Antifranquistas vascos a las órdenes de la Guardia Civil

Guerra Civil
  • Pedro Corral
  • Escritor, investigador de la Guerra Civil y periodista. Ex asesor de asuntos culturales en el gabinete de presidencia durante la última legislatura de José María Aznar. Actual diputado en la Asamblea de Madrid. Escribo sobre política y cultura.

Bildu, el ectoplasma de ETA, se viene dando golpes de pecho en las últimas fechas para reivindicar la «lucha antifranquista» de la banda asesina. No hace falta recordar que estos son los socios de Pedro Sánchez a quien, para aprobarle la Ley de Memoria Democrática, le impusieron que el propio PSOE se reconociera como parte del franquismo, extendiendo la dictadura hasta 1983, un año después de la aplastante victoria electoral de Felipe González, para así blanquear los años de plomo de la organización criminal.

Las supuestas hazañas bélicas de ETA contra Franco incluyen el asesinato de trece personas que habían ido a comer a la cafetería Rolando, en la calle Correo, el 13 de septiembre de 1974. El realizador Felipe Hernández Cava ha dejado fiel constancia de aquella matanza con su conmovedor documental Un viernes y 13. 1974: la primera masacre de ETA, producido por la Fundación Miguel Ángel Blanco.

Sin duda hay que tener el corazón de piedra para reconocer como «lucha antifranquista» el haber segado las vidas de un cocinero y un camarero que trabajaban en el local, dos matrimonios que se encontraban de visita en Madrid, un jubilado, una maestra, un ferroviario, un impresor, un inspector a punto de jubilarse, una archivera y una estudiante. Nada diferente a los cerca de novecientos muertos y casi tres mil heridos que dejaría ETA en su siniestra actividad, principalmente perpetrada en democracia.

Ante la histórica falacia que es llamar «gudaris» a los terroristas de ETA que siempre ejecutaron a sus víctimas a traición, incluidos mujeres y niños, me gusta contraponer el ejemplo del puñado de heroicos guardias civiles que lucharon cara a cara contra las tropas de Franco al frente del Euzko Gudarostea, el ejército vasco, en la Guerra Civil.

Gudaris en la Guerra Civil.

Eran capitanes y tenientes de la Guardia Civil originarios de distintas provincias españolas, como Carlos Tenorio Cabanillas, Eugenio García Gunilla, Germán Ollero Morente, José Bolaño López o Matías Sánchez Montero. El lehendakari José Antonio Aguirre los pondrá al frente de los diversos sectores de la defensa de Vizcaya y, después, de las nuevas divisiones y brigadas vascas.
En noviembre de 1936, los oficiales de la Benemérita llegaron a comandar a tres cuartas partes de los gudaris desplegados en primera línea. Guardia civil era también el jefe de la Ertzaña, la primera policía vasca, el teniente coronel Saturnino Bengoa.

Es un capítulo de la Guerra Civil poco conocido y, más aún, rabiosamente cancelado de la memoria histórica porque desactiva los tóxicos propagandísticos con los que el ultranacionalismo vasco ha falsificado el pasado para imponer su narrativa antiespañola. Uno de esos elementos es el odio contra la Guardia Civil, cuerpo que fue clave en julio de 1936, sofocando el golpe militar en Bilbao y San Sebastián, para que el PNV decidiera definitivamente con qué bando estar.

Entre todos estos oficiales de la Benemérita destaca el capitán Juan Ibarrola Orueta, alavés de Llodio. Aguirre le dará el mando de una división que, después de la caída de Bilbao el 19 de junio de 1937, seguirá haciendo frente en agosto a las fuerzas de Franco en su ofensiva sobre Santander.

Es entonces cuando los batallones del PNV, concentrados en Santoña y Laredo, se sitúan en abierta rebeldía, desobedeciendo la orden de retirarse a Asturias para continuar la resistencia.

Así lo comunica el jefe del Ejército del Norte, general Mariano Gamir Ulibarri, al ministro de Defensa, Indalecio Prieto, afirmando que los batallones nacionalistas se han declarado «cantón independiente» deteniendo al alcalde de Santoña y a otras personas del Frente Popular.

En otros frentes, otras unidades nacionalistas, como los batallones Padura y Arana Goiri, éste último bautizado con el nombre del fundador del PNV, se niegan a luchar en actitud de franca insubordinación, asegurando que si habían de combatir perdido el País Vasco «lo mismo les daba por unos que por otros y preferían hacerlo con quien tuviese aviación», según informe del general Gamir.

El lehendakari Aguirre, que negará haber promovido la rebeldía, la justificará por «las muchas vejaciones sufridas», entre ellas, la negativa del Gobierno republicano a organizar un Dunquerque para rescatar a sus fuerzas.

Asimismo, dará por buena la negociación final de los dirigentes nacionalistas Ajuriaguerra y Arteche en Vitoria, cuartel general de las fuerzas de Mussolini, para acordar la rendición, el llamado Pacto de Santoña, que se firma el 24 de agosto, hace ahora 88 años.

Los mandos republicanos desconfiaron de la solicitud de rescate propuesta por el Gobierno vasco, pensando que, una vez evacuadas a Francia, las tropas nacionalistas se desentenderían igualmente de la suerte de la República.

Incluso llegaron a temer que los batallones del PNV volvieran las armas contra sus fuerzas, como de hecho ocurrió después cuando, hechos prisioneros, varios miles de gudaris aceptaron luchar en las fuerzas de Franco contra sus antiguos correligionarios.

Para el Gobierno republicano no fue ninguna sorpresa la actitud nacionalista una vez perdido Bilbao. Por informes anteriores se sabía de los contactos del PNV con la Italia fascista para proponer a Mussolini convertir el País Vasco en zona neutral.

Dos barcos ingleses, que comenzaron a embarcar en Santoña a tres mil personas bajo el amparo del acuerdo con el fascismo italiano, se vieron obligados a suspender el embarque ante la orden terminante de Franco de no dejar salir a nadie, convirtiendo en papel mojado el pacto del PNV con Mussolini.

La debacle de las tropas vascas una vez perdido Bilbao está cuantificada. Según las cifras que Prieto recibe del Ejército del Norte, el Cuerpo de Ejército Vasco pasa de 70.000 efectivos a 26.000 al caer la capital vizcaína. Después de la toma de Santander por los franquistas y la rendición de los batallones nacionalistas en Santoña, apenas llega a 9.000 hombres, incluyendo fuerzas vascas, montañesas y asturianas.

De toda esa gran unidad vasca, sólo queda en pie parte de la 50.ª División con el ya comandante Juan Ibarrola al frente, que logrará pasar a Asturias. Las brigadas de este guardia civil vasco serán citadas elogiosamente por el mando por su heroica resistencia a mediados de agosto de 1937 en Portillo de Suano, en Reinosa, al rechazar dos fuertes ataques franquistas, llegando incluso al empleo de la bayoneta.

Con Ibarrola continuarán luchando en Asturias los ya comandantes García Gunilla y Sánchez Montero con la nueva División Vasca de Choque, que resistió épicamente la ofensiva franquista contra la sierra de Cuera, en la legendaria batalla del Mazuco.

Para auténticos vascos antifranquistas los que, a las órdenes del guardia civil Ibarrola, resistieron numantinamente los diluvios de metralla de los aviones y barcos enemigos en las cumbres rocosas del Mazuco, y no los cobardes terroristas de ETA del tiro en la nuca y la bomba lapa.

Después de la caída de Asturias, Ibarrola será nombrado jefe del XXII Cuerpo de Ejército, con el que intervendrá en la toma de Teruel. Con la derrota republicana, será condenado a muerte. Al contrario que sus compañeros García Gunilla, Sánchez Montero y Bolaño López, fusilados por los vencedores, Ibarrola verá conmutada la pena capital por la cadena perpetua. Finalmente, se le concederá la libertad condicional en junio de 1943, retornando a su pueblo, Llodio, donde fallece en 1976, después de trabajar en una empresa de perfumes y sin renegar de su amor a la Guardia Civil.

Estoy seguro de que la lealtad al lema El honor es mi divisa demostrada por Juan Ibarrola Orueta será hoy motivo de orgullo para los que sirven en la Benemérita quienes, con un alto precio, 210 agentes asesinados, también hicieron frente valientemente a los que destrozaron miles de vidas con saña, vileza y cobardía pretextando ser luchadores antifranquistas incluso más de treinta años después de muerto Franco.

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