Ayuso puede sacar del mapa a Iglesias
Pablo Iglesias es un gran bluff. Siempre va de farol. Este agitador de mercadillos en 2015, movilizó a varios millones de incautos con una frialdad aparentemente apasionada. Así llenó un pobre curriculum, sosteniendo su absurdo universo en el vacío de las ideas. No me cansaré de decirlo: el autobombo suele acabar en decepción. Dicho trilero se agenció una mansión de la hostia para integrarse en la casta que también, aparentemente, repudiaba. El cuate de Maduro es otro totalitario que busca forrarse con el comunismo. Todo lo demás se la suda, menos sus tres cuelgues, tan delirantes como enfermizos: acabar con la Monarquía, con Sánchez y con la prensa libre.
En cambio, Isabel Díaz Ayuso, política eficaz y mujer incansable, se desvive por solucionar los apuros del foro. Las encuestas dicen que puede sacar del mapa político a este bocazas. Una vez retirado de la circulación, practicará su deporte favorito: el plebeyismo millonario. Los alborotadores de pega sólo se suben a los trapecios si hay red. No estaría mal que quien salió del Gobierno por el tubo de escape se presentara a las elecciones de mayo con el primer y único lema honesto de su vida: “Un mamarracho al poder, vótenme, quiero ser el nuevo presidente de la Comunidad de Madrid para humillar y empobrecer a todos los castizos”.
Esperamos y deseamos que Ayuso pulverice a Iglesias en las urnas y que nunca, jamás, una vez sumados los votos, renazca este amoral, inútil, ridículo bolchevique de cómic, de sus pestilentes cenizas. Que se largue a bailar el joropo a la arruinada Venezuela y no siembre más odio entre la gente de bien que quiere paz y prosperidad.
Los aliados separatistas de Iglesias son delincuentes y traidores que degradan el Congreso, vejan al Rey, ridiculizan las instituciones, agreden a las fuerzas del orden, boicotean la economía e inventan calumnia tras calumnia con tal de acabar con Ayuso. Estos fanáticos hacen lo que se les antoja y, encima, juran que en España no hay democracia. A tales inmaduros psíquicos que mantienen el índice de la realidad muy bajo, les iría bien vacunarse contra la hidrofobia. Aunque curado el mal, seguirían siendo personas incivilizadas.