Por la calle con Ayuso

Opinión de Eduardo Inda

Ahora entiendo perfectamente lo que me comentó José Luis Martínez-Almeida en la cena que compartimos en el invierno de 2021:

—¡Pero cómo me voy a presentar contra Ayuso en el Congreso Regional del PP! ¿Pero tú que te piensas, que me he vuelto loco?

La metáfora de la que echó mano el alcalde para completar su explicación es sencillamente genial, lo normal por otra parte en un tipo más listo que el hambre:

—Retar a Isa es como tumbarte en las vías del AVE, las posibilidades de sobrevivir son iguales a cero, la única incógnita es la cantidad de pedazos en los que quedará desmembrado tu cuerpo. No es una política, es mucho más, es Madonna, y contra eso no se puede competir—.

El viernes comprobé cuánta razón tenía el abogado del Estado que ostenta la vara de mando de la Villa y Corte. Planteamos sobre la marcha a la mano izquierda de Isabel Díaz Ayuso, José Luis Carreras, y a su extremidad derecha, Miguel Ángel Rodríguez (MAR), la posibilidad de desarrollar nuestra entrevista paseando por el centro de Madrid. Más que nada por hacer algo original, por revolucionar un género periodístico históricamente limitado a dos personajes sentados en una silla, a un lado el entrevistado, al otro el entrevistador. Puro coñazo. «Ni se te ocurra», me planteó el primero de los lugartenientes con su proverbial austeridad cántabra. «Tú sabrás», me retó, irónico él, el antaño spin doctor de José María Aznar.

No era la primera vez que me daba un garbeo con la baronesa popular por las calles de la capital de este país todavía llamado España. Hará dos o tres años, me di un minipaseo con ella por Sol y aluciné al contemplar a dependientes abandonar sus tiendas y dejarlas al albur de los cacos con tal de conseguir el selfie de turno. O cómo los taxistas y los conductores de VTC frenaban en seco estando a punto de provocar una colisión en cadena para animarla o para dar vivas a la madre que la parió. El coche era lo de menos, lo de más pasar unos segundos con la política más conocida de España, con la némesis del caudillo, con la persona que más odia el autócrata.

Más que un fenómeno político, que también, lo de la presidenta de la Comunidad de Madrid constituye esencialmente un fenómeno sociológico

Aquello poco tuvo que ver con lo que vivimos en Mallorca en septiembre de 2022. Decían y dicen los zurdos de turno y los envidiosos de guardia que el efecto Ayuso nace en el kilómetro cero y termina al norte en Somosierra, en el sur por Aranjuez, al este en Pezuela de las Torres y en Cercedilla por el oeste. No. El Auditórium de Palma se quedó corto para albergar el aluvión de personas que se negaba a perderse la charla que dio con motivo del Segundo Aniversario de Okbaleares. Congregó 1.900 almas pero bien que habría podido meter otras 1.900. O 3.800 o 7.200 si se hubiera dado el caso.

Lo peor sobrevino al franquear la salida del Auditórium del Paseo Marítimo de la capital mallorquina. El lugar, por cierto, que albergó el suicidio de la UCD en el Congreso celebrado en febrero de 1981, donde las cinco familias ideológicas que conformaban el partido fundado por Adolfo Suárez acabaron literalmente a gorrazos apenas dos semanas antes de ese 23-F que a punto estuvo de volvernos a robar la libertad. Nos dirigíamos a una cena restringida con popes de la sociedad civil local a poco más de 200 metros. Hacía un tiempo estupendo y planteé consumar el recorrido andando. Maldita la hora en que se me ocurrió semejante idea. Fue salir a la calle y levantarse prácticamente el 100% de las terrazas de los bares y restaurantes colindantes. Cualquiera diría que se trató de una aparición mariana.

Se desató una auténtica pesadilla. Tardamos una hora en emprender el camino a nuestra siguiente cita. Y, obviamente, jubilé la idea de recorrer esos 200 metros a la intemperie. Cogimos los coches y nos plantamos en el Hotel Meliá Victoria en un par de minutos. Aquel día certifiqué, más allá de toda duda razonable, que más que un fenómeno político, que también, lo de la lideresa madrileña constituye esencialmente un fenómeno sociológico. Que Almeida tenía razón. No es un Cercanías ni un mercancías, es el AVE.

El viernes desafié a los antecedentes, a los sabios consejos de Carreras y MAR y a la lógica más elemental. En medio de la entrevista, corté en seco para solicitar a mi interlocutora proseguir la charla caminando por Madrid aprovechando que el mes de lluvias que hemos padecido ha pasado a mejor vida. Se trataba también, no hay que ocultarlo, de trazar una comparación entre ese Pedro Sánchez que no puede ir ni a la esquina por temor a que se cisquen en su augusto padre o su santa madre o intenten agredirle y una Isabel Díaz Ayuso que no camina sobre las aguas pero sí sobre las multitudes.

Ayuso confiesa que las muestras de afecto que recibe en la calle son la gasolina que la animan a seguir adelante en medio de tanta inquina

Mi osadía quedó retratada nada más despedirnos del guardia civil que custodia la Real Casa de Correos. Fue poner un pie en la Puerta del Sol y una veintena de adolescentes lanzarse sobre la presidenta para lograr el ansiado selfie. Con sonrisa franca e interminable y paciencia franciscana, Ayuso posó con todos y cada uno de los 25 muchachos y muchachas que se agolpaban para lograr la instantánea. El efecto mimético fue inmediato. Terminaron los adolescentes y llegó la tribu de la mediana edad, concluyeron los treintañeros, los cuarentañeros y los cincuentones y fue el momento de los jubilados. El nutrido equipo de guardaespaldas de la presidenta, seis armarios empotrados, se las veía y se las deseaba para contener a la masa. Gente de bien que sólo quiere tocarla o fotografiarse con ella para presumir con amigos y parientes. Entre tanto buen rollito pasa un individuo con cara de energúmeno al que no se le ocurre mejor cosa que llamar «¡facha!» a la presidenta y al arriba firmante segundos antes de ponerse a dar vivas a Otegi. Menos mal que la muchedumbre estaba a otra cosa llamada Ayuso porque, de no haber sido así, el malnacido proetarra se hubiera comido sus rebuznos.

Entre medias, le tocó el turno a una decena de exiliados venezolanos. Tal vez el momento más emotivo de la mañana. «Gracias por apoyarnos en nuestra lucha por recuperar la libertad», le espetaron cinco hombres y cinco mujeres que, como se encargaron de recordar, vienen «del futuro»». «Lo que está ocurriendo aquí», advirtieron, «ya lo vivimos allí antes de que Chávez convirtiera nuestra nación en una dictadura». Terrible aviso a navegantes. Parecido mensaje al que expresó un colectivo de colombianos de paso por Madrid. Que hay muchos Chávez pululando por ahí: Petro, Sheinbaum, Boric, el asesino de masas Daniel Ortega o ese peronismo que afila sus cuchillos con la confianza de volver a recuperar el poder que mantuvo durante medio siglo con la excepción de Raúl Alfonsín y las criminales juntas militares. Sobra decir que para las personas arremolinadas en torno a la jefa de la Comunidad de Madrid, Pedro Sánchez figura en el elenco de malvados liberticidas.

El antisanchismo fue el común denominador de los ayusers que se lanzaban sobre la mujer que ha revolucionado la política española. «¡Sánchez no podría hacer esto, se tendría que largar a los dos minutos como se fue de Paiporta, como el cobarde que es!», argumentaba Pedro, un pensionista capitalino que se vale de un bastón para caminar. «Ojalá la pudiera votar», apunta en voz alta Carmen, albaceteña que ha venido a pasar el finde a Madrid. Mariano es de Alcobendas, nos cuenta que acudirá a la jura de bandera en la que el Gobierno de España relegó a la primera autoridad de Madrid haciéndole el enésimo favor y tiene bien claro que si Díaz Ayuso no existiera «habría que inventarla». Y apostilla: «Es nuestra única esperanza frente a este régimen totalitario que nos está amargando la vida».

El amor que le profesa la gente a Isabel Díaz Ayuso es directamente proporcional al odio que suscita un Sánchez que no puede pisar la callePasan los minutos. Cinco, diez, quince, veinte y al veinticinco me pongo el mundo por montera para pedirle a Madonna Ayuso que retome la entrevista. Lo que iba a ser un recorrido por el centro de Madrid se transforma en un minitrayecto por Sol, con escapatoria por la calle Correo, donde nos topamos con unas tabernarias de mediana edad que se levantan cual resorte de la mesa para posar al lado de su ídolo. El siguiente stop son unos treintañeros que, además del consabido selfie, le cuentan a Esperanza Aguirre 3.0 el negocio que acaban de emprender en la calle Fuencarral.

Entre tanto, la presidenta me confiesa que estas muestras de afecto, que ya le gustarían a Pedro Sánchez para los días de fiesta, representan la gasolina que la animan a seguir adelante en medio de tanta inquina, tanta persecución, tanta falsedad y tanto de esas medias verdades que son las peores de las mentiras. Optamos por poner fin a nuestro periplo en el gran patio de la Real Casa de Correos, que luce más brillante que nunca tras haberse adecentado por primera vez en un cuarto de siglo los cristales que coronan la azotea. «Yo pensaba que los cristales eran opacos pero era porque nadie se había preocupado de limpiarlos», me indica apuntando con el dedo índice al techo. Y, sí, lo que antaño era un edificio bonito, remodelado por el faraón Gallardón, luce hoy más esplendoroso que nunca.

El ratín que pasamos en la calle demuestra que el aprecio popular nada tiene que ver con el odio que le profesan políticos y periodistas de izquierdas y políticos y periodistas que no son tan de izquierdas. Certifica que la ciudadanía sabe diferenciar lo que es y lo que representa nuestra protagonista de los pecados fiscales que haya podido cometer su novio. Que ya pasaron esos tiempos del franquismo en los que el patrimonio y la vida de una mujer iban indisolublemente unidos a los del macho alfa del clan. Que uno, una en este caso, no es responsable de lo que haya hecho o dejado de hacer su novio, menos aún de lo que sucedió cuando ni siquiera se habían dado el primer beso. Que lo de su responsabilidad en las residencias de ancianos en época Covid no pasa de ser un cuento chino, un asqueroso movimiento de agitprop que no se cree ni el que se lo inventó, que lo de que es una «asesina» no sólo es una calumnia sino una ficción nivel dios. Que no podrán con ella porque para eso tendrían que poder con los 1.131.527 madrileños que depositaron su papeleta, casi medio millón más que los que confiaron en el PSOE. Que hay Ayuso para rato. Que el día que diga adiós el próximo presidente del Gobierno, Alberto Núñez Feijóo, hay sucesión. Con permiso del superlativo Juanma Moreno o el tapado que pueda surgir. Y que el amor que le profesa la gente es directamente proporcional al odio que suscita Pedro Sánchez. No es opinión. Es información. Aquí la tienen.

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