Retrato de la tragedia de Ramón Baglietto: salvó a un niño que luego se hizo terrorista de ETA y lo mató
A Pilar Elías, la viuda de Ramón Baglietto, concejal de UCD asesinado por ETA el 12 de mayo de 1980, le sale el apelativo con toda naturalidad, con la misma naturalidad con que podría referirse a uno de sus hijos o sobrinos: «Candidito».
Es en el magnífico documental realizado por la Fundación Miguel Ángel Blanco, con producción de Cristina Cuesta y dirección y guión de Felipe Hernández Cava: Una familia vasca. Los Baglietto. Se cuenta en su metraje la épica historia, sin parangón en esos años en la Europa democrática, de la construcción en el País Vasco de un centroderecha comprometido con España y con la libertad frente al caudillaje nacionalista al que los asesinos de ETA suministraban los sacos de nueces y de muertos. Eran los años de plomo, aquellos que ahora figuran en la Ley de Memoria Democrática como una extensión del franquismo hasta 1983, a modo de justificación de los fines y los medios de ETA y sus cómplices, va y viene el impúdico fregoteo sobre tantos charcos de sangre, sobre tanta barbarie y crueldad, con el anexo hoy de la amnistía a los delitos de terrorismo cometidos a cuento del procés.
«Candidito» dice Pilar Elías en un momento de la cinta. Me resonó el apelativo en la cabeza horas después de asistir al estreno del documental en Madrid, en la Consejería de Cultura que dirige Mariano de Paco. Para confirmar que había escuchado lo que había escuchado, llamé al director del documental, no fueran a ser imaginaciones mías.
Era cierto, esta mujer, Pilar Elías, esposa y madre coraje, llamaba Candidito al asesino de su marido: Cándido Azpiazu, que le descerrajó el tiro que acabó con su vida en el Alto de Azcárate. El apelativo tenía su explicación, su increíble explicación. La realidad supera siempre a la ficción. Harán, están haciendo, todo lo posible por cambiar el relato. Pero jamás conseguirán demoler la verdad porque está hecha de esa materia indestructible que es la vida y sus paradojas, las infinitas contradicciones del ser humano, desde los insondables abismos donde habita la oscura banalidad del verdugo hasta los firmamentos luminosos del amor a la vida, la familia y a la tierra que han demostrado siempre los Baglietto.
Porque Candidito, Cándido Azpiazu, era sólo un bebé cuando fue salvado de ser atropellado en una calle de Azcoitia en un accidente de tráfico en el que murieron su madre y su hermano. El hombre que le salvó la vida en aquel trance fue el mismo hombre al que él se la arrebató de un disparo en la cabeza dieciocho años después: Ramón Baglietto, marido de Pilar Elías.
El documental realizado por la fundación que preside Marimar Blanco retrata conmovedoramente los años de plomo, que incluyeron el asesinato de numerosos representantes políticos. Personas como Ramón Baglietto estaban resueltas a defender el derecho a ser y sentirse vascos y españoles, y a seguir viviendo en el hogar de sus ancestros, sin que el hecho de no comulgar con el credo nacionalista o secesionista fuera una rebaja o una anulación de su vasquismo. «Yo soy vasco y por eso doblemente español», decía Unamuno. Ramón Baglietto, aunque de familia de lejanos orígenes italianos, podía decir lo mismo.
Impacta el testimonio de Jaime Mayor Oreja que, bajo la dirección de Marcelino Oreja, pilotaría el fichaje de candidatos en Guipúzcoa para intentar completar las listas electorales de UCD. En una ocasión, la presentación de la candidatura se hizo en casa de los padres del que sería ministro del Interior, casi en condiciones de clandestinidad.
Muerte política
Era entonces costumbre de ETA decretar la muerte política del adversario, de quien se opusiera a sus dictados sanguinarios, con la etiqueta de fascista, antesala muchas veces de la muerte física. Como señala el historiador Gorka Angulo en el documental, de esa muerte política o física solo se libraban los que, aun habiendo tenido cargos durante la dictadura, habían abrazado después el credo nacionalista. Hoy, en que se vuelve con profusión a esta etiqueta falsaria para deslegitimar al adversario político incluso desde el mismo Gobierno, no estaría de más que recordaran que hasta hace bien poco sirvió para justificar el asesinato a sangre fría de los oponentes.
De aquella auténtica caza al hombre es ejemplo José Txiki Larrañaga, amigo de Ramón, que pertenecía a Alianza Popular y contra quien los etarras atentaron tres veces hasta matarlo. La segunda de las ocasiones fue el día antes del asesinato de Ramón. Después de visitar a su amigo Txiki en el hospital y comprobar que estaba fuera de peligro, Ramón se llevó a su familia a cenar a un asador para celebrarlo. Al día siguiente le mataron a él en el Alto de Azcárate.
El documental no se olvida de la última humillación a la que Candidito intentó someter a Pilar Elías, la viuda de su víctima, que decidió dar el paso en política como concejal del Partido Popular en su pueblo. Después de salir de la cárcel, el etarra Azpiazu adquirió un negocio bajo la misma vivienda de Pilar.
La valiente mujer pidió amparo a la Justicia, toda vez que Azpiazu se había declarado insolvente para no pagar a su familia la indemnización establecida por su condena. Los cómplices de ETA en el Ayuntamiento de Azcoitia presentaron una moción contra Pilar y organizaron una manifestación en el pueblo en defensa del etarra. La banda terrorista la puso en su punto de mira.
A Ramón Baglietto le sentenció ETA por su amor a España y a la libertad, por su apego a la tierra de sus ancestros y a la familia, por su compromiso con los paisanos de Azcoitia y de todo el País Vasco desde el respeto al pluralismo y la democracia.
El acierto de Cristina Cuesta y de Felipe Hernández Cava es haber retratado, a través del alma de una familia vasca, el alma de todas las víctimas del terrorismo: su compromiso con los principios que hacen del mundo un lugar mejor, como el reconocimiento del valor de la vida humana, incluso la de sus verdugos, tal cual demostró el joven Ramón Baglietto al jugarse la vida con 25 años para salvar la de quien después se la quitó con 43.
El documental de la Fundación Miguel Ángel Blanco es un canto a tantas vidas sencillas y luminosas como las de Ramón Baglietto y Pilar Elías, arrebatadas o violentadas fría y bárbaramente por los terroristas. Son precisamente sus vidas, y no sus muertes, las que constituyen el más precioso legado de las víctimas y las que marcan, con la fuerza imperecedera de su ejemplo, el camino hacia la hoy más que nunca postergada derrota final de sus asesinos y sus cómplices.
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