El abrazo de la vergüenza de Sánchez a Maduro
El jefe del ‘gobierno interino’ de Venezuela, Juan Guaidó, ha sido hasta ahora el representante legítimo de los venezolanos que quieren abrazar y ansían la democracia en su país. Y no sólo para los venezolanos. También de todos aquellos que amamos el mundo libre. Todos, menos Pedro Sánchez, el presidente del Gobierno español, que a la par que nos quiere dar lecciones de memoria democrática, se afana en normalizar y blanquear el régimen del sátrapa Nicolás Maduro. Todo arrancó hace ya un tiempo cuando varios de los partidos de la oposición venezolana en un ejercicio de autoinmolación irresponsable buscaron el cese del ‘gobierno interino’ de Guaidó porque, según ellos, no había cumplido los objetivos esperados. Y cayeron en la trampa del dictador venezolano y sus secuaces, como el ex presidente español Rodríguez Zapatero, entre otros.
Personajes como estos últimos son los que ahora se están frotando las manos de satisfacción por ver cumplido su sueño de haberse quitado a Guaidó de encima y haber aplicado a la perfección el consejo de Julio César, «divide y vencerás». El problema ya no es Guaidó, no. El gran problema de la situación política actual en Venezuela es la irresponsabilidad con la que los partidos opositores han actuado. Ello sólo traerá consigo la perpetuación de Maduro en su gobierno tiránico y mucho dolor para los venezolanos de bien. El error de la oposición venezolana me recuerda a lo que el socialista y último presidente de la República Española, Juan Negrín, describió como «trapilleos de baja estofa política y viles navajeos personales» para referirse a su colega Indalecio Prieto que, una vez acabada la Guerra Civil, quiso acabar con el gobierno del anterior. Las diferencias posteriormente las resolvieron de puertas para adentro. Como también le ocurrió al ex presidente francés, Charles de Gaulle.
En tiempos de la Segunda Guerra Mundial estuvo exiliado en Reino Unido y desde allí organizó un gobierno paralelo que nunca fue del agrado del primer ministro británico, Winston Churchill. El presidente estadounidense, Franklin D. Roosevelt compartía esa visión sobre el militar galo. De hecho, ambos querían eliminarlo políticamente. Por suerte no lo hicieron porque temían crear un mártir político en Francia que se volviera en su contra. A Guaidó le está pasando lo mismo que a los ejemplos comentados. Con la excusa de la guerra en Rusia y la necesidad de explorar nuevas vías de suministro de hidrocarburos, los estadounidenses abrieron hace diez meses nuevas vías de entendimiento con la dictadura venezolana que se van a materializar muy pronto.
El Gobierno de Pedro Sánchez ha nombrado esta semana a un nuevo representante diplomático en Caracas y próximamente habrá un nuevo embajador de Maduro en Madrid. Todo ello ocurre sin que haya razones objetivas, morales ni legales para promover un acercamiento con Maduro y distanciarse de la figura de Juan Guaidó. El dictador venezolano es una máquina de generar represión, miseria y hundir un país. Sus violaciones continuadas de derechos humanos están en la Corte Penal Internacional, donde se investigan sus atrocidades. El pasado septiembre, la ONU acusó a Maduro de cometer crímenes de lesa humanidad. No olvidemos tampoco que las elecciones donde salió reelegido fueron consideradas por la UE y EEUU como fraudulentas. ¿Y qué hay frente a eso? El papel vergonzante de algunos miembros de la comunidad internacional, como el español Pedro Sánchez, que en lugar de ponerse del lado de las víctimas de la dictadura venezolana, de los siete millones de refugiados y de los que quieren vivir en libertad, actúa como es habitual en él, poniéndose en el lado equivocado. Al igual que aquí excarcela o indulta presos nacionales, fuera de nuestras fronteras se ha aficionado a blanquear a delincuentes internacionales.