En busca del final merecido

En busca del final merecido

No para de circular por las redes el documento audiovisual que recoge las recientes declaraciones de Tomás Gómez, ex secretario general del PSOE madrileño, en el programa Espejo Público de Antena 3. El vídeo, que disecciona la estructura moral y valórica de Pedro Sánchez y del actual Partido Socialista, es tan descriptivo y concluyente que hace inútil cualquier intento de soslayarlo. Y es que, ante la efectiva capacidad de resistencia del sanchismo y la constatación del daño que cada día ocasiona a nuestro país y a nuestro régimen democrático (v.g.: ayer la ponencia del TC sobre la amnistía que se tratará en próximos artículos), sigue siendo necesario hacer el esfuerzo de explicación y divulgación de la catadura moral del presidente del Gobierno. ¡Por supuesto que cansa y aburre!, pero, mientras no termine esta plaga bíblica, repetirlo una y mil veces es ya un compromiso con nuestra conciencia ciudadana.

Así que, empezar por apoyar a Tomás Gómez en su empeño por explicar quién es y el peligro que supone el personaje. Se puede aceptar que trasluce algo de resentimiento personal, pero es evidente que, aunque la enemistad Gómez-Sánchez se muestre al shakespeariano modo de Montescos y Capuletos, el antiguo alcalde de Parla es creíble y aporta pruebas objetivas, alguna de ellas en forma de cornadas en sus propias ingles. No sobran entonces ánimos y alientos: «Más leña más, más leña Tomás».

Dos de las cuestiones en las que insiste Gómez es en la completa falta de moralidad y en la enfermiza ambición de Sánchez, siendo que es de la combinación de ambas de donde surge la letal efectividad de su maldad. Sabe lo que quiere: el poder; sabe como conseguirlo o mantenerlo: no imponerse límites o líneas rojas. Y no hay conjeturas en ese análisis porque lo avalan sus pautas de comportamiento; aún más, su trayectoria ha permitido comprender el carácter transversal de su déficit ético.

Veamos. Empezó por mostrar una incondicional adscripción a la corrupción política al incumplir lo que prometió y hacer lo que dijo que no haría; lo siguiente fue instar una corrupción institucional sin precedentes (Presidencia del Congreso, Fiscalía, Abogacía del Estado, Tribunal Constitucional, ministerios, TVE, Correos y empresas públicas, CNMV, Banco de España…) que daña medularmente el sistema democrático; desde ahí ya era fácil asumir una corrupción económica que alcanza, con una larga lista de delitos de esa naturaleza, a todo su entorno político, personal y familiar; y lo siguiente ha sido amparar o consentir los comportamientos mafiosos contra funcionarios, órganos jurisdiccionales y servidores públicos, en un intento de tapar los diferentes tipos de corrupción a que nos estamos refiriendo: política, institucional, económica…

A estas alturas, ya no es que Pedro Sánchez sea el peor y más dañino de los presidentes del actual periodo democrático, es que está al nivel de los políticos y gobernantes con más desvergüenza y menos escrúpulos de la historia de España. Su desviación respecto de las normas y valores que definen en una sociedad lo correcto e incorrecto le concede capacidad para cualquier comportamiento ilegal y posiblemente criminal. Si nos enteráramos de que se ha ordenado el asesinato (¿político?) de un rival, de que los gerifaltes del régimen desviaron fondos públicos a la República Dominicana o de que se intentó amañar el resultado de una votación… ¿habría muchos españoles que se sorprenderían?

Con certeza que ni los recalcitrantes y sectarios adeptos que, aunque confían y confiarán su voto a Sánchez, nunca le confiarían la custodia de sus hijos, no le harían albacea de su testamento y ni siquiera le comprarían un coche usado.

Si bien el personaje ya demuestra trayectoria y apunta potencial como para que Borges le hubiera hecho un hueco en la Historia Universal de la Infamia, y sirve, además, para refutar definitivamente la teoría de L’uomo Criminale que Cesare Lombroso no asignaba a personajes tan bellos y apolíneos, no sabemos ciertamente dónde tiene su techo.

Y es que es difícil intuir la escena final. No contamos con que haga un humilde y discreto mutis por el foro; y, al contrario, es previsible que intente estrellar definitivamente a su país y a sus compatriotas a la manera del malnacido piloto de GermanWings. Muy apropiado sería, sin embargo, el final gore de la película La Sustancia; a nadie costaría reconocerle en el narcisismo, egocentrismo y ambición del personaje de Demi Moore y de su otro yo. ¡Y la mayoría de españoles aplaudirían a rabiar cuando aparezca The End!

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