Los asesinos de Hipercor, libres. Zapatero y López Guerra son culpables
Dentro de unos días, este 27 de agosto, se cumplirán dos años de la puesta en libertad de Josefa Ernaga Esnoz, el negro cerebro del mayor atentado de ETA: la matanza de Hipercor en que la banda asesinó a veintiuna personas, dos niños entre ellas, e hirió e incluso mutiló para siempre a otras cuarenta y dos. Ernaga, navarra mal nacida, que en Barcelona se hacía llamar Isabel Moete García, sin duda esperará, quizá incluso a su lado danzando cualquier miserable aurresku, al que fue su compañero más querido: el criminal Rafael Caride Simón también ya en la calle. Caride, una acémila sin duda, siempre fue monigote literalmente en brazos y manos de la terrible Josefa, una tipa de rostro canalla, con la que Caride, apenas ingresado en ETA y escapado de España, se fue a vivir a la calle Mallorca de la Ciudad Condal, para allí constituir el letal “Comando Barcelona” junto con otro animal sanguinario, Domingo Troitiño y un cuarto etarra de poca monta y compañía: José Luis Gallástegui. Arnega era la jefa.
En ese piso franco, Ernaga y sus cómplices prepararon un coche bomba compuesto no por treinta, como erróneamente se está diciendo, sino por cien kilos de amonal, pegamento, escamas de jabón y gasolina. La etarra había sido “becada” por la organización durante dos años en Francia, en un agujero en el que el baranda de la banda, Santi Potros y su cuadrilla de matarifes, le enseñaron a manejar toda serie de explosivos. Cruzó la frontera ahíta de sangre y perpetró con los demás rufianes cuatro atentados en los que liquidaron a policías y guardias civiles. Aquellos episodios dramáticos fueron un simple entrenamiento para su gran “ekintza”: Hipercor. Mataron al policía Angel González y al guardia Juan Fructuoso entre otros y estuvieron a punto de destripar a uno de los periodistas más célebres del momento: Luis del Olmo al que estuvieron siguiendo y persiguiendo más de tres meses. Con toda certeza que del Olmo recordará aquellos días, los más espantosos de su vida.
En seguida perpetraron el gran atentado, ese con que todos los etarras del mal soñaban en sus cubículos de sanguijuelas: Hipercor. Aquel espanto conmovió al mundo entero y ETA, en uno de los ejercicios de cinismo más repugnantes que puedan recordarse, se excusó sin miramientos, pero, eso sí, con una crueldad bárbara acusó a las fuerzas de Seguridad, de no haber sido listas y desalojar el centro comercial. Una grandiosa mentira. Ernaga, cuando fue detenida en noviembre de aquel año, se enfrentó sin mesura a sus captores, hirió a alguno de ellos y durante el interrogatorio, mientras escupía al policía que le hablaba, le amenazó así: “No me arrepiento de nada y nunca olvidaré tu cara”. O sea, que de aflicción por la tragedia causada, nada de nada. Troitiño, el tercer componente del siniestro “comando” no tuvo el menor comedimiento para, en el momento en que fue arrestado en 2003 y posteriormente, de forma estúpida, puesto en libertad, en declarar a un medio amigo lo siguiente: “Aquella acción fue de simple sabotaje; queríamos hacer el mayor daño posible al capital francés y español”. ¿Arrepentimiento? ¿Quién es el imbécil que se lo ha creído?.
Hoy todos gozan de libertad. No parece posible que Caride Simón reciba en Vigo, donde nació, un homenaje similar al que han degustado sus colegas de fechorías. De aquel grupo de criminales, sólo uno, José Luis Gallastegui, de Lequeitio, era vasco. Ernaga, navarra, nació en Mesquidiz en 1951 y Caride era un obrero descerebrado del que incluso se mofaban sus compañeros de Comisiones Obreras. Como este sindicato le parecía blando en su personal y heroica lucha contra el capitalismo salvaje, y como, de resultas de algunas algaradas, la policía le tenía tomada la matrícula en Galicia, Caride agarró la maleta y se refugió en el País Vasco donde pronto encontró acomodo en el sindicato etarra: ELA. Terminó directamente en la banda, tras el correspondiente catecumenado y le destinaron los jefes a Barcelona. Se quedó en la casa de huéspedes de Arnega y ésta simplemente le utilizaba, porque sus amores tiraban más hacia arriba: concretamente hacia un altísimo dirigente de Herri Batasuna del clan tafallés. Entre navarra y navarro andaba el juego del que Caride, bien cornudo, no se enteraba.
En el “comando” y tras sucesivas detenciones, todo el mundo se declaró extraordinariamente pesaroso por el horror producido y se fueron acogiendo a la llamada “Vía Nanclares” que separaba a los presuntamente arrepentidos de los gudaris enfebrecidos, y poco a poco disfrutaron de insólitos beneficios penitenciarios que aún hoy estremecen a las víctimas del terrorismo. Troitiño, el palentino, salió de la cárcel y enchulecido declaró: “Me voy a vivir a Donosti, a un lugar que bien conoce la Guardia Civil, cerca del Cuartel de Inchaurrondo”. Que se sepa, nunca ha regresado a su casa natal de Tariego de Serrato donde los palentinos abominan incluso de su nombre.
El y todos los demás están en libertad gracias a la anulación de la “Doctrina Parot” (otro repulsivo terrorista). El Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo que odia a España emitió en su momento una sentencia que imposibilitaba el alargamiento de las condenas y por tanto de la permanencia de los asesinos en las cárceles. En aquel Tribunal se sentaba el profesor español Luis Díaz Guerra, vicepresidente que fue de nuestro Tribunal Constitucional. Voto a favor, o sea, a favor de que hoy Ernaga, Caride, Troitiño y Gallástegui estén en la calle tomándose abundantes potes. Díaz Guerra, como de común denuncia magistrados independientes españoles: “Siempre ha jugado en el equipo contrario a España”. Su patrocinador, su mecenas, el político y presidente que se conchabó con ETA para traicionar las víctimas, fue el que, repetidamente, confirmó a Díaz Guerra en Estrasburgo. A ellos les debemos la infamia, hecha hoy libertad, de aquel cuarteto de la muerte.