Afghan lives matter

Afghan lives matter

Circula por ahí un proverbio afgano que resume la mitad del porqué de la victoria de los talibanes: “Ellos tienen los relojes pero nosotros tenemos el tiempo”. La otra mitad de lo ocurrido también se explica fácilmente: Para que alguien deje de luchar hay algo más eficaz que dejarle sin armas, dejarle sin motivos.

Eso han hecho los talibanes, esperar ellos y desesperar a los demás; que corra el calendario y desaparezcan razones y esperanzas. Saben que, en Occidente, por encima del comandante en jefe hay quien aún tiene más mando: la opinión pública. Y cuando ésta no sabe y el asunto no renta electoralmente, no tardan en hacer el petate. Es lo que tiene vivir en el corto plazo o, como dicen aquellos, tener relojes pero no tiempo.

Pero no es de la guerra de Afganistán de lo que les voy a hablar, sino de otro conflicto que subyace en toda guerra, del conflicto cultural. Y también en éste parecen tenerlo fácil los talibanes y pueden sentarse a esperar mientras la opinión pública occidental, con la inestimable colaboración de la progresía mediática y política, se encarga de dejarnos sin valores que defender.

Desde la Alianza de Civilizaciones de Zapatero hasta el Me Too, lo que se lleva es autoinculparse, flagelarse y pedir perdón. Y como se te ocurra decir que una cultura es mejor que otra eres un etnocentrista y un colonialista cultural. Nada de sacar pecho, nada de reivindicar una cultura dos veces milenaria, que ha consistido, como ninguna otra, en una constante aspiración a la libertad y la igual dignidad de todo ser humano.

Lo que nos vende esa progresía occidental es el relativismo cultural. Claro que eso es más fácil defenderlo en el duty free de Heathrow que en el aeropuerto de Kabul. Es más fácil decir talibanes y talibanas y crear la Entidad de la ONU para la igualdad de género y empoderamiento de la mujer (ONU Mujeres) donde colocar a exministras zapateriles, que luchar por una nación a 8000km de distancia. Es más fácil derribar estatuas en Times Square, ponerse una chapa de Black Lives Matter y arrodillarse en la cancha de baloncesto antes de atiborrarse a palomitas, que pagar impuestos para mantener un ejército que defienda que también Afghan Lives matter.

Y también es fácil criticar el imperialismo yanqui y salir corriendo al baño en las reuniones de la OTAN, para dejar que sea el Tío Sam el que pague la factura y luego, eso sí, pedirle que saque las castañas del fuego.

Hoy, un ejército medieval con tecnología (y armas) del siglo XXI nos dice que tranquilos, que van a aplicar un islamismo inclusivo. Pues ya está, ¿algún motivo para enviar tropas?

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