«Pero hombre, por Dios, ¿cómo la voy a llevar en el ‘Fortuna’?»

Rey Juan Carlos
El Rey Juan Carlos poco antes de salir a navegar.

A finales de los años 80, la «amistad entrañable» entre el Rey Juan Carlos y Marta Gayá era un secreto a voces en la sociedad de Mallorca, donde ambos mantenían sus encuentros furtivos. El ejército de paparazzi que acechaba a la Familia Real durante sus vacaciones en la isla obligaba a Don Juan Carlos a extremar las precauciones.

Hasta el punto de que un amigo muy próximo reprochó al monarca las indiscreciones que cometía y le advirtió del riesgo de que los medios de comunicación pudieran hacerse eco de esta amistad dañando la imagen de la Casa Real.

Así lo relató el Rey Juan Carlos en una conversación telefónica, grabada sin su consentimiento por los espías del CESID. «Comprendo que soy un hombre público pero yo sé lo que debo hacer», explicó confiado a su interlocutor.

Su amigo se había hecho eco de los rumores que apuntaban que se había visto al Rey con su «girlf» (novia en inglés) en alguna cala de la isla. «Pero hombre, por Dios, ¿cómo voy a llevarla en el Fortuna?», exclamó Don Juan Carlos al respecto. Como ha informado OKDIARIO, la conversación quedó almacenada con el número 38 en la llamada Cintateca del CESID.

Un pacto de silencio

La confianza del monarca sólo estaba en parte justificada. La prensa mantuvo durante años un «pacto de silencio» sobre las relaciones extramatrimoniales de Don Juan Carlos, hasta que estos episodios comenzaron a tener consecuencias políticas y amenazaron con dañar irreversiblemente la imagen de la monarquía.

El episodio de la cacería de elefantes de Botsuana, en la que el Rey sufrió un accidente en el que se rompió la cadera, supuso un punto de inflexión. Saltaba por primera vez a las portadas de los periódicos el nombre de su acompañante en el viaje, la Princesa Corinna.

Antes habían existido otros nombres, como el de la actriz Bárbara Rey y la decoradora Marta Gayá. Los medios habían cumplido su pacto no escrito de discreción, pero los servicios secretos habían grabado las conversaciones íntimas en las que aparecían estas amigas del monarca: su intimidad había quedado expuesta y podía ser utilizada para deteriorar su imagen pública.

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