Alemania: de socio a enemigo

Alemania: de socio a enemigo

El país más poderoso de la Unión Europa y socio indispensable de España está sufriendo una metamorfosis muy preocupante en el caso Puigdemont. Cuando lo detuvieron y lo encarcelaron actuaron como socios leales con nuestro país. No obstante, poco a poco están derivando hacia una defensa implícita y explícita del sedicioso propia de un enemigo. Si los detalles son los que definen la realidad, llama mucho la atención, por ejemplo, que presentadores de la televisión pública alemana aparezcan ataviados con vestidos y corbatas amarillas —color reivindicativo de los golpistas— para informar sobre el expresident huido. Más allá de la anécdota, el contexto de connivencia es muy preocupante, ya que afecta tanto al ámbito político como al judicial. Resultó muy extraño que un magistrado de provincias tuviera la potestad para dejar libre a Puigdemont sin ni siquiera conocer el caso en su totalidad y dejando cientos de folios sin leer. La aparición posterior de la ministra de Justicia federal, Katarina Barley, politizando y dando apoyo institucional a dicho dislate, tampoco mejoró las cosas. «Es absolutamente correcta. La esperaba», dijo sobre la decisión de no juzgar al golpista por rebelión.

Lo que le parece normal a la señora Barley ha generado una corriente de estupor entre prestigiosos juristas de toda Europa. Nadie entiende por qué no aceptaron el delito de rebelión cuando el Código Penal alemán tiene en el delito de ‘alta traición’ una norma idéntica. Del mismo modo, nadie entiende una instrucción tan sesgada y poco profesional . De hecho, los alemanes son especialmente duros con la violencia en su enjuiciamiento criminal. Tanto con la de facto como con la que trata de perseguir la correcta aplicación del orden constitucional. Algo que sucedió el pasado 1 de octubre con la celebración del referéndum ilegal —prohibido por el Tribunal Constitucional— y que ocurre todos los días en las cada vez más violentas calles de Barcelona con esos émulos de la kale borroka llamados CDR. Motivos más que de sobra para entender que Puigdemont era el líder de una rebelión que ahora está espoleada por el apoyo que están encontrando en Alemania. El último ha sido Elmar Brok, un eurodiputado del partido de Angela Merkel que ha pedido que España ceda ante los golpistas.

Aquí no sólo está en juego la estabilidad en Cataluña —que ya es mucho con más de 3.200 empresas obligadas a dejar la región— sino que está en juego la estabilidad de España y, dada su importancia y peso en el continente, la de Europa. Alemania, por tanto, se tira piedras sobre su propio tejado con su connivencia y laxitud judicial. La única salida es que reconsideren su deriva y vuelvan a aquellas palabras e intenciones de su portavoz gubernamental, Steffen Seibert, cuando dijo que «este conflicto se debe solucionar en base al derecho español». Palabras que, con otra forma pero con el mismo fondo, ya habían defendido los grandes representantes comunitarios: Antonio Tajani, Donald Tusk y Jean-Claude Juncker. El Gobierno de España debe intensificar los contactos con el alemán, explicarles el contexto en toda su amplitud así como las nefastas consecuencias sociales que generan estas últimas declaraciones de sus representantes. Sólo así, y con el recurso de la Fiscalía de Alemania al fallo del magistrado de Schleswig-Holstein, Europa podrá seguir siendo un proyecto sólido y creíble. Si el país más importante de la UE apoya a los independentistas catalanes sólo está contribuyendo a la balcanización del continente. El principio del fin para ese sueño de unidad, cooperación y lealtad entre Estados. El mismo que premiaron en los últimos Premios Princesa de Asturias y donde Europa le dijo a España que la unidad era intocable. A ver si es verdad…

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