De censura en censura
La perversidad de la censura, más allá de su propia naturaleza, radica en que suele generar un peligroso hábito en quien la practica. En Podemos están acostumbrados a que Pablo Iglesias dirija el partido con puño de hierro y purgue a todos aquéllos que osan contradecirle. Con esos antecedentes, y en plena crisis interna, algunas facciones de la formación morada piden que se retire el anuncio navideño de Campofrío. Un disparate que justifican por la teórica tendencia “franquista” del mismo aunque, en realidad, es sólo una cortina de humo tras la que tratan de esconder los graves problemas del partido. A pesar de que el espacio comercial ha sido ideado por una de las agencias más prestigiosas del mundo y que su mensaje es de nítida concordia, el anacronismo podemita invoca la Ley de Memoria Histórica para dirimir lo que consideran un agravio. Otra demostración más de que Podemos sería la ruina de España, ya que sus dirigentes sólo saben hacer política mirando atrás, asentados en el odio a un pasado que no vivieron y cuyos fantasmas se les aparecen en los contextos más inverosímiles… incluso hasta llegar al absurdo, tal y como sucede en el caso de Campofrío.
La nueva política que enarbolan en Podemos se ha hecho vieja en menos de tres años. Poco o nada queda de aquel espíritu de plaza pública y asamblea del que se apropiaron en sus orígenes. La censura es la respuesta que Pablo Iglesias utiliza ante cualquier disidencia política. No hay en la formación morada más punto de vista que su dictado. Quien osa cuestionarlo acaba como víctima de un engranaje impropio de lo que debería de ser un partido joven, decidido a regenerar el sistema político que articula España. Lo sabe bien el propio Íñigo Errejón. Su regalo de Navidad por proponer una alternativa en el cónclave de Vistalegre II ha sido una campaña de acoso y derribo por parte de la guardia pretoriana del secretario general: Irene Montero, Pablo Echenique y Juan Carlos Monedero. Podemos no es el partido de “la gente”, como ellos mismos dicen de manera ampulosa, sino un engendro donde los herederos ideológicos del pensamiento único llevan la voz cantante. De seguir así —y será muy difícil que cambien— acabarán instalados en el esperpento constante o, directamente, perdiendo cualquier atisbo de congruencia y credibilidad política.