Nova, donde la música se convirtió en tragedia: la herida más profunda del ataque terrorista de Hamás
NOVA ya no es un festival. Es un santuario al aire libre donde Israel vuelve, llora y recuerda
A simple vista, el paisaje podría pasar por cualquier rincón silencioso del desierto del Néguev: una explanada extensa, arena fina y una hilera de árboles jóvenes proyectando sombras bajo el sol. Pero basta detenerse unos segundos para sentir que este lugar lleva consigo un peso distinto. Aquí, en el aparcamiento de Re’im, junto al kibutz del mismo nombre y a pocos kilómetros de la frontera con Gaza, se celebraba la madrugada del 7 de octubre de 2023 el festival NOVA. Música electrónica, baile y libertad que se convirtieron en uno de los escenarios más terribles del ataque de Hamás.
Hoy cuesta imaginar que hace poco más de dos años miles de jóvenes bailaban aquí, ajenos al peligro. Centenares de milicianos irrumpieron desde Gaza al amanecer, disparando indiscriminadamente, persiguiendo a los asistentes y secuestrando a muchos. En este lugar fueron asesinadas 364 personas, la cifra más alta de víctimas en un solo punto durante aquel ataque. Aunque algunos podrían pensar que el festival fue un objetivo planificado, las autoridades israelíes consideran poco probable que así fuera y señalan que los terroristas se lo encontraron por casualidad mientras avanzaban hacia otras zonas, aunque todavía quedan dudas sobre los detalles exactos.
De aquel festival solo quedan ecos. El espacio está lleno de homenajes: pequeños altares con flores secas, pulseras, banderas, notas de familias y amigos; objetos que se han convertido en anclas de memoria. En la zona donde estaba el escenario principal, decenas de mástiles con las fotografías de las víctimas se alzan como un recordatorio silencioso. Los rostros – jóvenes, sonrientes, de distintas nacionalidades – forman un mosaico que impacta más que cualquier relato. Cada imagen es una vida congelada en su mejor momento.
A pocos metros, un árbol recién plantado por cada víctima asesinada recuerda a cada uno de ellos. El camino que los une obliga a detenerse y a mirar en silencio.
Pese al luto evidente, el ambiente no es solo tristeza. También hay voluntad de no permitir que el horror sea lo único que permanezca. Familias que regresan cada semana, voluntarios que limpian la zona, jóvenes israelíes que se sientan en el suelo a leer los nombres. Incluso grupos de soldados, en un descanso improvisado, comen sobre mantas como si quisieran recordar por qué siguen aquí.
Sobrevivir y ayudar desde el humor
Nos recibe con una sonrisa y su guitarra llena de pegatinas. Sebastián Podzamczer, argentino, sobrevivió al ataque y todavía lucha por asimilar lo vivido. «Lo que pasó aquel día fue un horror, una pesadilla de la que todavía no puedo creer que haya salido», confiesa.
Lo que más sorprende es cómo reaccionó en medio del caos. «No sé por qué, pero lo que me salió no fue huir, sino ayudar desde el humor», dice. Entre miedo y desesperación, intentó aliviar a los demás, sacarles una sonrisa cuando podía. La entrevista termina con él tocando Color Esperanza de Diego Torres, su guitarra acompañando cada nota como un mensaje de resistencia y vida. Su presencia recuerda que incluso en medio del horror hay espacio para la solidaridad y la esperanza.
Lo que ocurrió en Re’im fue un infierno difícil de procesar, incluso hoy. Pero este espacio, levantado entre arena y memoria, sirve para recordar que detrás de cada cifra hay vidas, historias y sueños que fueron brutalmente interrumpidos. NOVA ya no es un festival. Es un santuario al aire libre donde Israel vuelve, llora, recuerda y se promete que nada de aquello será olvidado, aunque muchos pretendan ignorarlo o dejarlo atrás por interés político o comodidad. La memoria sigue viva, y el homenaje a las víctimas permanece inquebrantable.