Antes muerta (y progresita) que sencilla

Antes muerta (y progresita) que sencilla

No les voy a hablar del último cambio de opinión de Pedro Sanchez, en forma de amnistía. Tantos y tan bien han escrito que poco puedo aportar. Y menos, si quien ha de escuchar solo tiene oídos para Puigdemont, Otegui y cía. No es no, ya nos lo ha dicho.

Tan solo podría repetir los argumentos del presidente del Supremo, cuyo corte apenas salió en el telediario, antes de dar paso al affaire Rubiales. Tan solo podría repetir que es otra mentira, una traición, inconstitucional por mucho que Pumpido diga amen señor, un privilegio que rompe la igualdad y la dignidad del resto de españoles, un insulto al españolito que cumple la Ley, un desprecio a los catalanes hostigados, un trueque entre castas. Eso es la amnistía.

Pero como de eso, del qué, ya escriben otros, yo les voy a hablar del por qué. De esa coletilla que repiten ministros y ministrables, políticos y politiquillos y tantos tertulianos afectos. De esa frase que, prepárense, van a escuchar mañana, tarde y noche: lo que se pacte con Puigdemont es para “conformar un gobierno progresista”. Esa es la excusa, el leitmotiv, la razón que todo justifica.

Qué tiene ese progresismo, coartada de tantas mentiras y traiciones, que mueve a más de siete millones de electores a votar a un falsificador de tesis que, cuando se mea en sus promesas, dice que es un cambio de opinión. Qué tiene ese progresismo que, en su nombre, se vota a quien ha roto la neutralidad de la Fiscalía General y del Tribunal Constitucional, a quien cesa a un coronel por cumplir su deber o a una directora del CNI para contentar a delincuentes, a quien rebaja penas a violadores o beneficia a etarras no arrepentidos. Qué tiene ese progresismo, para que nada de eso cuente.

Algunos intentamos encontrar argumentos, sin darnos cuenta de que el progresismo es una mentalidad, más que un conjunto concreto de principios, una actitud nebulosa elástica y adaptable, como nos decía el desencantado Andrew Anthony en El desencanto, buen libro para tantos socialistas arrepentidos. Ser progre dejó de ser una ideología para pasar a ser un estado mental. Progre se es y se siente, no se justifica. Y la esencia no muda, se adapta y desoye cualquier razón por muy aplastante que sea.

Y ese es el problema. El sectarismo de izquierdas hipnotiza al personal con un peligroso eufemismo, progresista. Y así, un murciano o un aragonés votan a un PSOE que les va a menospreciar frente a otros territorios, a un PSOE que regala la impunidad a los separatistas y que rompe el discurso del Rey del 3 de octubre de 2017 en mil pedazos y legitima el intento de secesión.

El buen progre vota a un Sánchez de carne y hueso para frenar a un fantasma imaginado, con el que previamente le han asustado, vota a un Sánchez que prefiere una España antes rota y plurinacional, que sencillamente una y unida; una España, antes de Puigdemont, que conservadora. Una España, antes muerta que sencilla. Pero así tendremos un gobierno progresista. Todo sea por el progreso, por avanzar, aunque el avance sea hacia el precipicio.

Enhorabuena, sanchistas, el 23 de julio escribisteis el futuro de España y, ya lo dije en estas columnas, ojalá no os tengáis que avergonzar. Algunos, Felipe y Alfonso, ya empiezan a hacerlo.

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