La pastelería más antigua de Canarias está en Tenerife y lleva abierta desde la I Guerra Mundial

Hojaldres, bizcochos de limón, milhojas, roscos de yema, bolitas de coco y cientos de postres más que encantan a quien los prueba. Pero todo el mundo suele tener su pastelería favorita para disfrutarlos… y hay una en La Orotava, en Tenerife, que lleva abierta desde 1916.
Es común escuchar historias de negocios que abren y cierran al poco tiempo. Algunos duran meses, otros apenas unos años. Pero este no. Este abrió sus puertas cuando Europa entraba en guerra y, más de un siglo después, sigue en pie. Ha sobrevivido a crisis, modas, cambios generacionales e incluso una pandemia. Y aún hoy sigue ofreciendo postres que enamoran a quien los prueba.
Esta es la pastelería más antigua de Canarias… y sigue haciendo historia
Fundada en 1916 por un repostero alemán que se quedó atrapado en Tenerife tras estallar la Primera Guerra Mundial, Casa Egón (hoy también conocida como Restaurante Taoro) es mucho más que una confitería. Es parte del paisaje, del día a día del pueblo, un negocio familiar que ha pasado por cuatro generaciones sin perder su esencia.
El local está en la calle León, en pleno casco histórico. Ahí sigue, en una casona del siglo XVIII, con su obrador artesanal, sus vitrinas de madera y su terraza con vistas a los Jardines Victoria. Mantiene el estilo de siempre, pero ha sabido adaptarse, pues ahora también ofrece platos salados y vino de cosecha propia.
Lo curioso es que, aunque ha cambiado de nombre comercial y ampliado su oferta, todo lo demás se ha tocado muy poco. Las recetas son las de siempre. El hojaldre se sigue haciendo como lo hacía Egon Alfred Wende Bard, el fundador. La milhoja de yema y albaricoque sigue siendo la más pedida. Y el salón donde se sirve el café apenas ha cambiado desde que se abrió.
Así habla la gente de la pastelería más antigua de Canarias
Las reseñas en Google dejan claro que Casa Egón no sólo conquista por lo que sirve, también por cómo lo hace. Hay algo en su ambiente, en la atención cercana y en la calidad de sus dulces que hace que la mayoría salga con la idea de volver.
Un cliente que llegó desde fuera de la isla cuenta que sólo iba a llevarse un par de tambores (los clásicos de chocolate y moka) pero terminó llenando la caja con bizcocho de limón, hojaldre de pistacho y una rosca glaseada. «Todo espectacular. Un poco caro quizá para el tamaño, pero lo compensa el sabor», reconoce.
Otro visitante, que fue por recomendación de un amigo local, destaca la experiencia desde el minuto uno. «El sitio tiene algo especial. La entrada, el interior, la terraza… parece que te metes en otra época. Todo muy cuidado. El servicio, de diez.»
También hay quien resalta los pequeños detalles. Una reseña menciona la oferta de dulces sin gluten, algo que no es tan común en este tipo de establecimientos tradicionales. «Probé las bolitas de coco y fue un acierto. Me sorprendió que tuvieran opciones para celíacos.»
No faltan los que valoran el conjunto: el producto, el trato y el entorno. «La milhoja de yema fue lo mejor que probé en toda la isla. Y poder comértela en una terraza con vistas a los jardines… eso no se encuentra en cualquier sitio», apunta otro.
Un detalle curioso que se repite en varias reseñas es la organización del servicio: los dulces se eligen dentro, te dan un número y luego te los sirven en la terraza junto con las bebidas.