De esto va la cosa, Viggo Mortensen

De esto va la cosa, Viggo Mortensen
El candidato a presidente de la Generalitat por JxCat, Quim Torra (3i), aplaudido por los diputados de JxCat y ERC tras su intervención ante el pleno del Parlament, donde hoy se celebra la segunda sesión del debate de investidura (Foto: Efe)

Aunque algo tarde, ya sabes algo más sobre la causa a la que te has o te han alistado. Me da que eres un buen tipo, y doy por supuesto que si hubieras conocido al nuevo y flamante presidente de la Generalitat un minuto antes de estampar tu firma en el carnet de Òmnium, tal vez ahora estaríamos hablando de una tentativa frustrada de captación. Asimismo, y a poco que hubieras tirado del hilo, habrías reparado en que Torra no pasea su xenofobia como un alienígena extraviado, sino que su discurso expresa a las claras —¡se le entiende todo, al intelectual!— el pensamiento expreso o asumido de alrededor de 2 millones de catalanes, y entre los que, obviamente, se encuentra tu familia política —¡y nunca mejor dicho!—.

No, ni Cataluña es una comunidad oprimida ni sus símbolos están proscritos ni la lengua catalana está a punto de morir, estrangulada, oh, por las fauces del Leviatán español —no he podido resistir la tentación, a cuenta del nombre de tu amada, de imaginarte introduciéndote en el laberinto de Dédalo para, desenrollando morosamente el hilo de Ariadna, acabar con el Minotauro ibérico, y ya frente a él, reparar en que su aspecto no es el de un toro de Osborne, como tal vez te habían hecho creer, sino —¡arghhh!—, sino el de un señor de Blanes llamado Torra, único minotauro probable en esta historia—. El catalán, decía, jamás había gozado de tamaña presencia en el ámbito público, del mismo modo que nunca antes había habido tantos medios de comunicación, públicos y privados, en catalán, ni este idioma había sido vehicular en las escuelas. Por lo demás, es probable que no haya en Europa una región que disponga de tantas competencias de gobierno.

Qué reivindican entonces, te estarás preguntando. Frente a esta cuestión, Jordi Pujol, uno de los antecesores de Torra, y del que, a buen seguro, te habrán hablado los Gil Giner —me temo, eso sí, que escamoteándote la parte más trepidante de su biografía, la de la deixa del pare Florenci y los ferraris de sus hijos—; Pujol, decía, solía responder a la pregunta secamente: “Ser”, proclamaba, “los catalanes reivindicamos ser”. Tal formulación, que asemejaba la llamada de auxilio del último catalán sobre la Tierra, se sustentaba en la convicción de que él y los suyos –y quien se animara a considerarse uno de ellos— eran distintos al resto de los españoles: y nadie, en fin, se reclama distinto por inferior. En efecto, lo que el páter Pujol sugería, de forma más o menos explícita, era que España era un pueblo de gañanes; un páramo del que, llegado un punto, convendría desgajarse.

Es probable que en la biblioteca de tu suegro encuentres el volumen ‘La inmigración, problema y esperanza de Cataluña’. Si es así, ve a la página 118: “El hombre andaluz no es un hombre coherente. Es un hombre anárquico. Es un hombre destruido. Es, generalmente, un hombre poco hecho, un hombre que vive en un estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual”. Un pueblo de gañanes, ya te digo. Entre ese texto y lo que ha ido segregando Torra han pasado 60 años. En cuanto a las disculpas de uno y otro, apenas  hay diferencias. Pujol (2012): “Tots tenim una frase desgraciada que ens persegueix tota la vida”. Torra (2018): “Em sap greu que hagi pogut utilitzar alguna paraula inconvenient. Me’n penedeixo, no tornarà a passar”. Porque, como tú mismo puedes ver, ninguno de los dos se disculpa. Pues bien, Viggo Mortensen, a ese club perteneces. Un club supremacista donde en puridad, el único ser superior, lo que se dice superior, ladrón, eres tú.

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