  al mismo tiempo, se plantea una regulación en cuanto a los tratamientos farmacológicos en contra de las guías clínicas internacionales. Lo más chiflado de la Ley es que, además, parte de la premisa paranoica (o “maricomplejines” sencillamente) de que los profesionales de la salud mental no hacen una buena labor o que elles, nuestros mesías, deben proteger de los médicos a la sociedad.

En efecto, las personas con trastornos mentales de este país necesitarían que se incremente, en los Presupuestos Generales del Estado, la inversión en la prevención y tratamiento de los mismos. Sin embargo, este régimen que desconoce la historia, la economía, la ciencia, la prudencia, la fe, la seguridad, la etiqueta, el decoro, los heridos de guerra, al diablo, a Mahoma, a Buda, a Pablo de Tarso, los accidentes geográficos o meteorológicos, a Isabel la Católica, a Gutenberg, la política, la cultura, el temor de Dios o de otra clase… Este contubernio que unas veces acaba en “a” y otras en “e” está tan centrado en sus neurosis ombligueras pseudo-políticas y en alcanzar mayores cotas de poder que lo único que conseguirá será diluir las carencias actuales de la atención en salud mental entre los problemas consustanciales a la sociedad.

¡Serán cándidos estos muchachos!: si los trastornos mentales fueran causados exclusivamente por aspectos sociales, como la pobreza o la discriminación, su aumento en estos últimos dos años hablaría muy mal de la gestión del Gobierno de España.

Y luego que la psicología (innecesaria) tiene un perjuicio: visitar al psicólogo cada vez que nos sentimos a disgusto tiene un coste en dependencia, dificulta nuestra capacidad para tomar decisiones, nuestra autonomía como individuos adultos y maduros, y nuestra capacidad de afrontamiento.

Ante tantísima inocencia, o ¿es inconsciencia? muches nos preguntamos si la norma propuesta por Podemos instrumentaliza la terminología ‘salud mental’ para intereses alejados de las necesidades médicas de las personas (esta sería la opción buena) o si definitivamente están tronados.

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