Catetos y desarrapados

Catetos y desarrapados

Un fantasma recorre Baleares: se llama Vox. Lean si no a la «jefa» -así se hace llamar- de sección del domingo de Última Hora, Amaya Michelena, que la semana después de las elecciones del 28 de mayo, escribía un artículo prodigioso, Catetos, que no tiene desperdicio. «Que España es un país de catetos lo sabemos todo(s)», empezaba. Después de glosar las bondades de Pedro Sánchez como aumentar el salario mínimo y las pensiones, razonaba de esta guisa. «El que tiene algo desea conservarlo y preferirá que no lo frían a impuestos. Es natural. Lo asombroso es que miles de desarrapados elijan ese mismo voto [el de VOX]. Por odio, por mezquindad, por prejuicios que se arraigan en eslóganes y majaderías sin ningún sustento real. El desprecio al rojo, al melenas, al hippy, al perroflauta. Idioteces de ese tipo son las que inclinan el voto en España. Se nos está quedando un país perfecto para emigrar».

España, no sé, pero Baleares, querida Amaya, con la masificación y la sobresaturación que se avecinan del bracito de los nuevos gobernantes que en su infinita torpeza descreen del decrecimiento, seguro que sí. Si te sirve de consuelo, yo también me lo estoy planteando, Amaya.

Mejor Munar o Revilla que Campos

No sólo ha entrado en pánico el digital arabalears.cat. También el diario Última Hora. Nadie quiere que Vox entre en el Govern de Marga Prohens. Están literalmente aterrorizados. Desde la misma noche electoral, Nekane Domblás está realizando esfuerzos ímprobos para convencernos de que, en verdad, Prohens no necesita para nada a Vox. También abogan por un gobierno en solitario del PP algunos de los antaño asesores áulicos de Jaume Matas como Javier Mato, Joan Martorell o Germà Ventayol. Hay que remontarse, en efecto, a 2003 para certificar el último pacto autonómico del PP con otro partido en Baleares. Los mismos que en 2003 no pudieron convencer -¿o no lo intentaron? ¿o aplaudieron con las orejas, más bien?- a Jaume Matas (30 diputados, mayoría absoluta) para que no cometiera el disparate de dar gratis el Consell de Mallorca a Maria Antònia Munar (3 diputados) cuando no la necesitaba para nada y lograr, así nos lo vendieron, un pacto de legislatura «estable», ahora le niegan el pan y la sal a Vox cuando sus 8 escaños son, ahora sí, absolutamente necesarios para la estabilidad de la legislatura para una Marga Prohens que, se ponga tan «contundente» como se ponga, sólo ha conseguido 26 escaños.

Aquellos 30.000 votos que Munar conseguía elección tras elección, muchos de ellos fruto de la compra de voluntades gracias a su tupida red clientelar, tienen al parecer más valor que los 60.000 votos que ha sacado Vox (la inmensa mayoría, ex votantes del PP), cuyos políticos de momento, a diferencia de los de UM en aquel entonces, no han tenido ocasión de enchufar a nadie ni llevarse nada a la faltriquera. Está claro, mejor Munar o Revilla que Campos. No les quepa la menor duda.

La narrativa catalanista de Martorell

Dice uno de estos asesores áulicos de Matas y su otrora director general de Comunicación, Joan Martorell, que siente «escalofríos sólo de pensar que su partido (PP) ha de sentarse a hablar con quienes han hecho de la devolución de competencias en educación y sanidad y la hostilidad manifiesta hacia la lengua catalana propia de las Baleares los fundamentos de su posición política», refiriéndose, claro está, al fantasma que estos días recorre las redacciones de los periódicos: Vox. Martorell parece haber comprado la mercancía averiada del nacionalismo cuando habla de «hostilidad manifiesta».

Aquí lo que está en juego no es ni el amor ni el odio, ni la querencia ni la hostilidad, ni la defensa ni el ataque a la lengua catalana. Esto lo dejamos a los sentimentales nacionalistas que bucean bien en las aguas turbias de las emociones y dan manotazos de ahogado cuando se les confronta con los derechos lingüísticos de los ciudadanos. Aquí lo que está en juego no son los derechos de ninguna lengua minoritaria o minorizada, ni propia ni impropia, porque las lenguas son meros instrumentos sin derecho a nada. Aquí de lo que estamos hablando es de los derechos lingüísticos de los ciudadanos de carne y hueso que viven actualmente en las Islas.

¿Considera Martorell «hostilidad manifiesta» querer terminar con la inmersión obligatoria en catalán y, por lo tanto, garantizar a los escolares hispanohablantes que puedan dar alguna asignatura troncal en su lengua materna? ¿Está de acuerdo en convertir el catalán en un mérito o por el contrario quiere mantenerlo como requisito para acceder a la función pública? ¿Está de acuerdo en que el español sea o no lengua vehicular en la educación? ¿En qué grado, un 25% de las clases como mínimo en una de las lenguas vehiculares, un 50% o un 75%? ¿Está a favor de la libre elección de lengua, como postula Vox?

De eso se trata, no de relatos infantiles dirigidos a indocumentados y fanáticos que sólo buscan trampear la realidad jurídica de un Estado de Derecho para sumergirse en la sensiblería propia de los beatos identitarios acerca de quién defiende más o mejor el catalán, quién lo ama más o menos, quién lo trata mejor o peor, quién le es hostil y quién es amigo suyo. Cursilerías de quien no entiende que la Administración está para proteger los derechos fundamentales de los ciudadanos, no para sacrificarlos en el altar de entidades abstractas antropomorfizadas como las lenguas. Que las lenguas son las que están a nuestro servicio, no nosotros al servicio de ellas. Que no estamos en una lucha de lenguas, Martorell, sino por la labor de garantizar los derechos lingüísticos de todos los ciudadanos, de unos y de otros. Que ya hemos superado la adolescencia intelectual, hombre.

La tristeza infinita de Eberhard Grosske

Todas las fuerzas antifascistas habidas y por haber están saliendo estos días de debajo de las piedras. No se veía nada igual desde la operación Barbarroja, cuando Hitler invadió por sorpresa la Unión Soviética de Josef Stalin después de dos años conchabados tras el reparto de Polonia. Quien fuera el líder de Izquierda Unida en Baleares y su cabeza visible en los dos primeros pactos de progreso de 1995 y 1999 tiene algo que decirnos: se siente triste. Que el PP «no tenga ningún reparo en hacer tándem con Vox me parece terrible», dice el bueno de Eberhard Grosske en Última Hora.

A algunos nos parece todavía más terrible que dos fuerzas con las credenciales democráticas de Més y PSOE -aun reconociendo que dichas credenciales han quedado algo mancilladas tras coquetear estos años con golpistas y proetarras- no hayan ofrecido las cuatro miserables abstenciones que necesita Marga Prohens para que ésta pueda cumplir su sueño de gobernar en solitario y aislar así al neofascio en un merecido cordón sanitario.

No es el único motivo de tristeza de Grosske. «Que el Partido Popular haya ganado las elecciones me parece triste pero está en la lógica de las democracias parlamentarias», dice ahora. Si pactar con Vox es terrible y Més y PSOE se niegan a hacerlo, Grosske parece abogar por que gobierne la lista más votada, aunque esta sea del PP. Llama la atención el fair play del bueno de Eberhard hacia el vencedor electoral. Cosas de la edad, seguramente. Porque el mismo Grosske, no una vez sino dos veces, en 1995 y 1999, fraguó con Sampol, Antich y Munar un pacto de perdedores para desalojar del poder a la lista más votada a la que faltaban menos escaños que ahora a Prohens. Así es como entendía antes la lógica de las democracias parlamentarias. Eberhard sabe perfectamente que la lógica parlamentaria en España no es que gobierne la lista más votada sino aquella que obtiene una mayoría parlamentaria. Lo sabrá él, menudo hipócrita.

La Sindicatura de Cuentas es otro gasto inútil

Parece que Vox y PP se han puesto de acuerdo en desmontar la Oficina Anticorrupción por ser un gasto inútil. Totalmente de acuerdo. Yo les invitaría a ser un poco más ambiciosos e ir un poco más allá: cerrar también la Sindicatura de Cuentas. Ya sé que la Sindicatura sólo rinde cuentas ante la cámara balear y apelarán a que «no se puede suprimir» debido al anclaje legislativo y estatutario del ente, lo mismo que se decía del Consell Econòmic i Social (CES), un gabinete de estudios que apenas sirve para otra cosa que para cobijar a algún político en retirada.

Al igual que la Oficina Anticorrupción, tampoco la Sindicatura de Cuentas es un órgano independiente al estar dirigida por unos síndicos que son nombrados por cuotas por parte de los partidos con representación parlamentaria. ¿Cómo van a investigar los síndicos a fondo la gestión de los partidos que les han nombrado? ¿Alguien cree que la tríada de síndicos, uno del PP, otro del PSOE y otro de Podemos, va a arriesgar su sueldazo de 100.000 euros anuales para encararse a la desagradecida labor de levantar alfombras? Además, aunque quisieran, siempre podrían escudarse en que la Sindicatura no tiene ninguna facultad de denunciar ni sancionar ni emprender acciones judiciales contra nadie (https://okdiario.com/opinion/cierren-ya-sindicatura-oficina-anticorrupcion-8056021). ¿Se acuerdan de algún escándalo de corrupción destapado por la Sindicatura de Cuentas? ¿De Maria Antònia Munar, de Matas, de Armengol?

La labor de la Sindicatura se limita a fiscalizar una pequeña muestra de contratos de la administración autonómica y dar algunos pessics de monja que nadie se toma en serio. Por no hablar de otros menesteres que entran en la política ficción, como la de cuantificar la «deuda histórica» de Madrid. Este año la comunidad autónoma maneja un presupuesto de más de 7.000 millones y todavía nuestros atareados síndicos se dedican a cuantificar infrafinanciaciones y deudas históricas. ¡Ciérrese también!, que diría Hugo Chávez.

Y una lágrima para terminar

La cámara balear no va a ser la misma esta legislatura sin su actriz principal. Sin la creatividad, el optimismo, la juventud, la valentía y la alegría desbordantes de la yokoono de Ibiza, Gloria Santiago, sus señorías parlamentarias y los analistas políticos nos vamos a aburrir de lo lindo (https://twitter.com/i/status/1658882068284047375). Dadas sus dotes de interpretación, no le faltará trabajo en Ibiza.

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