Churchill nació en 1874 y Liz Truss cien años después: los dos fueron primeros ministros de Isabel II
El 85% de los británicos no ha vivido en un mundo sin Isabel como Reina
Los 70 años de su reinado sólo son superados por los 72 del Rey Sol en Francia
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Winston Churchill nació en 1874 y Liz Truss en 1975, cien años después: los dos han sido primeros ministros de Isabel II. El dato, ofrecido este jueves por la BBC, da una idea de la magnitud del reinado de Isabel II, el más dilatado de una nación de reyes como Inglaterra. Una paradoja si se piensa que el camino recto de la dinastía no pasaba por ella. El trono sólo apareció en el horizonte de Isabel tras una carambola: su tío Eduardo VIII se enamoró de Wallis Simpson, abdicó y la corona pasó a la cabeza de Jorge VI, su padre.
Lilibeth, como su familia la llamaba en la intimidad, accedió al trono en febrero de 1952, con 25 años. Ha ejercido como soberana intachable durante 70 años y medio, seis años más que la Reina Victoria (1837-1901) y diez más que Jorge III (1760-1820). Sólo Luis XIV de Francia, el Rey Sol, la supera en longevidad: murió a los 76 años con 72 de reinado. Hoy el 85% de los británicos no ha conocido un mundo sin Isabel como Reina.
A Liz Truss, nueva primera ministra de Gran Bretaña tras la dimisión de Boris Johnson, no ha tenido tiempo de tratarla. El pasado martes, en lo que ya es el último acto constitucional de su largo reinado, recibía a la líder de los tories de forma excepcional en Balmoral para el tradicional besamanos que da paso a la autorización real para formar nuevo Gobierno.
Sin embargo, y aunque durante su reinado ha despachado con 15 primeros ministros, Churchill fue especial para Isabel II, ya que ejerció de figura paternal en los primeros pasos de su reinado. Dos detalles de su cariño y gratitud hacia él dejó para la historia. El primero, la nota que escribió de su puño y letra cuando Churchill abandonó para siempre la residencia del 10 de Downing Street: “[Nadie] podrá ocupar jamás el lugar de mi primer primer ministro, al que mi marido y yo debemos tanto y por cuyos sabios consejos durante los primeros años de mi reinado le estaré siempre profundamente agradecida”.
El segundo, cuando a la muerte del hombre que simbolizó la resistencia a Hitler, ordenó que su funeral fuera de «una magnitud acorde con el lugar que el corresponde en la historia». De esta forma, el pueblo británico pudo celebrar el funeral más suntuoso ajeno a la casa real que vio la histórica nación desde el fallecimiento de Wellington en 1852. Isabel II tuvo entonces un gesto sin precedentes: asistió personalmente a las honras fúnebres en la catedral del San Pablo, un signo de particular favor real, ya que los soberanos no tenían costumbre de acudir a ningún funeral que no fuera de la familia real.
Churchill no sólo fue capaz de alertar antes que nadie de la tragedia hacia la que se encaminaba Europa si sólo ofrecía apaciguamiento a la voracidad expansionista del nazismo. Acertó también en la dimensión histórica que tendría la pequeña Lilibet cuando, con sólo dos años, la describió como todo un personaje: «Tiene un aire de autoridad y reflexión sorprendentes para un niño».
Quizá las cualidades que, junto a la vocación de servicio y la discreción, permitieron a Isabel II pilotar una institución tan frágil como la monarquía durante 70 años sin daños irreparables, sobre todo cuando tuvo que adaptarse a los tiempos entre los escándalos que protagonizaron miembros destacados de la familia real, con el príncipe heredero a la cabeza.
Obstáculos todos ellos que Isabel II sorteó hasta este jueves, donde con su fallecimiento se ha convertido en «memoria de la Europa democrática y emblema de la monarquía parlamentaria», según destacan los primeros análisis políticos que tratan de situar a esta Reina sin igual en la historia.