El ‘anticristo’ para el separatismo

El ‘anticristo’ para el separatismo

Los separatistas catalanes presumen, falsamente, de ser “pacíficos” y “tranquilos”, pero hay “algo” que consideran un “virus” y que les saca de sus casillas. No lo pueden remediar, todo su montaje de que son “buena gente” que defiende sus postulados sin alterarse, se desmorona cuando ven una bandera de España. Es aparecer una rojigualda en su campo de visión y comienzan a transformarse en un Mr. Hyde sediento de sangre dispuesto a romper lo que haga falta. Es el auténtico ‘anticristo’ para ellos, porque saca todos los demonios del independentismo.

OKDIARIO mostró esta semana el vídeo de la patética puesta en escena de los diputados de la CUP en el Congreso. En una comparecencia ante los medios de comunicación en la sala de prensa lo primero que hicieron los diputados antisistema fue apartar la rojigualda para que no saliera en el tiro de cámara. Es algo instintivo, es verla y necesitar quitarla de en medio. La bandera europea la dejaron, por mucho que los ‘cuperos’ también abominen de las instituciones comunitarias a las que consideran esbirros del capitalismo más neoliberal y salvaje. Pero la bandera nacional tuvieron que arrinconarla, no fuera que a sus secuaces en Cataluña les diera un patatús al ver su ‘magnífica’ intervención en televisión con el símbolo común a todos los españoles al lado.

Los ataques a constitucionalistas en Barcelona por llevar nuestra bandera en forma de gorro, bufanda, pin o en cualquier otro formato ya forman parte de las costumbres del separatismo más agreste. De hecho, llevar un emblema rojigualda en barrios barceloneses como el de Gracia, o por los pueblos llenos de lazos amarillos con alcaldes secesionistas es sinónimo de llevarse unos cuantos insultos y, posiblemente, algún guantazo. Es superior a sus fuerzas y no lo pueden disimular. Recuerden como ejemplos más salvajes la banda de forajidos que apalizaron a dos chicas por montar un tenderete de apoyo a la selección nacional de fútbol, o la profesora que agredió a una niña de diez años por pintar la bandera de España. Pero no son casos aislados, forman parte de un ambiente de amedrentamiento creado por el independentismo. No pueden evitar señalar pisos en cuyos balcones luce la rojigualda, o increparte si la luces en la solapa.

Cuando los separatistas atacan a las Fuerzas Armadas, e insultan a los miembros de la Unidad Militar de Emergencias por desinfectar instalaciones, o critican a los militares por hacer maniobras en Cataluña, no lo hacen por un pacifismo sincero. En la mayoría de los casos no les molesta ni los fusiles, ni los carros de combate, ni los helicópteros. Les ofende que en sus uniformes esté bordada la rojigualda, y que sean soldados de España. De ahí que muchos de los que piden la erradicación del Ejército en esta comunidad autónoma preparen planes para formar un cuerpo bélico catalán, e incluso fantaseen con que forme parte de la OTAN. Más que sean “militares”, odian que sean “españoles”.

Los ayuntamientos que controlan los secesionistas buscan cualquier vericueto legal para que la bandera de España no ondee en los edificios consistoriales. Primero intentan no colgarla, cambiándola por la ‘estelada’. Como son una panda de cobardes, cuando tras las denuncias de constitucionalistas que buscan que se respete la ley les llegan las multas y las amenazas de inhabilitación, comienzan con las excusas como que “está en la lavandería”, “que la han robado” o, directamente, ponen una enseña más pequeña en un rincón de la fachada. Si hubiera vampiros secesionistas, al estilo del Comte Draculat –que sin duda sería ‘diputat’ de ERC por Girona-, no haría falta recurrir ni a los ajos, ni a las estacas, sólo mostrándoles una rojigualda se convertirían en cenizas.

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