Venezuela

800 días aislado en ‘La Tumba’, la peor cárcel de Maduro: «Me golpeaba la cabeza para sentir algo»

Ver vídeo
Rodrigo Villar

La Tumba, la peor y más temida cárcel de la dictadura de la Venezuela de Maduro, tiene las paredes blancas y los suelos negros. No existen las ventanas y una luz cegadora se mantiene encendida día y noche. Tampoco hay relojes, ni ruidos, ni mobiliario. Los ahogados gritos de los detenidos se pierden entre varios centímetros de acero y hormigón que mantienen encerrados a aquellos que se han atrevido a levantar la voz contra el régimen de Nicolás Maduro. El aislamiento es extremo y la claustrofobia inaguantable: sus calabozos de 2 por 2 metros, cerrados con puertas blindadas se encuentran cinco pisos por debajo de la sede del SEBIN (Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional) en la plaza Venezuela de Caracas. Allí, la tranquilidad y el silencio son una tortura. No existe el tiempo y los presos sólo se perciben a sí mismos. «Me escuchaba el cuerpo. Tenía que golpearme la cabeza para sentir cosas», revela Gabriel Valles, un activista que sobrevivió al cautiverio en La Tumba. No hay conversaciones, ni trato con los carceleros o entre presos. La sociedad se acaba tras esas puertas.

Valles cuenta que esta prisión parece más un laboratorio que una mazmorra. Su frialdad aterradora tiene un claro objetivo: deshumanizar al preso despojandolo de todo lo que tiene, incluso del sonido. Nadie lleva ropa propia, sólo un uniforme, y las celdas únicamente disponen de una cama sobre un poyete de hormigón. Nunca hay oscuridad pero tampoco hay diversidad de colores y algunos presos son constantemente grabados con cámaras situadas en el techo de los calabozos. La temperatura también es distinta: la calidez del país caribeño no existe a 20 metros bajo tierra. En La Tumba hace frío.

Gabriel Valles explica emocionado a este medio que las cárceles en la Venezuela de Maduro son una tortura en sí mismas. En La Tumba ingresó en 2014 después de que el SEBIN le arrestara en la frontera con Colombia. El activista se encontraba en el país vecino trabajando para una ONG llamada Operación Libertad, una organización por los derechos humanos en Venezuela. La policía colombiana le detuvo el 5 de septiembre de aquel año, le introdujeron en una furgoneta y lo llevaron a la frontera. «Me llevaron a unas oficinas de migración donde me mostraron un documento en el que decía que estaba vetado de Colombia por 10 años debido a una medida ‘administrativa y discrecional’ emitida por el entonces presidente de Colombia, Juan Manuel Santos», cuenta Valles.

Posteriormente le trasladaron en una caravana de patrullas de la policía hasta el puente Simón Bolívar, frontera entre Colombia y Venezuela, donde le entregaron al SEBIN. Cabe decir que el dictador Nicolás Maduro se afanó en su detención: fletó un avión privado con miembros armados de la Inteligencia venezolana para llevarlo hasta Caracas, donde fue internado en La Tumba sin juicio previo. «Me ingresaron por una puerta blindada, había muchas personas sin uniforme que me tomaban fotos y me pedían mis datos. Me hicieron fotos incluso con móviles. Después fui desnudado y forzado a caminar por un pasillo hasta llegar a una celda donde me entregaron un uniforme color caqui», relata.

La privación fue utilizada por los carceleros para que diese falsos testimonios sobre su captura. Si declaraba lo que el régimen quería le serían otorgados «beneficios». Ahora bien, Valles asegura que nunca confesó nada. Al contrario, hizo huelga de hambre durante 18 días para que sus condiciones mejorasen.

Finalmente, dos años y dos meses después, y gracias a la presión de la comunidad internacional, fue trasladado a la cárcel del Helicoide, otro centro de reclusión ilegal de la dictadura de Maduro. Allí estuvo 19 meses más sin tampoco haber pasado por un tribunal. Valles desvela que el Helicoide es una prisión que implementa martirios diferentes a La Tumba. Si en una la tortura es el aislamiento, en la otra el suplicio es el hacinamiento y el tormento físico. «En el Helicoide hay un sitio que le dicen ‘el bañito’, que cuando hay visitas es un aseo, pero cuando no es así sirve como cuarto de torturas donde se apalea y golpea a las personas. Supe de primera mano de un chico menor de edad que lo encerraron allí, le colocaron una bolsa de supermercado en la cabeza y la llenaron con insecticida. Esto es una práctica que hacen para levantar falsos testimonios y poder continuar la retórica mediática sobre que tienen presos a terroristas y conspiradores», argumenta el activista político, que actualmente, y desde 2022, se encuentra viviendo en España.

Lo último en Internacional

Últimas noticias