Los Ceaucescu votan el domingo

Los Ceaucescu votan el domingo

Recuerden dos episodios. En diciembre de 1989 el criminal dictador comunista, Nicolás Ceausxscu (medio millón de asesinados desde 1946), convocó una manifestación en la plaza grande de Bucarest en la que se alzaba el Palacio Nacional. Era una cita al estilo clásico de los dictadores: promesas («Subiremos en el salario mínimo»), amenazas («Nadie puede oponerse a la revolución socialista») y denuncias al acoso extranjero («Vienen a por nosotros desde el exterior»). Aquéllo no resultó como la pareja Nicolás-Elena pretendía; las protestas continuaron en todo el país, la pareja pidió dos helicópteros para huir y nadie quiso pilotarlos, se refugiaron ambos en un centro a las afueras de la capital y allí fueron detenidos e inmediatamente juzgados en un tribunal, eso es cierto, sin las menores garantías procesales.

En el transcurso del juicio Nicolás se comportó como un loco, sobre todo cuando escuchaba diatribas contra su mujer. Una de sus expresiones quedaron para el recuerdo histórico, hoy muy vigente: «¡Cómo puedes soportar que te traten así». Peor la tratarían a ella y a su marido, El Conducator se hacía llamar en su época de mayor esplendor: les condenaron a muerte y fueron acribillados por los que habían sido sus congéneres. La Televisión oficial transmitió la ejecución.

Naturalmente que los comportamientos de este infame dúo asesino contra su propio pueblo no han tenido seguimientos posteriores en ningún otro país civilizado de Europa. Los Ceausescu, vicepresidenta ella de la República, gobernaron muchos años después a que el comunismo se hiciera con el poder en Rumanía en 1946 y, arbitrariamente, ocuparon todos los resortes del Estado: doblegaron sus instituciones, utilizaron una supuesta asamblea del pueblo para sacar adelante leyes represivas miserables, persiguieron a los jueces y a los pocos disidentes que se atrevieron a plantar cara a sus despóticos gobernantes, y construyeron una Rumanía donde el Régimen dictaminaba quién era afecto, bine, bueno en el idioma del país, y rau, malo en el mismo idioma.

Alguna de sus conductas, eso es lo cierto, sí son homologables a las que hoy mismo se constatan en el escenario mundial: Cuba, Corea del Norte, Venezuela… qué se yo, se asemejan absolutamente a las formas de los Ceausescu. En estos países, la conducta del poder es idéntica a la de los Ceausescu: a los contrarios, palo y tente tieso. En otros lugares los modos son, digamos, menos apabullantes: asfixian a los rivales, toman sin pudor el Poder Judicial y el Legislativo, controlan hasta el asco los medios públicos, se aprovechan de sus asientos para forrarse, cambian las leyes para favorecer a los suyos y castigar a los demás, amagan con represalias mil contra todo aquel que se opone a sus dictados y, sin disimulo alguno, perpetran una situación de arbitrariedad sectaria permanente. Queda además el remate final: el Régimen favorece a los suyos, familiares directos incluidos, e interviene la economía hasta convertirla en un chiringuito de apestante propiedad pública.

Díganme ahora: lo anteriormente descrito ¿no se parece clónicamente a lo que estamos sufiriendo en España? ¿A qué no resultan exagerados los símiles? ¿Qué ha sido de nuestro Tribunal Constiitucional? ¿Qué de nuestra cohesión territorial? ¿Qué de leyes desiguales destinadas sólo a beneficiar a delincuentes confesos? ¿Qué de ocupación directa de todos los bienes de influencia del Estado? ¿Podemos afirmar acaso que la principal Magistratura de la Nación, la Corona, está siendo respetada o, al revés, no ninguneada, por el poder político? ¿Es mentira que la Moncloa se considera a sí misma la imbatible institución de nuestra sociedad por encima incluso del Rey? Es así, por eso el cronista escribe sin ambages: al matrimonio Sánchez, pleno de presuntas lacras de corrupción, se le puede clasificar como Los Ceausescu de España. Sin sangre, sin asesinatos, pero con todo lo demás ídem, eadem, ídem, o sea, lo mismo.

Aquí ya sólo quedan, en la esperanza, tres escenarios: que los jueces cumplan con su cometido y terminen con esta acometida golpista, que las potencias extranjeras (podemos hablar de Israel) a las que ha agredido repetidamente Sánchez, reaccionen de una vez y nos cuenten qué es lo que saben realmente de este autócrata, y el último escenario: que todas las fechorías de la señora Begoña sean juzgadas, negro sobre blanco, y arrastren a su marido a las tinieblas exteriores.

Por lo pronto tenemos este domingo electoral por delante. Acudir en masa a votar no es ya el deber de una parte muy significada del electorado, el centroderecha, es una obligación nacional, porque está en juego todo lo que hemos sido como Nación durante siglos. Releyendo estos días la España de don Claudio Sánchez Albornoz, produce una descomunal vergüenza contemplar en lo que nos hemos convertido y lo que estamos tolerando.

Alguna vez le escuché a Stanley Payne, sin duda nuestro mejor hispanista, que España lo aguanta todo, hasta que por lo menos una vez por siglo se harta, rebela y la emprende con todo y contra todos. Estamos aún en la primera parte de la afirmación: ¿hasta cuándo soportará la Nación más vieja de Europa la humillación a la que este psicópata nos está sometiendo? El espectáculo de este miércoles con una tribu de paniaguados vociferando sin parar «¡Begoña! ¡Begoña! ¡Begoña!» para contentar a una señora que ha utilizado la Presidencia de su marido en provecho propio o en el de sus más queridos amigos, es anonadante para un país que se dice culto y que sólo puede encontrar en la historia del «¡Vivan las caenas!» de Fernando VII un precedente semejante.

Este domingo hay elecciones trascendentales en España, ¿Se ha enterado la derecha?, o más bien, ¿se ha enterado la derechorra que pretende quedarse irresponsablemente en casa o apoyar a la cara B de Sánchez? Luego no se alarmen y pidan «¡más leña!», la leña ahora es europea y electoral y acuérdense los que con toda seguridad sí van a votar son los Ceausescu de España, Pedro y Begoña, que tanto monta.

Lo último en Opinión

Últimas noticias